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TEXTOS DEL MOVIMIENTO OBRERO
Artículo publicado en Internationalisme N° 21 (mayo de1947)
(extractos)

En la situación actual, y mientras que el capitalismo no cesa de machacarnos que la clase obrera y la lucha de clases han desaparecido, nos ha parecido importante volver sobre la historia y la experiencia del proletariado a través de uno de sus principales combates que contempla la afirmación de su unidad de clase: las manifestaciones del 1° de mayo.

Cuando, por primera vez, la Internacional obrera decidió llamar a los obreros del mundo a organizar una jornada internacional de manifestación y solidaridad proletaria, buscaba expresar más que una conmemoración de las víctimas de Chicago caídas en la lucha. Porque tal conmemoración no fue más que la ocasión accidental que se presentó. La decisión de hacer del 1° de mayo una jornada internacional de lucha del proletariado sobrepasó incluso la intención consciente de los congresistas que la habían tomado.

Esta jornada era una manifestación de una nueva realidad, de un hecho nuevo en la historia humana: el nacimiento de una clase que es internacional. Una clase que, a diferencia de las que han existido hasta ahora, no tiene ya intereses materiales, económicos, sociales, políticos, ideológicos divergentes, que tiendan a dividirla. Por el contrario, todas las condiciones se encontraban reunidas por primera vez en la historia, para hacer de esta clase una unidad mundial, una unidad humana, una prefiguración de la humanidad unificada, de la sociedad venidera.

El 1º de mayo fue la materialización de la idea expresada por Marx y Engels 40 años antes: “Proletarios de todos los países, únanse!. Esta idea es el fundamento del socialismo, la base activa del movimiento obrero, fuera del cual el proletariado pierde su carácter de clase y deja de ser una fuerza histórica independiente.

La historia conoce pocos ejemplos de una propagación tan rápida y tan amplia como la del 1º de mayo. Fue recibido con entusiasmo por los obreros del mundo entero, por todas las tendencias y escuelas del movimiento obrero. En algunos años, no hubo una ciudad o, en este día, en que los obreros no manifestaran la voluntad de luchar por su emancipación; y, hasta en las poblaciones más perdidas, el soplo de la revuelta contra el orden social existente penetró el corazón y el cerebro de los obreros, desde las capas más avanzadas hasta las más atrasadas.

Es debido a que este día de lucha internacional concretaba, por encima de las contingencias y particularidades locales, la gran aspiración general e histórica, la misión emancipadora y humana de la clase obrera, que encontró tal eco ardiente entre los trabajadores de todos los rincones del mundo. Más que cualquier otra acción, fue el llamado potente al despertar de la conciencia de los proletarios. Con frecuencia precediendo a cualquier forma de organización concertada, a cualquier idea clara del sindicato, los obreros se batían ferozmente en este día, tiñiendo con su sangre los adoquines de la calle. Incluso los niños de los obreros, los que no habían puesto aún los pies en las fábricas -futuros lugares de su explotación-, eran contagiados por esta atmósfera ardiente y febril de este día de batalla de clase en el plano internacional.

Con una fuerza equivalente al entusiasmo de los obreros, el odio y el pánico se apoderaban de las clases poseedoras. El espectro anunciado se volvía realidad. Las burguesías nacionales veían con rabia, aparecer frente a ellas un coloso internacional que amenazaba con destruir su sociedad. La burguesía tomaba cada día más conciencia de la lucha a muerte que se emprendía entre ella y el proletariado. Cada 1º de mayo se había vuelto una repetición general del reto, una prueba de fuerza entre las clases antagónicas, entre la burguesía heredera y última representante de toda una serie de sociedades basadas en la explotación, la expoliación y la opresión de una clase sobre otra, y por otra parte, el proletariado sucesor y representante de todas las clases oprimidas, el artesano de toda la sociedad humana, la sociedad sin clases.

CADA PRIMERO DE MAYO SE HABÍA VUELTO UNA PREPARACIÓN ACTIVA PARA LA GUERRA CIVIL INTERNACIONAL, UN ENTRENAMIENTO PARA LA REVOLUCIÓN, UNA ETAPA DE LA LUCHA FINAL, UN ATAQUE CADA VEZ MÁS PODEROSO CONTRA EL ORDEN SOCIAL CAPITALISTA.

Este desafío revolucionario del proletariado era intolerable para la burguesía y sus gobiernos que reaccionaban estableciendo verdaderos estados de sitio la víspera de ese día. Los soldados eran acuartelados, tanto para disponer de ellos en caso de necesidad, como porque los gobiernos no estaban siempre seguros sobre su docilidad. En las fábricas, la vigilancia, el espionaje y la provocación se multiplicaban, los obreros sospechosos eran expulsados y las direcciones implementaban las medidas más implacables contra quienes querían hacer huelga ese día.

Durante semanas la policía se mantenía alerta. Las fichas de los sospechosos eran sin cesar revisadas y completadas, las reuniones obreras prohibidas, los militantes preventivamente arrestados en su domicilio. Una inquietud general reinaba, los gobiernos se ponían de acuerdo y vigilaban, las fuerzas de la policía operaban, la burguesía se preparaba.

Pero, por su parte, el proletariado se organizaba también con una voluntad de acero y decidido a la lucha. De los sótanos, de las imprentas clandestinas, salían los llamados revolucionarios difundidos como por encanto. Los ancianos, las mujeres, los niños, los menos sospechosos se volvían enlaces. El silencio de la noche en los barrios obreros abrigaba un trabajo febril, reuniones clandestinas. Las casuchas obreras se convertían en sede de comité revolucionario. Los militantes conocidos no dormían en sus casas y se ocultaban en otras casas obreras para continuar su trabajo revolucionario. Los obreros vigilaban su barrio, despistaban a los policías y los provocadores. Los muros se cubrían cada noche con nuevos volantes y proclamas.

Repentinamente, con una rara insolencia, los monumentos, los puntos más altos e inaccesibles, los campanarios de las iglesias, los postes telegráficos mostraban pequeños fragmentos de tela rojo, emblemas de revuelta y de lucha de los obreros.

Un mundo enfrentaba a otro, los oprimidos contra los opresores, proletariado contra burguesía.

Aunque hoy el 1º de mayo se ha vuelto una vulgar procesión religiosa y oficial, los viejos militantes conservan el recuerdo vivo de los 1º de mayo de lucha de clase. El proletariado manifestaba su vitalidad y su combatividad pasando además por encima de los decretos y prohibiciones gubernamentales. Ningún despliegue de policía era lo suficientemente fuerte para impedir que surgieran, de imprevisto, por aquí y por allá, en muchos puntos de la ciudad a la vez, los batallones obreros.

La represión sangrienta, las masacres, las cargas de cosacos, los sables de los guardias móviles no hacían más que galvanizar la combatividad de los obreros.

Las banderas rojas, simples trozos de tela, que los trabajadores escondían bajo su camisa al ir a la manifestación, mantenían aún el calor de su cuerpo cuando ondeaban en el aire; y si más de un obrero caía defendiendo esta bandera, salvándola de las manos de los policías, era porque en ese entonces simbolizaba su voluntad, su programa y su objetivo de clase, por los cuales combatían y estaban dispuestos a pagar la victoria con el precio de su vida. Esos eran los 1º de mayo de una clase que se lanzaba al asalto del mundo, los 1º de mayo del proletariado revolucionario.

(Internationalisme N° 21, mayo de 1947).


Boletín Comunista 46 - Fracción Interna de la CCI