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En la hora en que la CCI actual fraterniza con el anarquismo, en nombre de un supuesto “internacionalismo” de algunas corrientes anarquistas, es por lo menos útil recordar cómo la Izquierda comunista y más particularmente la corriente de la cual surgió la CCI, planteaba la cuestión y qué método preconizaba para juzgar a los pretendidos “internacionalistas” trotskistas. ¿Es necesario recordar que el método a utilizar ante el trotskismo no difiere en nada del que se debe utilizar ante el anarquismo?
Es un grave error, y muy extendido, considerar que lo que distingue a los revolucionarios del trotskismo es la cuestión de la "defensa de la URSS".
Por supuesto que los grupos revolucionarios -a los que los trotskistas les gusta llamar, con cierto desprecio, "ultraizquierda" (término peyorativo que utilizan a propósito de los revolucionarios, en el mismo espíritu que el de "hitlero-trotskistas" que les dan los stalinistas), rechazan naturalmente cualquier tipo de defensa del Estado capitalista (capitalismo de Estado) ruso. Pero la no defensa del Estado ruso no constituye en nada el fundamento teórico y programático de los grupos revolucionarios; esto es sólo la consecuencia política, que está contenida y se deriva normalmente de sus concepciones generales, de su plataforma revolucionaria de clase. Inversamente, la "defensa de la URSS" no constituye ante todo lo propio del trotskismo.
Si bien, de todas las posiciones políticas que constituye su programa, "la defensa de la URSS" es la que manifiesta mejor, más claramente su extravío y su ceguera, se cometería sin embargo un grave error si se viera al trotskismo solamente a través de esta manifestación. A lo más, debe verse en esta “defensa” la expresión más acabada, más típica, el absceso de fijación del trotskismo. Este absceso es tan monstruosamente aparente que su vista repugna a un número cada día mayor de adherentes a esta Cuarta internacional y, muy probablemente, sea una de las causas, y no de las menores, que hace vacilar a ciertos simpatizantes en formar parte de las filas de esta organización. Sin embargo el absceso no es la enfermedad, sino solamente su localización y su exteriorización.
Si insistimos tanto en este punto, es porque muchas personas que se asustan al ver las marcas exteriores de la enfermedad tienen tendencia a tranquilizarse fácilmente cuando estos testimonios desaparecen aparentemente. Olvidan que una enfermedad "blanqueada" no es una enfermedad curada. Esta especie de gente es ciertamente tan peligrosa, tan propagadora de los gérmenes de la corrupción como la otra; y puede ser que aún más, al creer sinceramente estar curada.
El “Workers'Party” en los Estados Unidos (organización trotskista disidente, conocida bajo el nombre de su líder, Shachtmann), la tendencia de G. Munis en México, las minorías de Gallien y Chaulieu en Francia, todas las tendencias minoritarias de la "IV internacional" que, debido a que rechazan la posición tradicional de defensa de Rusia creen estar curadas "del oportunismo" (como dicen) del movimiento trotskista. En realidad, sólo están "blanqueadas", quedando, en el fondo, impregnadas y totalmente prisioneras de esta ideología.
Esto es tan cierto que basta con tomar como prueba la cuestión más ardiente, la que ofrece menos escapatorias, la que opone más irreductiblemente las posiciones de clase del proletariado a las de la burguesía: la cuestión de la actitud que se debe tomar ante la guerra imperialista. ¿Qué es lo que vemos?
Unos y otros, mayoritarios y minoritarios, con consignas diferentes, todos han participado en la guerra imperialista.
No hay que darse la pena (para desmentirnos) de citarnos las declaraciones verbales de trotskistas contra la guerra. Las conocemos muy bien. Lo que importa no son las declaraciones, sino la práctica política real que se desprende de todas las posiciones teóricas y que se concretó en el apoyo ideológico y práctico a las fuerzas de guerra. Poco importa, aquí, saber mediante qué argumentos se justificó esta participación. La defensa de la URSS es ciertamente uno de los nudos más importantes que ata y arrastra al proletariado a la guerra imperialista. Sin embargo, no es el único nudo. Los minoritarios trotskistas, que rechazaron la defensa de la URSS, encontraron, al igual que los socialistas de izquierda y los anarquistas, otras razones, no menos válidas y no menos inspiradas por una ideología burguesa, para justificar su participación en la guerra imperialista. Estos fueron, para unos la “defensa de la democracia", para otros "la lucha contra el fascismo" o la "liberación nacional" o incluso "el derecho de los pueblos a la autodeterminación".
