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La crisis arrecia y pone al desnudo la inhumanidad del capitalismo

A pesar de las grandes declaraciones de los gobiernos, las pantallas de humo y las mentiras presentadas por los Estados y las burguesías nacionales de todo el mundo, la crisis económica abierta y brutal que el capitalismo vive desde el año pasado no cede. Apenas hace algunas semanas, luego de las consoladoras declaraciones acerca de un supuesto fin de la crisis, acerca de una “salida” de la recesión, la quiebra de Dubai -en el mismo momento en que escribimos- desecha estas mentiras a los ojos de todo mundo. Peor aún, expresa, si bien es apenas una manifestación periférica, y a pesar de las extraordinarias sumas engullidas, la aceleración de esta crisis, cuyos signos profundos se encuentran en otra parte. En tanto, las consecuencias son dramáticas, y van a ser aún más, para cientos de millones de trabajadores en el mundo, en todos los continentes, en todos los países: despidos masivos, desempleo también masivo y cada vez más permanente, caída de salarios, alza en los impuestos, así como en la vivienda, los transportes, los servicios “públicos” como la electricidad, fuentes de calefacción, recortes en los presupuestos sociales que van a afectar especialmente el acceso de los proletarios a la salud, la educación, problemas con los retiros, condiciones de trabajo deteriorándose cada día a un ritmo desenfrenado (prolongación de la jornada, presiones de los jefes acrecentadas y cada vez más delirantes), etc... La dictadura del capital se ilustra sin el fardo democrático en los lugares de trabajo, donde el terror del patrón, de los directores y demás jefes y capataces, en breve, de toda la escala del “management” -ese es el término de moda- se ejerce cotidianamente mediante una amenaza perpetua de despido.

Mucho más que la quiebra del débil Estado de Dubai, esta realidad y estos sufrimientos crecientes que viven los obreros, empleados, asalariados, desmienten los constantes anuncios de los medios de difusión, de la televisión y los periódicos, sobre la cercana salida de la crisis. Desmienten también todos los discursos sobre un capitalismo saneado, “moralizado”, en breve, aceptable, razonable y “humano” 1 que los Estados y gobiernos democráticos habrían logrado imponer a los malos capitalistas privados. Como si la crisis fuera solamente debida a los excesos, a la avidez sin límite o a la deshonestidad de los agentes de los bancos y de los grandes capitalistas individuales.

Sin embargo, los “remedios” que los Estados capitalistas llevan a cabo, en primer lugar los principales y más poderosos de ellos, ponen a su vez al desnudo esta quimera de un capitalismo “próspero” y moralizado”. Las inyecciones masivas de capitales para “salvar” al sistema financiero internacional y el lanzamiento de grandes préstamos para “relanzar” la economía mediante “grandes obras”, hacen explotar los déficits de los Estados y manifiestan claramente la realidad de la crisis y de sus fundamentos: la incapacidad del capitalismo para asegurar tasas de ganancia suficientemente elevadas para sus capitales (a pesar de la superexplotación de las grandes masas obreras) debido a los mercados cada vez más incapaces de absorber el conjunto de la producción.

La impotencia del endeudamiento generalizado para responder a este atolladero (la sobreproducción para un mercado demasiado estrecho y una tasa de ganancia tendiendo a bajar inevitablemente), se manifiesta claramente en los considerables estragos a los sectores de la producción (quiebra y el cierre de empresas en cascada, despidos masivos), e incluso en el abandono de sectores enteros de la producción según los países. Hasta hoy, y a pesar de las mentiras y otras fanfarronadas de los grandes medios de difusión burgueses, “el PIB de la zona euro es aún inferior a 5% de su mejor nivel trimestral de 2008. El desfase es negativo en 3% para los Estados Unidos y de 6% para el Reino Unido y Japón” ( Breakingviews.com citado por Le Monde, 17 de noviembre 2009). Además a pesar de la purga del año pasado, los capitales, que no encuentran aún en la producción una tasa de ganancia “suficiente”, vuelven a apostar masivamente en la especulación y las manipulaciones financieras, de allí la “recuperación” de las bolsas mundiales, para perjuicio de los “moralizadores” hipócritas del capitalismo. Esto habla del atolladero en el cual se encuentra el capital.

