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Sobre el conflicto palestino-israelí

Párrafos extraídos de un artículo de
Révolution internationale, N° 307 – Diciembre 2000

Día tras día, la lista de muertos y heridos se alarga en Israel y en los territorios ocupados.

En esta parte del mundo que ha conocido ya cinco guerras abiertas desde el final de la segunda carnicería mundial (sin contar todas las operaciones militares en tiempos de “paz”) una nueva guerra está incubando, la cual, a pesar de que oficialmente no ha comenzado, ya a matado a cientos de personas, particularmente de jóvenes y adolescentes.

Oficialmente, todo el mundo habla de “paz”, tanto los dirigentes israelíes como los de la Autoridad palestina, al igual que todos los gobiernos de los países más desarrollados, sean europeos o americanos.

En los hechos, a pesar de todas las conferencias que se han sucedido desde el verano pasado (conferencia de Campo David, en la residencia de vacaciones de Clinton, en julio, encuentro de París del 4 de octubre, conferencia de Charm El-Cheikh a mediados de octubre), la situación no ha dejado de empeorar des finales de septiembre: piedras, atentados con bomba, linchamientos de palestinos contra israelíes, balas reales de estos últimos contras los manifestantes palestinos, cohetes y tiros de artillería contra las poblaciones civiles.

Según los países y el color de los gobiernos, se nos conmina a tomar partido por uno u otro campo presente:

- “Hay que defender a Israel contra la amenaza de todos esos árabes fanáticos que rodean a ese país”.

- “Hay que apoyar la justa causa palestina contra las arbitrariedades israelíes”.

Pero en ningún momento, nadie plantea la verdadera cuestión: ¿dónde se encuentran los intereses de la clase obrera, la de Israel, judía o árabe, la de Palestina, la de los otros países del mundo?

En Medio Oriente, la guerra no tiene fin

El siglo XX ha sido un siglo de guerras, las guerras más atroces de la historia humana, y jamás ninguna de ellas ha servido a los intereses de los obreros. Siempre estos han sido llamados a hacerse matar por millones en favor de los intereses de sus explotadores, en nombre de la defensa de “la patria”, de “la civilización”, de “la democracia”, o de “la patria socialista” (como algunos presentaban a la URSS de Stalin y de los campos de trabajos forzosos).

Y luego de esas guerras terribles, particularmente después de la segunda guerra mundial, aún se ha demandado a los que han sobrevivido a a aceptar nuevos sacrificios para reconstruir la economía “nacional”, es decir, capitalista.

Actualmente, hay una nueva guerra en Medio Oriente, aunque no ha sido oficialmente declarada.

De cada lado, las camarillas dirigentes llaman a los obreros a “defender la patria”, ya sea judía o palestina. A los obreros judíos que en Israel son explotados por capitalistas judíos, a los obreros palestinos que son explotados por capitalistas judíos o por capitalistas árabes (y con frecuencia de manera más feroz que por los capitalistas judíos ya que, en las empresas palestinas, el derecho del trabajo es aún el del antiguo imperio otomano).

Los obreros judíos han pagado ya un pesado tributo a la locura guerrera de la burguesía durante las cinco guerras que han sufrido desde 1948. Apenas salidos de los campos de concentración y de los ghettos de una Europa arrasada por la guerra mundial, los abuelos de los que hoy portan el uniforme de Tsahal fueron arrastrados a la guerra entre Israel y los países árabes. Después, sus padres pagaron el precio de sangre en las guerras de 1967, 73 y 82. Esos soldados no son terribles brutos que solamente piensan en asesinar a niños palestinos. Son jóvenes reclutados, obreros en su mayor parte, muertos de miedo y hastiados a quienes se les obliga a hacer funciones de policía y se les llena la cabeza sobre la “barbarie” de los árabes.