Para todos, fue una cuestión del "mal menor" lo que les hizo participar en la guerra o en la resistencia del lado de un bloque imperialista contra el otro.
El partido de Shachtmann tiene toda la razón al reprochar a los trotskistas oficiales su apoyo al imperialismo ruso, el cual, para él, no es ya un "Estado obrero"; pero esto no hace de Shachtmann un revolucionario, porque este reproche no lo hace en virtud de una posición de clase del proletariado contra la guerra imperialista, sino en virtud de que Rusia es un país totalitario, donde hay menos "democracia" que en otras partes, y que, en consecuencia, según él, había que apoyar a Finlandia, pues era menos “totalitaria" y más democrática, contra la agresión rusa.
Para manifestar la naturaleza de su ideología, especialmente sobre la cuestión primordial de la guerra imperialista, el trotskismo no tiene ninguna necesidad, como acabamos de verlo, de la posición de la “defensa de la URSS”. Evidentemente, tal defensa de la URSS facilita enormemente su posición de participación en la guerra, permitiéndole camuflarla con una fraseología pseudorrevolucionaria; pero, con ello mismo, obscurece su naturaleza profunda e impide plantear la cuestión de la naturaleza de la ideología trotskista a plena luz.
Para mayor claridad, hagamos pues abstracción, por un momento, de la existencia de Rusia o, si se prefiere, de toda esa sofistería sobre la naturaleza socialista del Estado ruso, mediante la cual los trotskistas logran obscurecer el problema central de la guerra imperialista y de la actitud del proletariado. Planteemos brutalmente la cuestión de la actitud de los trotskistas en la guerra. Los trotskistas responderán evidentemente con una declaración general contra la guerra. Pero luego de la letanía sobre el "derrotismo revolucionario", en abstracto, correctamente citado, otra vez comenzarán inmediatamente, en lo concreto, a establecer restricciones, sabias "distinciones", los "pero..." y los "si bien..." que les llevarán, en la práctica, a tomar partido por uno de los protagonistas presentes y a invitar a los obreros a participar en la carnicería imperialista.
Quien haya tenido relaciones con los medios trotskistas en Francia durante los años 1939-45, puede atestiguar que sus sentimientos predominantes en ellos no estaban dictados tanto por la posición de “la defensa de la URSS” como por la elección del "mal menor", por la opción entre “la lucha contra la ocupación extranjera" y la del "antifascismo".
Esto es lo que explica su participación en “la resistencia”1, en los FFI y en “la liberación”. Y cuando el PCI de Francia se ve felicitado por secciones de otros países por la “participación” que ha tenido en lo que llaman "EL levantamiento popular" de la liberación, les dejamos la satisfacción que puede darles el bluff sobre la importancia de esta “participación” (¡vean la importancia de esas pocas decenas de trotskistas en "el GRAN levantamiento popular"!). Retengamos sobre todo, como testimonio, el contenido político de semejante felicitación.
¿Cuál es el criterio de actitud revolucionaria en la guerra imperialista?
El revolucionario parte de la constatación de la fase imperialista alcanzada por la economía mundial. El imperialismo no es un fenómeno nacional (la violencia de la contradicción capitalista entre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas -del capital social total- y el desarrollo del mercado que determina la violencia de las contradicciones interimperialistas). En esta fase no puede haber guerras nacionales. La estructura imperialista mundial determina la estructura de toda guerra. En esta época imperialista no hay guerras "progresistas", el único progreso existe en la revolución social. La alternativa histórica que se plantea a la humanidad es la revolución socialista o la decadencia, es decir el hundimiento en la barbarie mediante la destrucción de las riquezas acumuladas por la humanidad, la destrucción de las fuerzas productivas y la masacre continua del proletariado en una sucesión interminable de guerras locales y generalizadas. Es, pues, un criterio de clase relacionado con el análisis de la evolución histórica de la sociedad lo que plantea el revolucionario.
