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En la tarde del 24 de octubre el Gobierno provisional
tenía a su disposición poco más de 25 mil hombres. En la tarde del
25 de octubre, cuando se preparaba el asalto al Palacio de Invierno,
los bolcheviques reunían alrededor de 20 mil, entre guardias rojos,
marinos y soldados, ante ese último refugio del Gobierno
provisional. Pero dentro del palacio no había más de 3,000
defensores, y muchos de ellos abandonaron sus puestos durante la
noche. Gracias a la aplastante superioridad de los bolcheviques no
hubo batallas serias en la capital de octubre 24 al 26, y el número
total de muertos por ambos lados no fue de más de 15, con no más de
60 heridos.
Durante esas críticas horas, a medida que los
principales puntos estratégicos de la ciudad pasaban al control
bolchevique (centrales telefónicas y telegráficas, puentes,
estaciones de ferrocarril, el Palacio de Invierno, etc), Petrogrado
continuaba en general su actividad normal.
La mayoría de los soldados permanecieron en los
cuarteles, las plantas y las fábricas continuaron funcionando, y en
las escuelas ninguna clase fue interrumpida. No hubo huelgas ni
manifestaciones de masas, como había sucedido en la Revolución de
febrero. Las salas de cine (llamado cinematografía en ese tiempo)
estaban llenas, hubo funciones normales en todos los teatros, y la
gente caminaba como de costumbre por el Paseo Nevsky. Las personas
comunes no políticas ni siquiera se daban cuenta de los
acontecimientos históricos que se estaban produciendo, incluso las
líneas de tranvía, la principal forma de transporte público en
1917, el servicio se mantenía normal. Fue en uno de esos tranvías
que Lenin, disfrazado, junto con su guardaespaldas Eino Rahya se
trasladó al Smolny al anochecer del 24.
Es así como el historiador soviético "disidente" Roy Medvedev describe la Revolución de Octubre. Esta imagen de un Lenin yendo a la revolución en un tranvía confirma el punto de vista de Trotsky sobre aquéllos días.
Casi no hubo manifestaciones, combates callejeros, barricadas, todo lo que es común entender por insurrección; la revolución no necesitaba resolver un problema que ya había resuelto. La toma del andamiaje gubernativo podía emprenderse de conformidad con un plan, con el auxilio de destacamentos armados relativamente poco numerosos, a partir de un centro único (…) el hecho mismo de que la resistencia gubernativa se concentrase en el Palacio, permite precisar el lugar que el 25 de octubre ocupa en el desarrollo general de la lucha. El Palacio de Invierno aparece como el último bastión de un régimen moribundo a los ocho meses de nacer, definitivamente desarmado durante los últimos quince días. (Historia de la revolución rusa, T II, p696)
Las clases privilegiadas de Rusia esperaban una orgía de saqueos y asesinatos, caos político y el colapso de la moralidad humana. En lugar de eso, se vieron ante una transición ordenada, la cual debe haber sido aún más aterradora para ellas. Las masas proletarias han demostrado que no tenían ninguna necesidad de gobernantes, y que podían encontrar sus propias formas de poder. Por supuesto, posteriormente los historiadores de nuestra clase enemiga, quienes retratan a la revolución proletaria sólo en términos de su acto final, convirtieron esto en una crítica a la Revolución de Octubre.
Así, pudieron extender la leyenda de que se trataba simplemente de un putsh, de un golpe de Estado llevado a cabo por un pequeño grupo de fanáticos, mientras que las masas permanecían pasivamente sentadas a un lado. Es sorprendente que tal mito no se hubiera derrumbado bajo el peso de su propio absurdo. Aparte del hecho de que el Partido Bolchevique tenía 300,000 miembros, o del hecho de que contaba con el apoyo activo de casi todos los soldados de San Petersburgo (alrededor de 300,000 hombres), ¿cómo fue posible para ellos haber debatido públicamente la toma del poder en la prensa accesible a todos durante un par de semanas antes del arresto final del Gobierno provisional? Establecer la naturaleza proletaria de la Revolución de Octubre no es aquí nuestro objetivo, ya que consideramos esto como un hecho dado. Lo que tenemos que observar son las circunstancias en las que esta revolución se llevó a cabo, examinar no sólo cómo el proletariado hizo del Partido Bolchevique su instrumento, sino también cómo la táctica de los bolcheviques fue puesta a prueba en la compleja situación de septiembre y octubre de 1917.
