Home  

MORAL PROLETARIA, LUCHA DE CLASES Y REVISIONISMO
(contribución al debate de la CCI actual sobre ética y marxismo)

El próximo congreso internacional de la CCI deberá discutir y probablemente adoptar un texto de orientación sobre la cuestión de la moral, titulado “Marxismo y ética”, del cual la Revista Internacional 127 ha publicado amplios extractos.
La adopción de tal texto sería dramático y representaría un paso más en la deriva teórico-política que vive esta organización desde hace ya algunos años.
En tanto que fracción de esta organización, pero sobre todo en tanto que militantes comunistas de la clase, consideramos que es nuestra responsabilidad combatir tal texto que introduce, en el campo proletario, una ideología no marxista y opuesta a los intereses del proletariado.
Es por ello que presentamos a continuación una contribución, “Moral proletaria, lucha de clases y revisionismo”, que proponemos como TEXTO DE ORIENTACIÓN ALTERNATIVO PARA EL PRÓXIMO CONGRESO DE LA CCI, el cual sometemos a la discusión, no solamente en la Corriente, sino sobre todo en el conjunto del campo proletario.
En nuestro próximo boletín publicaremos el complemento a este texto, que abordará en detalle sobre el artículo de la Revista Internacional.


Hace unos meses, cuando la CCI publicó un balance sobre el 17º congreso de Revolution International (su sección en Francia), nos enteramos de que, en el interior de la organización, existía, desde hacía dos años, un debate sobre moral y ética, el cual era considerado “crucial” para la clase obrera y sus minorías revolucionarias. Nos enteramos también de que la resolución al respecto había sido únicamente la de “proseguir el debate” debido al “riesgo de cierta fragmentación” (según elementos de la OPOP invitados), de “cierta dispersión” (según el relator del balance) reflejado durante el congreso. Sin embargo, el balance mantuvo completo silencio sobre los términos del debate, y solamente justificó la tal “fragmentación” como un “reflejo de la inmensidad de la tarea teórica”1. Semanas después, en el sitio web de la CCI, apareció un texto en francés, el cual, a pesar de su título: Marxisme et éthique (débat interne au CCI) [Marxismo y ética (debate interno en la CCI)2], y de asegurar que “algunos aspectos del debate han llegado a la madurez” ¡dejaba nuevamente en el secreto ese famoso “debate”!, ofreciéndonos solamente “amplios extractos” “accesibles para el lector no advertido” – a decir de la propia CCI- de un “texto de orientación” redactado al inicio de aquél. En suma, como resultado de su “inmensa y crucial tarea teórica”, lo único que, hasta ahora, nos ofrece la CCI es… una papilla a medio digerir, mezcla de kantismo, cristianismo tolstoiano y revisionismo, espolvoreada con una pizca de marxismo edulcorado.

Ante esto, solamente podemos preguntarnos ¿en qué medida habrá, en el interior de la CCI actual, un verdadero debate, esto es, un combate político que haga frente a esta “orientación” de la actual dirección liquidacionista? No lo sabemos, pero, en todo caso, el deber de nuestra fracción es participar en ese combate. No solamente porque seguimos denunciando y oponiéndonos abiertamente al actual proceso de degeneración oportunista de la CCI, sino, ante todo, porque es indispensable defender al campo proletario como un todo –y en especial a los elementos en búsqueda y grupos en formación- contra los intentos de hacer pasar las posiciones oportunistas y revisionistas a título de “profundizaciones del marxismo”. Así pues, en tanto la CCI se digna a darnos a conocer los términos de “su” debate, nos conformaremos con la crítica y denuncia a ese “texto de orientación”.

Debido al embrollo que presenta, no tanto el tema, sino el propio texto de la CCI que nos ocupa, nos parece conveniente exponer antes que nada nuestra propia postura, es decir, lo que para nosotros son los aspectos fundamentales del marxismo acerca de la moral, el combate contra la moral burguesa y las características de la moral proletaria. Tranquilizamos de antemano al lector advirtiendo que, por nuestra parte, no se trata de llevar a cabo una “inmensa” labor teórica, tal como lo pretende la CCI, sino sencillamente retomar el hilo de algunos de los textos de los revolucionarios marxistas del pasado que han abordado ya nítida y profundamente estas cuestiones.

Moral y marxismo

A lo largo de la historia de la lucha de la clase obrera, el marxismo ha tenido que abordar, en diferentes ocasiones, la cuestión de la moral, tanto en el plano del combate teórico, de la lucha contra la ideología dominante, como en el plano del combate político práctico del proletariado, especialmente en los momentos decisivos de su lucha de clase revolucionaria.

