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TEXTO DEL MOVIMIENTO OBRERO
Sobre la preparación del Congreso de Tours de 1920 y el combate por la constitución del Partido comunista francés
Necesidad de “una” escisión (B. Souvarine, 1920)

Nosotros no compartimos la indignación de los camaradas que se conmueven por los preparativos de secesión de la derecha y el centro del Partido (un centro minúsculo que se confundo en ideología y de hecho con la derecha). Hemos escrito frecuentemente, y lo repetimos ahora: “la unidad” o “la escisión” no son condenables o deseables por sí mismas; es tan absurdo magnificar la unidad como glorificar la escisión en principio; la única cuestión que se plantea es la de saber qué representan las palabras “unidad” y “escisión” en determinado momento de la historia socialista de un país, en determinadas circunstancias políticas, y apreciar qué beneficio puede sacar el comunismo de tal unidad o de tal escisión.

Desde este punto de vista, debemos primero observar en qué consiste la unidad actual del Partido y qué beneficios o perjuicios le reserva al movimiento revolucionario del proletariado francés.

Lo que se llama la unidad, actualmente, no existe: tal es la primera constatación que se impone. El Partido está formado por grupos que se combaten entre sí, y que no pueden dejar de hacerlo, porque las opiniones de unos se oponen a las de los otros. Hace falta, pues, engañarse uno mismo, o querer engañar a los otros, para proclamar la necesidad de “mantener” una unidad que es sólo una ficción.

Si bien no existe la unidad real, uno todavía puede preguntarse, sin embargo, si la deplorable situación que existe y a la que se le llama unidad no es de alguna manera benéfica para la causa proletaria. La respuesta nos la da el balance de estos seis últimos años: sumisión a la burguesía durante la guerra imperialista; abdicación ante el wilsonismo al fina de la guerra; servilismo ante los dirigentes traidores de la Confederación General del Trabajo luego de la guerra; en todas las circunstancias, ausencia de espíritu revolucionario, carencia de doctrina socialista, cuando no se trató de retractaciones y traiciones cínicas.

En verdad, la unidad que cubre con una bandera roja todas estas infamias es una calamidad. No solamente permite a los políticos traficar impunemente con el socialismo, sino que también vuelve impotentes a los socialistas sinceros que trabajan por la liberación del proletariado; por añadidura, desacredita la idea misma de socialismo ante los ojos de las masas, en lugar de corroborarla.

Estas simples observaciones, que todo socialista honesto puede hacer, conllevan como conclusión la necesidad para los comunistas de liberarse de todo vínculos que les unía artificialmente a los burgueses y pequeñoburgueses, quienes bajo el nombre de socialistas, y dentro del partido socialista, sirven a los intereses del capital. Los comunistas tienen la misión de educar y organizar al proletariado, de guiarlo en su lucha contra la burguesía y sus agentes más o menos disfrazados; no tienen tiempo que perder en discusiones estériles con los falsos socialistas; sobre todo, no tienen que subordinar su actividad al asentimiento de sus adversarios. La necesidad de una escisión se impone, pues, ineluctablemente; falta saber qué escisión será benéfica para el comunismo.

Para definir con justeza la escisión saludable, hay que considerar la composición de nuestro Partido. Políticamente, incluye tres tendencias: la de los comunistas, de predominancia indiscutible, la de los centristas, cuya expresión es el Populaire de Longet y Paul Faure; la de los reformistas “oficiales” (ni más ni menos reformistas que Longuet y Faure, pero más francos) de quienes León Blum y Paul-Boncour son los representantes. No nos ocupamos de trazar las sutiles distinciones y matices entre los miembros de estas tendencias, ya que tales distinciones no presentan ningún interés. La verdad exige constatar que las tres fracciones, incluida la de los comunistas, incluyen elementos “indeseables” en un Partido Comunista. Separar a los comunistas de los reformistas, los oportunistas, los contrarrevolucionarios de cualquier etiqueta, tal es la tarea inmediata que deben cumplir los comunistas.

Esta tarea no podrá realizarse en un día. Es la experiencia del trabajo cotidiano, de la acción revolucionaria, la que permitirá separar el buen grano de la cizaña; es la vida y la lucha la que seleccionará a los hombres, al ponerlos a prueba. Pero los comunistas tienen el deber de prever desde ahora las condiciones de esta inevitable escisión, y de hacer que se cumpla en favor de los intereses de la revolución.

La eventualidad de una ruptura de los Comunistas con la organización existente queda excluida de nuestras preocupaciones. En el pasado, no abandonamos el Partido porque sabíamos que la masa de sus miembros no estaba corrompida, que estaba solamente desorientada, y que sólo los jefes eran responsables de la traición del Partido, en 1914-1918. Emprendimos la organización de la oposición a la política de traición, en coyunturas penosas, entre dificultades que parecían casi insuperables. La oposición ha crecido, se ha fortalecido, ha ganado también en fuerzas intelectuales, hasta volverse, en el Congreso de Strasburgo, casi la mitad del Partido. No es en el momento en que va a triunfar, en el que puede cuestionarse su salida de la organización. La casa es de ella, son los impostores los que deben salir.