El destino del orden burgués en Rusia quedó sellado desde el momento en que los ejércitos del Káiser ocuparon Riga en agosto de 1917. En lugar de las prometidas victorias, los alemanes estaban listos para avanzar sobre San Petersburgo. Sin embargo, Lenin había estado argumentando en favor de la insurrección desde el momento en que se dio cuenta de que los otros partidos llamados socialistas (los mencheviques y los socialistas revolucionarios -“eseristas”), fieles a su teoría de apoyar al sistema burgués, no tenían la intención de apoyar el poder soviético. Pero el Comité Central bolchevique parecía ignorar sus cartas. Lo que para él era aún peor, era que mientras él permanecía en la clandestinidad, el Comité Central bolchevique parecía estar inclinándose del lado de la tentativa de Kerensky para reforzar su tambaleante dominio. Luego de la derrota de Kornilov el Gobierno provisional convocó a una "Conferencia Democrática" para tratar de reunir a los partidos representados en el Soviet alrededor del poder burgués. Para horror de Lenin, el Comité Central bolchevique cayó en la trampa y participó en esta farsa (Lenin elogió especialmente a Trotsky por haber argumentado en favor de boicotear esa asamblea). Además, el Comité también aceptó participar en el llamado "Anteparlamento", el cual Kerensky esperaba utilizar para legitimar la posición de su gobierno no elegido.
Lenin respondió mediante un texto titulado “Del diario de un publicista”, en el cual denunciaba al Comité Central:
Esta fuera de toda duda que en “las altas esferas” de nuestro partido se observan vacilaciones que pueden ser funestas (…) No todo marcha bien en las altas esferas “parlamentarias” de nuestro partido; hay que prestarles mayor atención, hay que aumentar su fiscalización por los obreros (…) El error de nuestro partido es evidente. Los errores no aterrorizan al partido combatiente de la clase avanzada. Lo aterrorizante sería empecinarse en el error... (Septiembre de 1917. Obras, T. 26)
Pero los dirigentes bolcheviques en torno a Kamenev no sólo persistieron en sus errores, sino que los empeoraron al suprimir las críticas de Lenin sobre su postura respecto a la Conferencia democrática y la futura insurrección.
A pesar de que Lenin escribió miles de palabras para estimularlos a la acción, ellos se aseguraron de suprimir los pasajes clave. Frustrado, Lenin terminó presentando su dimisión al Comité Central, si bien “reservándose la libertad de hacer agitación en las organizaciones de base”.
Aunque el Comité Central ni siquiera discutió la carta de renuncia, esto le dio la libertad a Lenin para tener correspondencia privada con individuos de otras organizaciones del Partido. Este hecho revela una vez más cómo Lenin no era una figura aislada batallando contra un partido mediocre, como las historias de la revolución rusa lo delinean. Su lucha fue contra un liderazgo del partido que se preocupaba más por la supervivencia del partido que por la victoria de los proletarios. Una vez que el resto del Partido tomo conocimiento de las cosas, siguió a Lenin. El mejor ejemplo en este sentido fue el Comité de Petersburgo. Cuando supieron de la censura de la discusión protestó contra el Comité Central. De hecho, la discusión verdaderamente interesante acerca de la necesidad de la insurrección tuvo lugar en el Comité de Petersburgo. Allí no había ningún elemento como Kamenev que quisiera un trato con los mencheviques, y que no aceptara realmente la orientación internacionalista de los bolcheviques. Esta se había desarrollado a partir de las conferencias de Zimmerwald y Kienthal al inicio de la Primera guerra mundial, y había adquirido nueva forma programática en la obra de Lenin El Imperialismo, fase superior del capitalismo. La cuestión internacional era ahora evidente en las preocupaciones de los bolcheviques de Petersburgo. En el debate sobre la necesidad de la insurrección, el oponente más coherente de Lenin era Volodarsky. Él subrayaba el retraso de Rusia e insistía en que los bolcheviques debían esperar debido a que la revolución rusa sólo podría tener éxito como parte de una revolución mundial. Quienes apoyaban a Lenin estaban de acuerdo en que el destino de la revolución rusa dependía del destino de la revolución mundial. Pero argumentaban que el proletariado de la atrasada Rusia tenía una oportunidad que no se le ofrecía a la clase obrera en ninguna otra parte. Los proletarios rusos debían tomar el poder y mantenerlo mientras la revolución se desarrollaba en Europa.