En el plano del combate teórico, el marxismo ha debido demostrar que la actual moral “oficial”, lejos de ser la expresión o encarnación de una supuesta moral eterna o natural, es tan sólo una moral limitada históricamente, correspondiente a un modo de producción -el capitalista- limitado también históricamente, y que, en suma, es solamente una parte de la ideología dominante. A la vez, ha establecido científicamente, desde el punto de vista materialista histórico, el origen y desarrollo de la moral. Así, ha levantado el velo místico, religioso, supranatural, que cubre a la moral, al establecer que los sentimientos morales tienen un origen completamente terrenal, en los instintos gregarios de los primates que dieron origen al hombre.

Todo lo que se aplica a los animales sociales se aplica también al hombre. Nuestros ancestros primates y los hombres primitivos que se desarrollaron a partir de ellos eran animales indefensos, débiles quienes, como la mayoría de los primates, vivían en tribus. En éstas tuvieron que surgir los mismos motivos e instintos sociales, los cuales posteriormente dieron lugar a los sentimientos morales. (…) La diferencia radica únicamente en la medida de la conciencia; tan pronto como estos sentimientos sociales se vuelven claros para los hombres, asumen el carácter de sentimientos morales” (A. Pannekoek. 1912. Marxismo y Darwinismo. VII: La sociabilidad del hombre).

La moral tiene, pues, un sustrato animal, común a todos los seres humanos: los instintos sociales. Sin embargo, el instinto social no es idéntico a la moral, ya que esta última es un producto específico de la sociedad propiamente humana. La moral surge y se modifica de acuerdo al desarrollo de la sociedad humana, es decir, en función, en última instancia, de los cambios que se operan en el modo de producción.

En el mundo animal, el rango y naturaleza del grupo social está determinado por las circunstancias de la vida, y por tanto el grupo casi siempre se mantiene igual (…) Entre los hombres, en cambio, los grupos, estas unidades sociales, cambian constantemente de acuerdo al desarrollo económico, y esto también cambia los instintos sociales. Los grupos originales, las hordas de gente salvaje y bárbara, estaban más fuertemente unidas que los grupos animales. Las relaciones familiares y un lenguaje común fortalecieron aún más esta unión. Cada individuo tenía el apoyo de la tribu entera. Bajo tales condiciones, los motivos sociales, los sentimientos morales, la subordinación del individuo al todo, debe haberse desarrollado al máximo. Con el desarrollo posterior de la sociedad, las tribus se disolvieron y su lugar fue ocupado por nuevas uniones, por ciudades y pueblos.” (Ídem3).

El hecho de que el desarrollo de la sociedad humana se haya basado, hasta ahora, en la creciente división entre diferentes grupos (tribus, pueblos, clases…) determina además que, mientras el instinto social apela a la cohesión de ésta en tanto que “especie”, la moral, en cambio, constituye un cuerpo de preceptos que rigen las relaciones entre individuos únicamente de un grupo social determinado con miras a su cohesión, defensa y preservación incluso frente a otros grupos sociales antagónicos.

Es así como, por ejemplo, mientras el instinto animal pone un límite a la violencia en el interior de cada especie de acuerdo a las necesidades de preservación de ésta (la lucha entre los machos, por ejemplo, sólo accidentalmente es mortal), la moral, en cambio, si por un lado estrecha los lazos de unión y solidaridad entre los miembros de un grupo, al mismo tiempo por otro cumple la función de justificar la violencia mortal y masiva hacia otros grupos de la propia especie, es decir, la guerra, la cual surge en una época muy temprana del desarrollo de la sociedad humana, con la creación de las primeras armas-herramientas y le acompaña hasta ahora.

Un medio adicional, al lado del trabajo en común y el lenguaje, que fortalece los impulsos sociales, lo constituye el desarrollo social a través del surgimiento de la guerra. No tenemos razón para suponer que el hombre primitivo fuera un ser guerrero (…) Esto cambia tan pronto el hombre se vuelve cazador, que tiene a su disposición herramientas, las cuales son utilizadas para matar (…) De este modo el progreso técnico permite que se desaten luchas, que el hombre mono no conocía, luchas no con animales de otras especies, sino con los miembros de la suya propia (…)” (K. Kautsky. 1906. La ética y la concepción materialista de la historia. Cap. V, 3, b: Guerra y propiedad.).4

Por último, el desarrollo social ha conducido al surgimiento de las clases sociales y, con ello, al surgimiento y existencia, en el seno de una misma sociedad, de morales diferentes, incluso antagónicas.