Veamos cómo lo plantea teóricamente el trotskismo:
“Pero no todos los países del mundo son imperialistas. Al contrario, la mayoría de los países son víctimas del imperialismo. Algunos países coloniales o semicoloniales intentarán, sin duda, utilizar la guerra para sacudirse el yugo de la esclavitud. Por su parte, la guerra no será imperialista sino emancipadora. El deber del proletariado internacional será ayudar a los países oprimidos en guerra contra los opresores..." (“El Programa Transitorio”, cap.: La Lucha contra el imperialismo y la guerra).
Así pues, el criterio trotskista no se vincula con el período histórico que vivimos, sino que crea y se refiere a una noción abstracta, y por tanto falsa, del imperialismo. Es imperialista únicamente la burguesía de un país dominante. El imperialismo no es una fase político-económica del capitalismo mundial, sino estrictamente del capitalismo de algunos países, mientras que los otros países capitalistas, que son la "mayoría", no son imperialistas. A menos de recurrir a una distinción formal, vacía de sentido, todos los países del mundo están actualmente dominados de hecho, económicamente por dos países: los Estados Unidos y Rusia. ¿Hay que concluir entonces que solamente la burguesía de estos dos países es imperialista, y que la hostilidad del proletariado a la guerra debe ejercerse en estos dos países únicamente? Mejor aún, siguiendo a los trotskistas, si se quita a Rusia que, por definición, no es imperialista, se llega al absurdo monstruoso de que sólo hay un país imperialista en el mundo: los Estados Unidos. Esto nos conduce a la reconfortante conclusión de que, en todos los demás países del mundo -los cuales son todos “no imperialistas” y “oprimidos”- el proletariado tiene como deber ayudar a su burguesía.
Veamos concretamente cómo se traduce esta distinción trotskista en los hechos, en la práctica.
En 1939, Francia es un país imperialista = derrotismo revolucionario.
Entre 1940 y 1945, Francia está ocupada = de país imperialista se convierte en país oprimido = su guerra es "emancipadora" = "el deber del proletariado es apoyar su lucha". ¡Perfecto!
Pero de repente, es Alemania la que se vuelve, en 1945, un país ocupado y “oprimido = el deber del proletariado es el de apoyar una eventual lucha emancipadora de Alemania contra Francia.
Lo que es verdad para Francia y Alemania es igualmente verdad para cualquier otro país: Japón, Italia, Bélgica, etc. Que no se nos venga a hablar de países coloniales y semicoloniales. Todo país, en la época imperialista, que en la competencia feroz entre imperialismos, no tiene la suerte o la fuerza de ser el vencedor, se convierte, de hecho, en un país "oprimido"; ejemplos: Alemania y Japón y, en un sentido contrario, China.
El proletariado tendrá, pues, como deber, pasar su tiempo “danzando” de un platillo de la balanza imperialista al otro, al ritmo de las órdenes trotskistas, y hacerse masacrar por lo que los trotskistas llaman "una guerra justa y progresista" (véase el Programa transitorio, mismo capítulo).
Tal es el carácter fundamental del trotskismo que, en todas las situaciones y en todas sus posiciones corrientes, ofrece al proletariado una alternativa, no de oposición y solución de clase del proletariado contra la burguesía, sino la elección entre dos formaciones, entre dos fuerzas igualmente capitalistas: entre burguesía fascista y burguesía antifascista; entre "reacción" y "democracia"; entre monarquía y república; entre guerra imperialista y guerras "justas y progresistas".
Es a partir de esta “alternativa eterna” del "mal menor" que los trotskistas participaron en la guerra imperialista, y no en función de la necesidad de “la defensa de la URSS”. Antes de defender a ésta, habían participado ya en la guerra de España (1936-39) en defensa de la España republicana contra Franco. Posteriormente, fue la defensa de la China de Tchang Kai-chek contra Japón.