El argumento de no retrasarse más, ganó. Lenin enriqueció la posición internacionalista en su texto La crisis ha madurado. Este texto, como muchos otros escritos en este periodo debe leerse completamente, pero nos conformaremos aquí con sólo unas líneas que indican la esencia internacionalista del bolchevismo, el factor que ante todo le distingue como parte de la clase obrera en la Primera guerra mundial:
Es indudable que las postrimerías de septiembre nos han aportado un grandioso viraje en la historia de la revolución rusa y, al parecer, de la revolución mundial. (…) Ha llegado ahora la tercera etapa, que puede ser denominada víspera de la revolución. Las detenciones en masa de los líderes del partido en la libre Italia y, sobre todo, el comienzo de las sublevaciones militares en Alemania75 son síntomas seguros del gran viraje, síntomas de la víspera de la revolución a escala mundial (…) Y por cuanto nosotros, los bolcheviques rusos, somos los únicos entre los internacionalistas proletarios de todos los países que gozamos de una libertad relativamente inmensa, que contamos con un partido legal y unas dos docenas de periódicos, que tenemos a nuestro lado a los Soviets de diputados obreros y soldados de las capitales y la mayoría de las masas populares en un momento revolucionario, puede y debe aplicársenos las conocidas palabras: a quien mucho se le ha dado, mucho se le exige . (Obras escogidas en 12 tomos, Tomo II).
Fue un argumento que convenció al partido, y el 10 de octubre el Comité Central votó por aceptar en principio la idea de organizar la insurrección. No fue simplemente la victoria de un hombre, ni siquiera de un partido, sino de la clase obrera internacional. Ahora, el problema era cómo llevar a cabo la insurrección.
Como mostramos en el capítulo anterior, los bolcheviques ganaron enorme apoyo para sus políticas mucho antes de que fuera convocado el Segundo Congreso de los Soviets de toda Rusia. De hecho, el 80 por ciento de los delegados obreros apoyaban a los bolcheviques. Sin embargo, esto no significaba que los proletarios estuvieran imbuidos de una conciencia comunista ya que esto era imposible bajo las condiciones prevalecientes. Lo que tenían era demandas concretas que se habían acumulado a lo largo de 1917. Querían el fin de la guerra y las miserias que conlleva como la inflación y la falta de alimentos.
Habían visto que la coalición con el Gobierno provisional burgués sólo continuaba con la guerra. Además, los alemanes seguían acercándose a Petersburgo y había la creencia extendida de que Kerensky buscaba permitir que la ciudad cayera en manos enemigas para así poder aplastar a la revolución. Todo esto significaba que los bolcheviques eran llevados a incrementar su apoyo ya que constituían el único partido que se oponía a la guerra sin ambigüedad y que a la vez levantaba la consigna de “Todo el poder a los soviets”. En octubre de 1917, estas cuestiones se vincularon a medida que un cuartel tras otro se negaba a obedecer la orden de ir al frente, y sólo escuchaba a los soviets. Un ejemplo típico de estas resoluciones fue el del Regimiento de guardias Egersky el 12 de octubre:
La salida de la guarnición revolucionaria de Petrogrado es necesaria solamente para la burguesía privilegiada, como un medio para sofocar la revolución... Declaramos a todos los que oigan que, si bien nos rehusamos a abandonar Petrogrado, haremos caso sin embargo a la voz de los genuinos líderes de los trabajadores y campesinos pobres, es decir, al Soviet de diputados obreros y soldados. Le creeremos y le seguiremos porque todo lo demás es pura traición y abierta burla a la revolución mundial. (Citado en Rabinowitch, The Bolsheviks Come to Power, p. 227).