Los obreros palestinos también han pagado ya de manera terrible el precio de sangre. Expulsados de sus lugares en 1948 por la guerra llevada a cabo por sus dirigentes, han pasado la mayor parte de su vida en campos de concentración, enrolados voluntaria o forzosamente en la adolescencia en las milicias de Fatah y demás FPLP o Hamas. Sus mayores masacradores no son, por lo demás, los ejércitos de Israel, sino los de los países donde han estado hacinados, como Jordania o Líbano: en septiembre de 1970 (el “septiembre negro”), el “pequeño rey” Hussein los exterminó en masa, al grado de que alguno tuvieron que refugiarse en Israel para escapar a la muerte; en septiembre de 1982, fueron milicias árabes (cierto que cristianas y aliadas a Israel) las que los masacraron en los campos de Sabra y Chatila en Beirut.

Nacionalismo y religión, venenos para los explotados

Ahora, en nombre de la “patria palestina”, se quiere movilizar de nuevo a los obreros árabes contra los israelíes, es decir, en su mayoría, obreros israelíes, al igual que se demanda a estos últimos hacerse matar por la defensa de la “tierra prometida”, Eretz Israel.

De ambos lados corren de manera repugnante raudales de propaganda nacionalista, una propaganda embrutecedora destinada a transformar a los seres humanos en bestias feroces. Las burguesías israelí y árabe no han dejado de atizarla desde hace más de medio siglo. A los obreros israelíes y árabes, no se les ha dejado de repetir que deben defender la tierra de sus ancestros. Entre los primeros, se ha desarrollado, a través de una militarización sistemática de la sociedad, un psicosis de encerramiento con el fin de volverlos “buenos soldados”. Entre los segundos se ha anclado el deseo de agarrarse con Israel con el fin de encontrar un hogar. Y para esto, los dirigentes de los países árabes en los cuales se han refugiado les han mantenido durante décadas en campos de concentración, en condiciones de vida insoportables, en lugar de permitirles integrarse en la sociedad de esos países.

El nacionalismo es una de las peores iedologías que la burguesía ha inventado. Es la ideología que le permite ocultar el antagonismo entre explotadores y explotados, de agruparlos detrás de una misma bandera por la cual los explotados se hacen matar al servicio de los explotadores, por la defensa de los intereses de clase y de los privilegios de esos mismos explotadores.

Y para rematar todo esto, se añade a esta guerra el veneno de la propaganda religiosa, lo que permite crear los fanatismos más dementes. Los judíos son llamados a defender con su sangre el muro de las lamentaciones del Templo de Salomón. Los musulmanes deben dar su vida por la mezquita de Omar y los lugares santos del Islam. A quienes rechazan la idea, lo que pasa actualmente en Israel y Palestina, confirma muy bien que la religión es el “opio del pueblo” como lo decían los revolucionarios del siglo pasado. La religión tiene el objetivo de consolar a los explotados y los oprimidos. Para quienes la vida en la tierra es un infierno, está el cuento de que serán afortunados después de su muerte con la condición de que sepan ganarse su salvación. Y esta salvación, se gana a cambio de sacrificios, sumisión, es decir, a cambio del abandono de su vida al servicio de la “guerra santa”.

Que a finales del siglo XX, las ideologías y las supersticiones que remontan a la antigüedad o a la Edad Media sean aún abundantemente agitadas para arrastrar a los seres humanos al sacrificio de su vida, dice mucho sobre el estado de barbarien en el cual se hunde el Medio Oriente, al mismo tiempo que muchas otras partes del mundo.

Las grandes potencias responsables de la guerra

En cuanto a los países “desarrollados”, a las “grandes democracias” que hoy se pronunian con una falsa compasión sobre un Medio Oriente arrastrado por la fiebre guerrera, los Estados Unidos y los países de la Unión Europea especialmente, hay que denunciar su hipocresía repugnante.

Son los dirigentes de esas mismas potencias quienes han creado la situación infernal en la que mueren actualmente por cientos, y mañana tal vez por miles, los explotados de esta región.

Son las burguesías europeas, y particularmente la burguesía inglesa con su “declaración de Balfour” de 1917 las que, con el fin de dividir para mejor reinar, permitieron la constitución de un “hogar judío” en Palestina, favoreciendo así las utopías chovinistas del sionismo. Son esas mismas burguesías las que, al término de la segunda guerra mundial que acababan de llevar a cabo, se arreglaron para encaminar hacia Palestina a cientos de miles de judíos de Europa central salidos de los campos de concentración o que erraban lejos de su región de origen. Esto les permitía no tener que recibirlos en sus países.