La defensa de la URSS aparece, pues, no como el punto de partida de sus posiciones, sino como un resultado, una manifestación entre otras de su plataforma fundamental; plataforma en la cual el proletariado no tiene una posición de clase que le sea propia en una guerra imperialista, sino según la cual puede y debe hacer una distinción entre las diversas formaciones capitalistas nacionales, momentáneamente antagónicas, según la cual debe también, por regla general, acordar su ayuda y proclamar “progresista” a la más débil, a la más retardataria, a la fracción burguesa llamada “oprimida”.
Esta posición, sobre la cuestión crucial (central) que es la guerra, coloca de entrada al trotskismo, como corriente política, fuera del campo del proletariado y justifica por sí sola la necesidad de ruptura total con éste por parte de todo elemento revolucionario proletario.
Sin embargo, sólo hemos mostrado una de las raíces del trotskismo. De forma más general, la concepción trotskista se basa en la idea de que la emancipación del proletariado no es el producto de la lucha de forma absoluta, colocando al proletariado como clase frente al conjunto del capitalismo, sino que será el resultado de una serie de luchas políticas, en el sentido estrecho del término y en las cuales el proletariado, aliándose sucesivamente a diversas fracciones de la burguesía, eliminará a otras fracciones, y llegará así, por grados, por etapas, gradualmente, a debilitar a la burguesía, a triunfar sobre ella dividiéndola y venciéndola por partes.
Que esto sea no solamente un enfoque altamente estratégico, sutil y malicioso en extremo, que ha encontrado su formulación en el lema "marchar separados pero golpear juntos...", sino que se trata de una de las bases de la concepción trotskista, lo confirmamos con la teoría de la "revolución permanente" (nueva forma), que pretende que la permanencia de la revolución considere a la revolución misma como un desenvolvimiento permanente de acontecimientos políticos que se suceden, y en el cual la toma del poder por el proletariado es un acontecimiento entre tantos otros acontecimientos intermediarios, pero que no piensa que la revolución sea un proceso de liquidación económica y política de una sociedad dividida en clases, y finalmente y sobre todo que la edificación socialista sea posible solamente y solamente pueda comenzar después de de la toma del poder por el proletariado.
Es exacto que esta concepción de la revolución sigue siendo en parte "fiel" al esquema de Marx. Pero es solamente una fidelidad a la letra. Marx concibió ese esquema en 1848, en la época en que la burguesía constituía todavía una clase históricamente revolucionaria; y es en el fuego de las revoluciones burguesas -que estallaron en toda una serie de países de Europa- que Marx esperaba que no se detuvieran en la fase burguesa, sino que fueran desbordadas por el proletariado prosiguiendo la marcha hacia adelante hasta la revolución socialista.
Si bien la realidad invalidó la esperanza de Marx, fue, en todo caso en él, una visión revolucionaria osada, adelantada en relación a las posibilidades históricas. Todo lo contrario aparece la revolución permanente trotskista. Fiel a la letra pero infiel al espíritu, el trotskismo atribuye -un siglo después del fin de las revoluciones burguesas, en la época del imperialismo mundial, cuando la sociedad capitalista ha entrado en su conjunto en la fase de decadencia- a algunas fracciones del capitalismo, a algunos países capitalistas (y como lo dice expresamente el programa transitorio, a la mayoría de los países) un papel progresista.
Marx buscaba poner al proletariado, en 1848, al frente, a la cabeza de la sociedad, en cambio los trotskistas en 1947 ponen el proletariado a remolque de la burguesía que ellos proclaman "progresista". Es difícil imaginar una caricatura más grotesca, una deformación más estrecha que la que dan los trotskistas, del esquema de la revolución permanente de Marx.