Esta resolución fue adoptada como parte de la crítica lucha final por el control de las fuerzas en Petersburgo. El 9 de octubre Trotsky había logrado obtener una resolución adoptada en el Soviet de Petersburgo que llamaba a la paz, a la remoción del gobierno de Kerensky y, aún más significativo, que proponía que la defensa de Petersburgo fuera llevada a cabo por el Soviet mismo. Como resultado de la aceptación de esta propuesta fue creado el famoso Comité militar revolucionario, el cual coordinaría prácticamente la toma del poder en octubre 25. Contrariamente a los posteriores mitos stalinistas, el comité no se estableció premeditadamente como coordinador del asalto al poder. Tomó este papel solamente debido a que los mencheviques se rehusaron a formar parte de él. De modo que el Comité estaba compuesto únicamente por bolcheviques y socialistas revolucionarios de izquierda, quienes estaban de acuerdo en la necesidad de transferir el poder a los soviets. Además, la resolución de establecer el Comité militar revolucionario se dio antes de que el Comité central bolchevique aceptara los argumentos de Lenin sobre la inmediata toma del poder. La prueba final de que el Comité militar revolucionario no fue previsto como el organizador de la Revolución de Octubre, fue que Lenin, como la mayoría de los bolcheviques (con excepción de Trotsky y Volodarsky) buscaban que la propia Organización militar de los bolcheviques llevara a cabo la preparación práctica. Sin embargo, ésta había caído en el aventurerismo en julio, y había sido tan severamente criticada dentro del partido, que ahora no quería meter las manos en el fuego nuevamente. Sus preparativos fueron tan circunspectos y prudentes que al final solamente tuvo un papel secundario, más que uno dirigente.
La razón principal de esto era, al igual que muchas otras cuestiones en 1917, el deseo de la burguesía imperialista de continuar la guerra. La guerra había conducido a la caída del zarismo, y finalmente llevaría al final de la burguesía rusa y sus perros falderos socialdemócratas de los partidos socialista revolucionario y menchevique. En vista de que Kerensky quería enviar al frente a la guarnición de Petersburgo, y en vista de que las tropas no querían ir, Kerensky enfrentaba de hecho un motín desde el momento en que las tropas su pusieron bajo el mando del Comité militar revolucionario del soviet. Cuando Kerensky y su comandante de Petersburgo, el general Polkovnikov, se dieron cuenta de esto, ya era demasiado tarde. El Comité militar revolucionario había logrado que fueran electos comisarios leales al soviet en la mayoría de los regimientos. Cuando Kerensky se dio cuenta de que tenía pocas tropas confiables en la capital, telegrafió solicitando tropas del frente, pero se le respondió que las tropas estaban tan “infestadas de bolchevismo” que rehusarían moverse a menos que se les indicara el propósito de su transferencia. En breve, el Gobierno provisional estaba ya virtualmente paralizado. Cuando finalmente Kerensky actuó, el 23 de octubre, ordenó el arresto de todos los bolcheviques que habían sido liberados bajo fianza luego de las jornadas de julio (lo cual incluía a todos los jefes militares del Partido), y la clausura de la prensa bolchevique por sedición. Pero para llevar a cabo estas medidas tuvo que confiar en los cadetes de las escuelas de oficiales, en un batallón de choque femenino y en un regimiento de fusileros heridos. El allanamiento de la imprenta Trud, donde se publicaba Rabochii Put -un periódico bolchevique dirigido a los obreros- fue la señal para que el Comité militar revolucionario reaccionara. La imprenta fue recuperada rápidamente por los obreros, y tropas leales al Comité militar revolucionario persuadieron a los que pensaban en seguir las órdenes de Kerensky de mantenerse neutrales. Como había sucedido durante el episodio de Kornilov, también se persuadió a las tropas que se movilizaba hacia la capital de que no apoyaran a la contrarrevolución.
