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¿Tomar la fábrica o tomar el poder?
Amadeo Bordiga

La agitación de los últimos días en Liguria muestra un fenómeno que se repite desde hace algún tiempo con cierta frecuencia y que merece destacarse, en tanto que síntoma de un estado de espíritu especial de las masas trabajadoras.

Los obreros, en vez de abandonar el trabajo, han ocupado, por decirlo así, las fábricas y han intentado hacerlas funcionar por su propia cuenta o incluso sin la presencia de los principales gerentes. Ante todo, esto quiere decir que los obreros se dan cuenta de que la huelga es un arma que no responde a todas las necesidades, especialmente en ciertas condiciones.

La huelga económica, a través de los perjuicios causados al obrero mismo, ejerce una útil acción defensiva del trabajador a causa de los daños que el cese del trabajo causa al industrial debido a la disminución del producto del trabajo que le pertenece.

Esto en las condiciones normales de la economía capitalista, cuando la competencia con su relativa bajo de precios obliga a un crecimiento continuo de la producción misma. Actualmente los peces gordos de la industria, especialmente los de la metalurgia, salen de un periodo excepcional durante el cual han realizado enormes ganancias con el mínimo de esfuerzos. Durante la guerra el Estado les proporcionaba las materias primas y el carbón y era al mismo tiempo el único comprador; el Estado mismo, al militarizar las fábricas, aseguraba la rigurosa disciplina de las masas obreras. ¿Qué condiciones más favorables se pueden soñar para obtener un buen balance? Esta gente no está ya dispuesta ahora a afrontar las dificultades provenientes de la falta de carbón y materias primas, de la inestabilidad del mercado y de la agitación de las masas obreras; especialmente no están dispuestos a contentarse con ganancias modestas, en las proporciones en que las realizaban en el periodo anterior a la guerra, y por tanto en menor proporción. Así que no se preocupan de las huelgas, que no les disgustan, si bien protestan de palabra contra la insatisfacción excesiva y las pretensiones absurdas de los obreros.

Estos últimos días, los obreros han comprendido, y su acción de apropiación de las fábricas, así como su continuación del trabajo en lugar de la huelga lo demuestran, que no querían parar el trabajo, pero tampoco querían seguir trabajando como los patrones les exigían. No quieren ya trabajar a cuenta de estos, no quieren ya ser explotados, quieren trabajar para ellos mismos, es decir, con el único interés de los obreros.

Se debe tener en cuenta seriamente este estado de espíritu que se desarrolla cada vez más; pero simplemente quisiéramos que no se extraviara en falsas soluciones.

Se ha dicho que allí donde existían consejos de fábrica, estos habían funcionado asumiendo la dirección de las fábricas y haciendo que continuara el trabajo. No quisiéramos que la convicción de que desarrollando la institución de los consejos de fábrica para posibilitar la toma de posesión de las fábricas y la eliminación de los capitalistas, se pudiera apoderar de las masas. Esto sería la más peligrosa de las ilusiones. Las fábricas serán conquistadas por la clase de los trabajadores -y no por los obreros de la fábrica misma, lo que sería más fácil pero no comunista- solamente cuando la clase trabajadora en su conjunto se haya apoderado del poder político. Sin esta conquista, la disipación de las ilusiones será efectuada por la guardia real, los carabineros, etc., es decir, por la máquina de opresión y de fuerza de que dispone la burguesía, su aparato político de poder.

Las continuas y vanas tentativas de la masa trabajadora que se agota cotidianamente en esfuerzos parciales deben ser canalizadas, fusionadas, organizadas, en un gran, único esfuerzo que busque directamente golpear al corazón de la burguesía enemiga.

Esta función sólo puede y debe ser ejercida por un partido comunista, el cual no debe tener otro objetivo, en la hora actual, que el de consagrar toda su actividad a volver cada vez más conscientes a las masas trabajadoras de la necesidad de esta gran acción política, que es la única vía mediante la cual se puede llegar directamente a la posesión de las fábricas, y que procediendo de otra manera se esforzarán en vano de conquistar.

Amadeo Bordiga, 22 de febrero de 1920.


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