Tal como Trotsky la había retomado y formulado en 1905, la teoría de la revolución permanente guardaba entonces todo su significado revolucionario. En 1905, a principios de la era imperialista, cuando el capitalismo parecía tener ante él bellos años de prosperidad, en un país de los más retrasados de Europa en el que subsistía todavía toda una superestructura política feudal, donde el movimiento obrero daba sus primeros pasos, frente a todas las fracciones de la socialdemocracia rusa que anunciaban el advenimiento de la revolución burguesa, frente a Lenin quien, lleno de restricciones, no osaba ir más lejos que asignar, a la futura revolución, la tarea de reformas burguesas bajo una dirección revolucionaria democrática de los obreros y el campesinado, Trotsky tenía el mérito innegable de proclamar que la revolución sería socialista (la dictadura del proletariado) o no sería.
El acento de la teoría de la revolución permanente estaba en el papel del proletariado, de allí en adelante única clase revolucionaria. Fue una proclamación revolucionaria audaz, enteramente dirigida contra los teóricos socialistas pequeñoburgueses, asustados y escépticos, y contra los revolucionarios vacilantes, carentes de confianza en el proletariado.
Actualmente, cuando la experiencia de los últimos cuarenta años ha confirmado plenamente esos hechos históricos, en un mundo capitalista acabado y ya decadente, la teoría de la revolución permanente nueva forma está únicamente dirigida contra las "ilusiones" revolucionarias de esos extravagantes “ultraizquierdistas” que son la bestia negra del trotskismo.
Actualmente, el acento se pone sobre las ilusiones retardatarias de los proletarios, sobre la inevitabilidad de las etapas intermedias, sobre la necesidad de una política realista y positiva, sobre los gobiernos obreros y campesinos, sobre las guerras justas y las revoluciones de emancipación nacionales progresistas.
Tal es en adelante la suerte de la teoría de la revolución permanente entre las manos de discípulos que sólo supieron retener y asimilar las debilidades y nada de lo que fue la grandeza, la fuerza y el valor revolucionario del maestro.
Apoyar a las tendencias y fracciones "progresistas" de la burguesía y fortalecer la marcha revolucionaria del proletariado asentándola en la división y el antagonismo intercapitalista representa las dos mamilas de la teoría trotskista. Ya hemos visto lo que es la primera, veamos el contenido de la segunda.
¿En qué residen las divergencias en el campo capitalista?
En primer lugar, en la manera de asegurar mejor el orden capitalista, es decir, de asegurar mejor la explotación del proletariado. En segundo lugar, en las divergencias de intereses económicos de los diferentes grupos que componen la clase capitalista. Trotsky, quien con frecuencia se dejó llevar por su estilo gráfico y sus metáforas hasta el punto de perder de vista su contenido social real, insistió mucho en este segundo aspecto. "Es erróneo considerar al capitalismo como un todo unificado", enseñaba, "la música también es un todo; pero sería un músico mediocre el que no distinguiera las notas unas de las otras". Y esta metáfora él la aplicaba a los movimientos y luchas sociales. A nadie se le ocurriría la idea de negar o desconocer la existencia de oposiciones de intereses dentro de la clase capitalista ni las luchas que de allí resultan. La cuestión es saber el lugar que, en la sociedad, las diversas luchas. Sería un marxista revolucionario muy mediocre el que pusiera en el mismo nivel la lucha entre las clases y la lucha entre grupos en el seno de la misma clase.
"La historia de toda sociedad hasta nuestros días es la historia de las luchas de clase". Esta tesis fundamental de el Manifiesto comunista, no desconocía evidentemente la existencia de luchas secundarias entre distintos grupos e individualidades económicas en el interior de las clases ni su importancia relativa. Pero el motor de la historia no son esos factores secundarios, sino la lucha entre la clase dominante y la clase dominada. Cuando una nueva clase es llamada, en la historia, a sustituir a la antigua que se ha vuelto incapaz de asegurar la dirección de la sociedad, es decir, en un período histórico de transformación y de revolución social, la lucha entre estas dos clases determina y domina, de manera categórica, todos los acontecimientos sociales y todos los conflictos secundarios. En tales períodos históricos, como el nuestro, insistir en los conflictos secundarios mediante los cuales se quiere determinar y condicionar la marcha de la lucha de clases, su dirección y su amplitud, muestra con claridad deslumbrante que no se ha comprendido nada de las cuestiones más elementales de la sociología marxista. Sólo se hacen malabarismos con abstracciones, sobre notas de música, y se subordina, en lo concreto, la lucha social histórica del proletariado a las contingencias de los conflictos políticos intercapitalistas.