Entre tanto, la clase obrera es la que va a pagar, que paga ya, el precio de este endeudamiento generalizado y abismal de los Estados capitalistas. No solamente paga, y de qué manera, los efectos y consecuencias desastrosos de la crisis abierta el año pasado, sino que también paga y va a pagar por las respuestas que el capitalismo trata de dar a esta crisis. Una segunda oleada de cierres de empresas y sobre todo de despidos masivos está ya planeada. El desempleo, ya masivo, se va a duplicar en el periodo por venir.

De hecho, el “enlentecimiento” de la caída que ha permitido a la burguesía declarar el fin de la crisis, es sólo la expresión de un paliativo, de una pausa -por supuesto, pausa en las estadísticas burguesas, no en los sufrimientos de los obreros. Esta “pausa”, una vez más del todo relativa, en la caída será de corta duración. Las cifras “económicas” vuelven a presentarse a la baja y un verdadero pánico se apodera de los burgueses más lúcidos -en particular ante el endeudamiento de Estados como Gran Bretaña y los Estados Unidos. No son ya pequeños países como Dubai o Islandia los que se ven amenazados ahora por la bancarrota, de ser incapaces de asumir la carga de sus deudas, sino precisamente Estados tan importantes como Gran Bretaña o Estados Unidos. De hecho, estos dos países se encuentran ya en quiebra desde un punto de vista estrictamente económico. Lo mismo sucede para Estados como la India y China que no tardarán en sufrir la suerte de los “Tigres” asiáticos a finales de los años 1990. El presidente del FMI, Dominique Strauss Kahn, ha proclamado en la televisión que estaba tranquilo porque no estábamos en 1929 y la reacción de las principales potencias capitalistas al estallido de la crisis del año pasado, la volvía diferente. De hecho, la crisis actual es mucho peor. Una nueva catástrofe financiera se perfila -nuevamente, Dubai es solamente un pequeño anuncio- y esta vez los Estados no podrán volver a utilizar el arma del endeudamiento masivo y generalizado, pues, a este nivel, éste era un fusil de un solo tiro.

Así pues, hay que prepararse para una segunda aceleración brutal de la crisis y de sus efectos en el futuro próximo.

Otra consecuencia de la crisis, también de efectos terribles sobre la clase obrera: La exacerbación de las rivalidades imperialistas. La crisis exacerba la competencia comercial entre capitalistas y ésta encuentra su “línea de frente” principal entre capitalismos nacionales. Mediante el control del crédito y las ayudas del Estado, si no es que mediante verdaderas “nacionalizaciones” de hecho de los grandes bancos y empresas industriales al borde de la quiebra (General Motors, por ejemplo), los Estados han tomado abierta, “directamente”, el control de la dirección de las grandes ramas y empresas lo que les permite asumir plenamente y con el mayor encarnizamiento la defensa de su capital nacional. 2 Con la crisis abierta actual, este fenómeno de intervención directa del Estado en la economía nacional y en su defensa encarnizada contra las otras se ha acelerado brutalmente.