Militarmente no había ya obstáculos para la toma del poder por la clase obrera, pero se mantenía la cuestión de cuándo y cómo. Este debate, que había sido encarnizado en el Partido bolchevique durante septiembre, no había sido aún resuelto a pesar del famoso voto del 10 de octubre. Mientras algunos miembros del Comité militar revolucionario querían el inmediato derrocamiento de Kerensky, otros bolcheviques aún veían tal levantamiento como erróneo o prematuro. Trotsky sintetizaba correctamente la situación:
El gobierno es impotente; no le tememos porque tenemos suficiente fuerza... Algunos de nuestros camaradas, como Kamenev y Riazanov, no están de acuerdo con nuestra evaluación de la situación. Sin embargo no nos inclinamos ni a la derecha ni a la izquierda. Nuestra línea táctica se ha desarrollado de acuerdo a las circunstancias. Nos volvemos más fuertes cada día. Nuestra tarea es defendernos y gradualmente extender nuestra esfera de autoridad de manera que construyamos una base sólida para el próximo Congreso de los soviets. (Citado por Rabinowitch, p.253).
Por supuesto, no era esto lo que Lenin quería. Luego de siete semanas haciendo campaña por un levantamiento inmediato contra un enemigo derrotado, él no podía contenerse. Por segunda ocasión en un mes, desobedeció las instrucciones del Comité central de mantenerse oculto y tomó su famoso viaje en tranvía al cuartel de los bolcheviques en el Instituto Smolny. Ya había hecho un llamado a los niveles de base del Partido urgiéndolos a actuar ante el Comité Central. Era un resumen de todo lo que había estado argumentando:
La historia no perdonará ninguna dilación a los revolucionarios que hoy pueden triunfar (y que triunfarán hoy con toda seguridad) y que mañana correrán el riesgo de perder mucho, de perderlo todo. Si hoy nos adueñamos del poder, no nos adueñamos de él contra los Soviets, sino para ellos. (…) Esperar a la votación incierta del 25 de octubre sería echarlo todo a perder o sería puro formalismo; el pueblo tiene el derecho y el deber de resolver estos problemas no por medio de votaciones, sino por la fuerza; tiene, en momentos críticos de la revolución, el derecho y el deber (…) El gobierno vacila. ¡Hay que acabar con él, cueste lo que cueste! Demorar la acción equivaldría a la muerte. (Carta a los miembros del CC. Escrita el 24 de octubre [6 de noviembre]. Publicada por vez primera en 1924. )
De hecho, ambas posiciones contienen importantes elementos de verdad. Trotsky reconocía que no había ya posibilidad de que apareciera un nuevo Kornilov. Veía que las cosas marchaban suficientemente de prisa hacia su desenlace final (y Trotsky estaba entre los más activos que buscaban que el proceso se acelerara). Asimismo, Trotsky sabía algo que Lenin aún no, esto es, que la composición del Segundo congreso de los soviets de toda Rusia estaría de manera abrumadora en favor del derrocamiento del Gobierno provisional. Lenin temía que aún habría suficientes mencheviques y eseristas como para posponer cualquier decisión sobre el poder soviético hasta la Asamblea constituyente, que “podría no ser favorable para nosotros”. Quería presentar a los otros “partidos socialistas” con el hecho cumplido. Si los mencheviques lo rechazaban, se expondrían a sí mismos como burgueses ante la clase. De hecho, las cosas sucedieron casi de este modo.
La Revolución de Octubre ha sido llamada la revolución mejor planeada de todos los tiempos. Un proletariado militante, forjado en la batalla y con su propio instrumento político, el Partido bolchevique, tomó el poder mediante la acción de masas más ordenada de la historia. Sin embargo, esto no debe obscurecer ciertos hechos característicos de la relación entre el partido y la clase. El Comité central bolchevique nunca, en ningún momento, decidió la fecha de la insurrección. Fue simplemente alcanzado por la marcha de los acontecimientos y fue el Comité militar revolucionario del Soviet de Petersburgo, controlado por los bolcheviques, el que dirigió el ataque final. Sin embargo, incluso aquí, el verdadero liderazgo político del Partido bolchevique estuvo, no en la sala del Smolny donde sesionaba el comité, sino en las calles.
Cuando Kerensky envió a los cadetes a bloquear los puentes del Río Neva (para así cortar el centro de Petersburgo de los distritos obreros del lado de Vyborg), tal como lo había hecho en julio...