Toda esta política reposa, en el fondo, en una singular falta de confianza en las fuerzas propias del proletariado. Seguramente, las tres últimas décadas de derrotas ininterrumpidas han ilustrado trágicamente la inmadurez y la debilidad del proletariado. Pero sería un error buscar la fuente de esta debilidad en el auto aislamiento del proletariado, en la ausencia de una línea de conducta suficientemente flexible hacia las otras clases, capas y formaciones políticas antiproletarias. Es todo lo contrario. Desde la fundación del la IC, no se hacía más que criticar la enfermedad infantil de la izquierda, se elaboraba la estrategia realista de la conquista de amplias masas, de la conquista de los sindicatos, de la utilización revolucionaria de la tribuna parlamentaria, del frente único político con "el diablo y su abuela" (Trotsky), de participación en el gobierno obrero de Sajonia...
¿Cuál fue el resultado?
Desastroso. A cada nueva conquista de la estrategia de flexibilidad le seguía una derrota mayor, más profunda. Para paliar esta debilidad, que se atribuye al proletariado, para "reforzarlo", se recurría a apoyarse no solamente en fuerzas políticas extraproletarias (socialdemocracia), sino también en fuerzas sociales ultrarreaccionarias: partidos campesinos "revolucionarios" -conferencia internacional del campesinado - conferencia internacional de los pueblos coloniales...- Entre más las catástrofes se acumulaban sobre la cabeza del proletariado, más la rabia de las alianzas y la política de explotación triunfaban en la IC. Ciertamente, se debe buscar el origen de toda esta política en la existencia del Estado ruso, que encontró su razón de ser en sí mismo, que no tiene por naturaleza nada en común con la revolución socialista, opuesto y ajeno (el Estado) como es y será para el proletariado y su finalidad como clase.
El Estado, para su conservación y su reforzamiento, debe buscar y puede encontrar aliados en las burguesías "oprimidas", en los "pueblos" y países coloniales y "progresistas", porque esas categorías sociales están naturalmente llamadas a construir también el Estado. Puede especular sobre la división y los conflictos entre los otros Estados y grupos capitalistas porque es de la misma naturaleza social y de clase que ellos.
En esos conflictos, el debilitamiento de uno de los antagonistas puede convertirse en la condición de su reforzamiento. No es lo mismo para el proletariado y su revolución. Éste no puede contar con ninguno de esos “aliados”, no puede apoyarse en ninguna de esas fuerzas. Está solo y, lo que es más, en oposición constante, en oposición histórica irreducible con el conjunto de esas fuerzas y elementos que, frente a él, presentan una unidad indivisible.
Volver al proletariado consciente de su posición, de su misión histórica, no ocultarle nada sobre las dificultades extremas de su lucha, pero igualmente enseñarle que no tiene opción, que al precio de su existencia humana y física debe y puede vencer a pesar de las dificultades, es la única forma de armar al proletariado para la victoria.
Pero, querer esquivar la dificultad buscando, para el proletariado, aliados (incluso temporales) posibles, presentándole fuerzas "progresistas" en las otras clases sobre las que pueda apoyar su lucha, es engañarlo para consolarlo, es desarmarlo, es extraviarlo.
En esto consiste, efectivamente, la función del movimiento trotskista en la hora actual.
MARC.
Nota:
1. Es muy característico que el grupo Johnson-Forest, que acaba de escindirse del partido de Schatchmann, se considere “más a la izquierda” debido a que rechaza tanto “la defensa de la URSS” como las posiciones antirrusas de Schatchmann. Este mismo grupo critica severamente a los trotskistas franceses porque, según éste, no participó tan activamente en “la resistencia”. Tenemos aquí una muestra típica del trotskismo.
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