Son estas mismas burguesías, inglesa y francesa primero, y luego la burguesía estadounidense, las que han armado hasta los dientes al Estado de Israel con el fin de atribuirle el papel de punta de lanza del bloque occidental en esta región durante el periodo de la guerra fría, mientras que la URSS, por su parte, armaba lo más posible a sus aliados árabes. Sin estos grandes “padrinos”, las guerras de 1956, 67, 73 y 82 no hubieran podido llevarse a cabo.

Con el hundimiento de la URSS y del bloque ruso se nos prometío una nueva “era de paz”. Esta mentira fue inmediatamente desmentida por la guerra del Golfo en 1991. Pero luego de ésta, la ilusión de una paz posible fue vertida por los discursos de los políticos y había estado en primera plana de los diarios. Fue el tiempo de la conferencia de Madrid en octubre de 1991 y de la “paz de Oslo” firmada en la Casa Blanca en septiembre de 1993.

Pero la paz no es posible en el capitalismo. Ya las horribles masacres en Yugoslavia lo demostraban en ese mismo momento. En cuanto a Medio Oriente, la paz quería decir una “Pax americana”, una presencia cada vez más pesada de la potencia americana en la región, lo que no deseaban otras burguesía a las que el fin de la amenaza soviética incitaba a afirmar sus propias ambiciones imperialistas.

Actualmente, todas estas burguesía afirman querer la paz. Lo que en verdad quieren es poner el pie o reforzar su posición en Medio Oriente, una de las zonas más envidiadas del mundo por su importancia económica y estratégica.

Para poner fin a la guerra, hay que derribar al capitalismo

Es por ello que en el conflicto entre Israel y Palestina, se encuentra a los Estados Unidos como padrino del primer paíse, mientras que otras potencias como Francia (como se ha visto durante el encuentro de París a inicios de octubre) se alinean detrás de las posiciones palestinas.

Hoy nuevamente, incluso con la desaparición de la URSS, las grandes potencias siguen echando gasolina al fuego, como lo han hecho abundantemente durante casi 10 años en Yugoslavia.

Es por ello que los obreros de los otros países, de las “grandes democracias”, cuyos dirigentes se llenan la boca con las palabras “paz” y “derechos del hombre” deben rehusarse a tomar partido por un campo burgués o por otro. En particular, deben evitar dejarse engañar por los discursos de los partidos que se reclaman de la clase obrera, los partidos de izquierda y de extrema izquierda que les piden manifestar su “solidaridad con las masas palestinas” en búsqueda del derecho a una “patria”. La patria palestina sólo será otro Estado burgués al servicio de la clase explotadora que oprimirá a esas mismas masas, con policías y prisiones. La solidaridad de los obreros de los países capitalistas más avanzados no debe ir hacia los “palestinos” como no debe ir hacia los “israelíes”, pues en ambos se encuentran tanto explotadores como expoltados. Esta solidaridad debe dirigirse hacia los obreros y desempleados tanto de Israel como de Palestina, que además llevan a cabo luchas contras sus explotadores a pesar del “lavado de cerebro” de que son víctimas, como les sucede a los obreros de todos los otros países del mundo. Y la mejor solidaridad que les pueden aportar no consiste ciertamente en alimentar sus ilusiones nacionalistas.

Esta solidaridad pasa, ante todo por el desarrollo de su combate contra el sistema capitalista responsable de todas las guerras, un combate contra su propia burguesía.

En Medio Oriente, tal como en muchas otras regiones del mundo arrasadas actualmente por la guerra, no hay una “paz justa” posible bajo el capitalismo. Incluso si la crisis actual no desemboca en una guerra abierta, incluso si los diferentes protagonistas llegan a entenderse esta vez, esta región seguirá siendo un polvorín listo para explotar.

La paz, la clase obrera deberá conquistarla derribando al capitalismo a escala mundial lo que hoy pasa por un desarrollo de sus luchas en su terreno de clase, contra los ataques económicos cada vez más duros que le asesta un sistema hundido en una crisis insuperable.

Contra el nacionalismo, contra las guerras en las cuales quieren entrañarles sus explotadores,

¡Proletarios de todos los países, únanse!


Boletín Comunista 45 - FICCI