Si vemos, pues, que las tres clases que forman la sociedad moderna, la aristocracia feudal, la burguesía y el proletariado, poseen cada una su propia moral, necesariamente tendremos que deducir que los hombres, sea conciente o inconscientemente, derivan sus ideas morales, en última instancia, de las condiciones prácticas en que se basa su situación de clase: de las relaciones económicas en que producen y cambian lo producido. (…)

De acuerdo con eso, rechazamos toda pretensión de querer imponernos como ley eterna, definitiva, y por lo tanto, como ley moral inmutable, cualquier moral dogmática bajo el pretexto de que también el mundo moral tiene sus principios permanentes, que están por encima de la historia y de las diferencias nacionales. Por el contrario, afirmamos que hasta hoy toda teoría moral ha sido, en última instancia, producto de una situación económica concreta de la sociedad. Y como hasta hoy la sociedad se ha agitado entre antagonismos de clase, la moral ha sido siempre una moral de clase: o justificaba la dominación y los intereses de la clase dominante, o representaba, cuando la clase oprimida se hacía lo bastante poderosa, la rebelión contra dicho dominio y los intereses del futuro de los oprimidos.” (F. Engels. 1878. Anti-Dühring.- Sección Primera.- IX: Moral y Derecho. Verdades eternas).

Así, pues, en la actual sociedad capitalista, la noción acerca de la existencia de una moral de validez general, independiente y por encima de las clases, es sólo una mistificación mantenida por la propia burguesía con miras imponer su propia moral al proletariado y demás clases explotadas. Esta imposición es un recurso ideológico más para justificar y reforzar su dominación de clase y, asimismo, un medio para frenar el surgimiento y propagación de los sentimientos morales de solidaridad y rebelión propios del proletariado. Por ello, el combate del marxismo, en el plano de la moral, ha tenido siempre como eje principal la denuncia de esta mistificación, junto con la de todas las argucias de los ideólogos de la clase dominante para mantenerla.

La moral burguesa y la guerra

Pero ¿por qué la idea de la existencia de una moral de validez general -de la que la actual moral dominante sería la encarnación- tiene tanto arraigo, la fuerza de una idea de “sentido común”, de un prejuicio? Por una parte, porque la moral burguesa retoma para sí misma, modificándolos más o menos, los valores morales que han surgido desde que la sociedad se ha dividido en clases, de tal manera que estos parecen haber existido desde hace una eternidad.

“[Se nos dirá:] ‘Existen (…) verdades eternas, tales como la libertad, la justicia, etc., que son comunes a todo estado de la sociedad. Pero el comunismo quiere abolir estas verdades eternas, quiere abolir la religión y la moral (…)’ ¿A qué se reduce esta acusación? La historia de todas las sociedades que han existido hasta hoy se desenvuelve en medio de contradicciones de clase (…) Pero cualquiera que haya sido la forma de estas contradicciones, la explotación de una parte de la sociedad por otra es un hecho común a todos los siglos anteriores. Por consiguiente, no tiene nada de asombroso que la conciencia social de todos los siglos, (…) se haya movido dentro de ciertas formas comunes –formas de conciencia- que no desaparecerán completamente más que con la desaparición definitiva de los antagonismos de clase. La revolución comunista es la ruptura más radical con las relaciones de propiedad tradicionales; nada de extraño tiene que en el curso de su desarrollo rompa de la manera más radical con las ideas tradicionales.” (C. Marx y F. Engels. 1847. Manifiesto Comunista. II.- Proletarios y comunistas).

En etapas iguales o aproximadamente iguales de desarrollo económico, las teorías morales tienen necesariamente que coincidir, en mayor o menor grado. Desde el momento en que se desarrolla la propiedad privada sobre las cosas muebles, se imponen necesariamente en todas las sociedades en que rige esa propiedad privada, como precepto moral, común a todas, el de ‘no robarás’. ¿Es que este precepto se trasforma por ese solo hecho en norma eterna de moral? Nada de eso. En una sociedad de la que hubiesen desaparecido los móviles del robo (…) la verdad eterna de ‘no robarás’, sería objeto de la chacota general.” (F. Engels. 1878. Anti-Dühring.- Sección Primera.- IX: Moral y Derecho. Verdades eternas)).

Por otra parte, los ideólogos del orden burgués han levantado, a su vez, una serie de sistemas “científico-filosóficos” para justificar la moral burguesa como la única moral “humana”, posible y eterna. El marxismo los ha echado abajo, uno tras otro. Entre estos sistemas destacan -por la influencia que han llegado a tener, incluso en el movimiento obrero- el “darwinismo social” y la teoría de Kant.