¿Cómo hacerlos salir? Tal es toda la cuestión. Está resuelta en parte, si es cierto que los impostores se han puesto de acuerdo y decidido a no esperar su expulsión. Está por resolverse si, por motivos de estrategia política, ellos buscan mantenerse en el Partido para sabotear el trabajo revolucionario. En este caso, los reconstructores y los socialpatriotas pretenderán beneficiarse de la declaración remitida a Daniel Renoult por Zinoviev, y fingirán que aceptan las tesis y las condiciones de Moscú, aunque éstas les horroricen un poco no renegarán.

No hay otra manera de trazar una demarcación entre comunistas y no comunistas que la de someter al Partido un programa comunista, que los unos acepten, que los otros rechacen. Es lo que hizo el Comité de la Tercera Internacional al proponer a las Federaciones una “Resolución de adhesión a la Internacional Comunista”, que resume las tesis y las condiciones del Congreso de Moscú. A esta resolución se han opuesto otras dos mociones, igualmente hostiles al comunismo definido por la Tercera Internacional, una clara, franca y escrita en francés, firmada León Blum-Blake, la otra nebulosa, tortuosa y escrita en galimatías, firmada Longuet-Paul Faure. La una como la otra expresan, con más o menos fortuna, la antítesis del comunismo. Entre los partidarios de una o la otra y los comunistas, no hay acuerdo, no hay colaboraciones posibles. La línea de demarcación está trazada.

Es por ello que la propuesta de Zinoviev no encontrará su aplicación en las coyunturas que atravesamos: los reconstructores supuestamente “de izquierda” han mostrado, al firmar la resolución Longuet-Paul Faure, que no tienen absolutamente nada de común con los comunistas. Cualquiera que sea su actitud después del Congreso de Tours, nos rehusaremos a colaborar en los órganos de dirección del Partido, con hombres que han combatido hasta el último momento nuestro programa comunista, que tendrán que resignarse a sufrirlo, porque a pesar de ellos, contra ellos, lo haremos triunfar. Si declaran inclinarse ante las decisiones del Partido y aceptar (como lo ha escrito Zinoviev) las tesis y las condiciones de Moscú, se mantendrán en el Partido, y no les faltarán ocasiones para rehabilitarse. Dependerá de ellos que la confianza les sea devuelta y que el Partido les llame, en el futuro, a cargos de responsabilidad.

Los que pretendan, en nombre de la “libertad de pensamiento”, de la “libertad de hablar”, de la “libertad de escribir”, combatir al comunismo en el interior mismo del Partido vuelto comunista, tendrán la libertad de pensar, de hablar y de escribir fuera del Partido. Los comunistas no tolerarán en sus filas a los sembradores de duda, de escepticismo y de pánico. Si Longuet se imagina que piensa cuando sueña, que habla cuando divaga, que escribe cuando rayonea el papel, no tendremos la crueldad de quitarle sus últimas ilusiones; pero nadie le cuestionará a la mayoría del Partido el derecho de enviar a un mediocre malhechor a ejercer su maleficencia a otra parte.

La fracción que rechaza explícitamente la adhesión a la Internacional Comunista se excluye por sí misma del Partido. No nos resta más que desearle buen viaje, quitándonos el sombrero ante adversarios que se reconocen lealmente.

En cuanto a los falsos comunistas, que han creído hábil sumarse a nuestra resolución, para conservar situaciones adquiridas o para conquistar puestos deseados; en cuanto a los que esperan que nada cambiará después del Congreso de Tours, y que el viento se llevará los compromisos y las promesas; en cuanto a los que no tienen otra preocupación que estar con la mayoría y que estarán en nuestra fracción, a esos comunistas “indeseables”, les anunciamos que encontrarán con quién hablar. Se acabó la antigua camaradería debilitante y corruptora, de las tolerancias mutuas en la inacción y la indiferencia. Para pretender dirigir a la clase obrera en la lucha de clases, el Partido tendrá que volverse una organización de élite, que sepa predicar con el ejemplo, mantenerse en la acción revolucionaria en la primera fila, descartar implacablemente a los traidores y los débiles. Los que tienen del Partido proletario esta concepción, no permitirán que la sección francesa de la Internacional Comunista se transforme en sección de la Segunda Internacional.

Recordamos que, nosotros, partidarios de las tesis y de las 21 condiciones de Moscú, hemos consentido a nuestros camaradas agrupados en torno a Cachin y Frossard algunas concesiones de importancia secundaria, perfectamente compatibles en las circunstancias actuales con los principios de la Internacional Comunista, con el único fin de realizar el acuerdo entre las dos fracciones sinceramente resueltas a trabajar por la revolución proletaria, bajo la dirección de la Internacional Comunista. Pero nos mantenemos decididos a aplicar las reglas trazadas por el Segundo Congreso Internacional. La moción que hemos firmado y defendido no será, ni alterada, ni transgredida, sin que denunciemos cualquier desviación, y sin que lancemos de nuevo la consigna de la oposición, cualesquiera que puedan ser las consecuencias inmediatas.

No hemos firmado un pacto con la mayoría, lo hemos hecho con el Comunismo.



[Artículo publicado en el N° 46 del Bulletin communiste, 1er año, diciembre 2, 1920. Firmado con el pseudónimo “Varine”.]


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