Las grandes reuniones, tipo G7 o G20, cuyo supuesto objetivo es permitir a todos los Estados capitalistas coordinar su acción y “moralizar” al capitalismo, luego de haber evitado -en el otoño de 2008- la parálisis total del sistema financiero internacional, se vuelven rápidamente lugares donde se expresan los enfrentamientos entre intereses económicos antagónicos, primera expresión de las rivalidades imperialistas que caracterizan al capitalismo decadente. Así, la baja supuestamente coordinada de las tasas de interés a finales de 2008 -con miras a inyectar liquidez en la economía mundial para escapar a su parálisis repentina- se ha vuelto rápidamente un arma de guerra entre las potencias capitalistas. La baja continua de las tasas de interés en los Estados Unidos -se puede pedir prestado un dólar prácticamente sin interés, gratuitamente-, y la baja del valor de éste en el mercado de cambios, se ha vuelto a la vez un medio para la burguesía estadounidense de volver más competitivos sus productos en el mercado mundial, y una política de chantaje al resto del mundo, en particular a las potencias como China y Japón, por ejemplo, que detentan una gran cantidad de bonos del tesoro norteamericano. La reacción de las otras potencias no se ha hecho esperar: abiertamente China, pero igualmente las otras potencias imperialistas rivales de los Estados Unidos, han comenzado a cuestionar el papel del dólar hasta el punto que cada vez más transacciones (sobre fuentes de energía por ejemplo), se hacen en euros. La competencia comercial acrecentada por la crisis abierta actual viene, pues, como la guerra monetaria lo ilustra, a exacerbar abiertamente las rivalidades imperialistas.

Concretamente, el papel del dólar como moneda internacional de reserva no solamente ayuda a las manipulaciones monetarias del Estado norteamericano -cuyo “déficit comercial se ha profundizado 18% entre agosto y septiembre” (ídem)- sino que también y sobre todo le proporciona un control directo sobre las principales fuentes de energía mundial. Esta situación coloca a las potencias rivales -europeas, japonesa, china...- bajo la amenaza constante de un corte de su aprovisionamiento de energía. De allí las tensiones y guerras permanentes en las regiones ricas en materias primas energéticas, de allí las rivalidades imperialistas constantes que ensangrentan al planeta.

Las múltiples guerras y masacres -en las cuales las grandes potencias capitalistas aparecen cada vez más abiertamente, mostrando así su principal responsabilidad- no bajan de intensidad, especialmente en Irak y Afganistán. Además de las pérdidas humanas y las destrucciones ocasionadas, los estratosféricos costos de estas guerras son también pagados por la clase obrera de los diferentes países capitalistas.

Al mismo tiempo, se constata que las grandes maniobras diplomáticas y estratégicas interimperialistas se precisan y desarrollan; y esto, no solamente para abordar los conflictos actuales, sino también y sobre todo para preparar la conflagración mundial que incuba en las entrañas del capitalismo. Así, un eje germano-ruso-francés se expresa de nuevo abiertamente, mientras que los Estados Unidos tratan de tejer lazos más estrechos no solamente con Japón, sino también con China. La tendencia a la polarización imperialista se ha relanzado nuevamente últimamente.

La elección de Obama, a pesar de todo el escándalo mediático sobre la esperanza (falaz) que levantó después de la era belicista de Bush, no ha disminuido en nada las oposiciones entre los imperialismos estadounidense y alemán, francés, ruso y chino -para sólo citar a los principales.

En breve, la crisis no vuelve más lenta la carrera hacia los conflictos guerreros y hacia la guerra imperialista generalizada. Por el contrario, la acentúa y acelera. Tal como la historia del capitalismo durante el siglo XX lo mostró ampliamente, el único “desenlace económico” de los grandes préstamos y del escandaloso endeudamiento de los Estados (del que lo esencial de los recursos va hacia el desarrollo aún más gigantesco de la industria militar y de la economía de guerra), y por tanto la única salida que este sistema tiene para enfrentar la crisis, sólo puede ser la guerra imperialista generalizada. ¿No es esto exactamente lo que se produjo en los años 1930 antes del estallido de la segunda guerra mundial?

La instauración, ahora permanente, de campañas de “defensa” de la “democracia” y de la “nación” forma parte de esta preparación para la guerra en el nivel ideológico. Las campañas contra el terrorismo, contra la inmigración, que pondrían a la “nación y la democracia en peligro” buscan encerrar a los proletarios en falsas “reflexiones”, falsas alternativas, que les conduce inevitablemente y les encierra en el marco de la nación y de la defensa del Estado democrático. No solamente el marco de la nación es el marco, insuperable, en el cual cada burguesía se opone a las otras, sino también es el marco en el cual se ejerce la explotación capitalista sobre el proletariado.