… estos fueron enfrentados por una airada multitud de ciudadanos, muchos de ellos armados. Forzados a dejar sus armas, los cadetes fueron humillantemente escoltados de regreso a su academia; hasta donde se sabe, esta acción se llevó a cabo sin ninguna directiva específica del Comité militar revolucionario. De manera similar, tan pronto como la lucha por los puentes comenzó, Ilyin-Zhenevsky, también actuando por su cuenta, se aseguró de que la guarnición de soldados tomara el control de los pequeños puentes de Grenadersky y Samsonevsky... (Rabinowitch, p. 261).
En resumen, a pesar de toda la planificación y de todos los debates, la revolución no fue la obra de una minoría conduciendo simplemente a una mayoría pasiva. En tanto que centro de dirección militar, los bolcheviques no estaban tan bien preparados como cuentan las historias stalinistas. Su verdadero éxito como dirigentes de la clase obrera fue el haber imbuido al movimiento de masas con objetivos claros que podía seguir. Así, el Puente Liteiny fue tomado por obreros que actuaban por su propia iniciativa, conscientes de la importancia de la situación, a la vez que un individuo bolchevique (Ilyin-Zhenevsky) no esperaba instrucciones del “centro”, sino que podía actuar por su propia iniciativa, de acuerdo a las demandas de la situación. Como hemos visto a lo largo de este documento, la capacidad de los bolcheviques para la obra revolucionaria no era el resultado de alguna supuesta infalibilidad en estrategia y táctica, sino del hecho de que era un partido verdaderamente enraizado en la vanguardia consciente de la clase obrera -y un partido capaz de aprender de sus errores. En este sentido, fue el organizador del proletariado en la Revolución de Octubre.
Sin su dirección general como vanguardia de la clase, la Revolución de Octubre tendría que haberse sumado a la lista histórica, de por sí ya demasiado larga, de los fracasos heroicos.
La evidencia final del liderazgo de los bolcheviques ante las masas, la ofreció la proporción de delegados al Segundo congreso de los soviets de toda Rusia, que dio a los bolcheviques 300 y a los eseristas 193 (de los cuales la mitad eran eseristas de izquierda que apoyaban el derrocamiento del Gobierno provisional), mientras que había 68 mencheviques y 14 mencheviques internacionalistas de Martov. Los restantes eran principalmente no afiliados pero que apoyaban ampliamente a los bolcheviques, como las votaciones lo mostrarían enseguida. Los bolcheviques apoyaron una moción de Martov de establecer un gobierno de coalición de todos los partidos socialistas, pero ésta fue saboteada por los mencheviques y los eseristas, quienes amenazaron con abandonar el Congreso. Con esto, esperaban movilizar al proletariado en contra de los bolcheviques pero como el proletariado apoyaba a los bolcheviques, de hecho simplemente se fueron, como decía Trotsky, al “basurero de la historia”. Es lo que uno de los mencheviques internacionalistas, Sukhanov, reconocía cuando posteriormente escribió:
Al abandonar el Congreso, le dimos a los bolcheviques el monopolio del Soviet, de las masas, y de la revolución.
A pesar de los posteriores intentos de los mencheviques internacionalistas de Martov de formar una coalición que incluyera a los partidos que rechazaban el poder soviético, el Congreso ahora aprobaba abrumadoramente la insurrección. Casi al mismo tiempo el Palacio de Invierno caía en las manos de la clase obrera y los miembros del Gobierno provisional eran arrestados -los únicos arrestos que hizo la clase obrera. Kerensky había escapado poco antes para tratar de reagrupar a las tropas del frente. Esto se volvió otra demostración de la abrumadora victoria de los bolcheviques, ya que sus esfuerzos casi terminaron con su propio arresto. Disfrazado de mujer, escapó de Rusia para escribir en la Escuela de Derecho de Harvard, durante el siguiente medio siglo, memorias cada vez más falaces.
Entre tanto, Lenin salía de las sombras de su escondite para saludar al Congreso de los Soviets con la simple consigna “Debemos proceder ahora a construir el orden socialista”. La verdadera historia de la revolución de la clase obrera rusa había comenzado...
Tendencia Comunista Internacionalista.
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