Una sola fuerza en la sociedad, una sola clase, el proletariado internacional, puede terminar con este sistema de miseria, de destrucciones y de masacres crecientes. Y ello, precisamente porque es la clase social que es directamente atacada como explotada, que sin embargo produce lo esencial de las riquezas, que es también la única apta para oponerse masiva y políticamente al capital y sobre todo la única históricamente capaz de proponer una alternativa revolucionaria. Si bien las luchas actuales, ampliamente silenciadas por los periódicos y la televisión, son aún tímidas, dispersas, impotentes en su gran mayoría para hacer retroceder los ataques inmediatos, no por ello dejan de portar en ellas la única respuesta al atolladero histórico del capitalismo, a la miseria y a la guerra imperialista. Aunque aún sean insuficientes, son el único camino hacia los combates de clase masivos y revolucionarios. Es en estas luchas que el proletariado va a forjar su unidad y su conciencia de clase.

Los retos que plantea actualmente la situación son enormes: la agravación brutal de las contradicciones del capitalismo -crisis económica y desarrollo de los conflictos imperialistas- imponen a cada burguesía atacar más y más a la clase obrera en sus condiciones de existencia; y el mundo capitalista, antes de hundirse en una masacre imperialista generalizada, tendrá que enfrentar a su enemigo mortal: al proletariado internacional. Nos encaminamos pues, inevitablemente, hacia enfrentamientos de clase decisivos desde el punto de vista histórico. Las condiciones en las cuales los obreros de todos los países abordarán estos enfrentamientos decidirán en gran parte el resultado de esta confrontación de clases. Es por ello que nosotros insistimos tanto sobre la importancia de las luchas actuales, porque es en estas que la clase obrera podrá -o no-, forjar sus armas políticas.

La alternativa histórica, planteada desde hace un siglo por el movimiento revolucionario, “socialismo o barbarie” encuentra actualmente toda su actualidad; se precisa incluso en la formulación: “revolución proletaria o destrucción de la humanidad por una nueva guerra imperialista mundial”.

Juan, Leonardo, Jonas por la Fracción interna de la CCI,

Diciembre 2009.


Notas:

1 . Más allá de estos mentirosos discursos sobre las inmensas capacidades y el porvenir triunfante de la economía capitalista, es difícil escapar actualmente a la intensa y nauseabunda campaña de la burguesía sobre la posibilidad de un capitalismo “propio” y desembarazado de los problemas ambientales que “ponen en riesgo la supervivencia misma de la humanidad”. La verdad es que el capitalismo es incapaz de ser propio porque su naturaleza profunda y su sed insaciable de ganancia son también fuentes de contaminación y destrucción del ambiente. Pero, más allá de su carácter mentiroso, todo este ruido -que todas las fracciones de la burguesía (desde la extrema derecha a la extrema izquierda, desde el gobierno hasta la oposición) asumen y orquestan en las conferencias de Kyoto o Copenhague- sólo es para justificar los sacrificios adicionales impuestos a la clase obrera por el capitalismo, y ello tanto más por cuanto este sistema está en quiebra; cuando no es simplemente un pretexto para impulsar las tensiones imperialistas. (Véanse las acusaciones -que se arrojan a la cara mutuamente los “grandes”- de ser los principales responsables de la degradación del ambiente o, para defender de manera egoísta sus intereses nacionales, por no hacer lo suficiente contra la contaminación).

2 . De hecho, a pesar de los discursos y la ideología liberal de las últimas décadas y a pesar de las numerosas políticas de “privatizaciones”, el control de los Estados sobre su economía nacional jamás ha sido desmentida; incluso se ha reforzado durante este periodo.


Boletín Comunista 48 - Fracción Interna de la CCI