Bajo el título de “darwinismo social” agrupamos las teorías que establecen una analogía entre la biología animal y la sociedad humana para justificar el orden y moral actualmente establecidos. Por una parte, las que, mediante la trasplantación de una interpretación vulgar de la teoría de la evolución natural de Darwin a la sociedad –según la cual la vida se reduce al “predominio del más fuerte”- justifican la encarnizada lucha entre los hombres y la ausencia de lazos de solidaridad que provoca la competencia mercantil capitalista. El marxismo ha puesto al descubierto cómo las doctrinas “naturalistas” y la “sociales” se han retroalimentado una a la otra para “probarse” como verdades absolutas:

Toda la doctrina darwinista de la lucha por la existencia no es más que la transposición pura y simple de la teoría de Hobbes sobre ‘la guerra de todos contra todos’, la tesis de los economistas burgueses de la competencia y la teoría maltusiana de la población, del dominio social al de la naturaleza viva. Tras de hacer ese juego de manos (…), se transpone esas mismas teorías de la naturaleza orgánica a la historia y se pretende luego haber probado su validez como leyes eternas de la sociedad humana”. (F. Engels. 1875. Carta a Piotr Lavrovich Lavrov).

Asimismo, el marxismo ha puesto al descubierto la falsedad de teorías darwinistas simétricas, las cuales pretenden probar, en cambio, la posibilidad de una armonía universal, la colaboración entre las clases, en el marco del propio capitalismo. En este sentido, consideran la moral como un producto meramente biológico, identificándola con los instintos sociales, haciendo abstracción nuevamente de su carácter eminentemente social e histórico:

El utilitarismo "evolucionista" de Spencer nos deja igualmente sin respuesta a medio camino, pues siguiendo las huellas de Darwin intenta resolver la moral histórica concreta en las necesidades biológicas o en los "instintos sociales" propios de la vida animal gregaria, mientras que el concepto mismo de moral surge sólo en un medio dividido por antagonismos, es decir, en una sociedad dividida en clases.

El evolucionismo burgués se detiene impotente en el umbral de la sociedad histórica, pues no quiere reconocer el principal resorte de la evolución de las formas sociales: la lucha de clases. La moral sólo es una de las funciones ideológicas de esa lucha. La clase dominante impone a la sociedad sus fines y la acostumbra a considerar como inmorales los medios que contradicen esos fines. Tal es la función principal de la moral oficial. Persigue "la mayor felicidad posible", no para la mayoría, sino para una exigua minoría, por lo demás, sin cesar decreciente. Un régimen semejante no podría mantenerse ni una semana por la sola coacción. Tiene necesidad del cemento de la moral.” (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.- Jesuitismo y utilitarismo).

En cuanto a la teoría moral de Kant, ésta constituye la forma más acabada, más general y abstracta, de la teoría moral burguesa. Se expone como una serie de principios válidos para cualquier ser inteligente –humano o no-, por encima del tiempo y del mundo real. La “ley fundamental de la razón práctica pura” de Kant es: Obra según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal.

Este principio de ninguna manera es sorprendentemente nuevo. Constituye únicamente la traducción filosófica del antiguo precepto: no hagas a los otros lo que no quieras que te hagan a ti. Lo único nuevo es la declaración de que este precepto forma una revelación de un mundo inteligible; una revelación que, con la mayor aplicación de la perspicacia filosófica fue descubierta como un principio que se aplica no sólo a la humanidad, ‘sino a todos los seres finitos que poseen razón y voluntad, e incluso al Ser Infinito en tanto que la mayor inteligencia’.” (K. Kautsky. 1906. La ética y la concepción materialsita de la historia. Cap III. La ética de Kant.- II. La ley moral) .5

Algunas variantes de kantismo han aparecido, en más de una ocasión, incluso en corrientes políticas del propio movimiento obrero, las cuales consideran “negativa” la lucha de clases y preconizan, en cambio, la conciliación de éstas, corrientes tales como el reformismo y el revisionismo. Su premisa es la existencia de una moral que debe regir, “a pesar de todo”, la vida normal, cotidiana de los seres humanos, y esto incluso “por encima de la lucha de clases”.

Sin embargo, ¿es que no existen reglas elementales de moral, elaboradas por el desarrollo de la Humanidad en tanto que totalidad, y necesarias para la vida de la colectividad entera? Existen, sin duda; pero la virtud de su acción es extremadamente limitada e inestable. Las normas ‘universalmente válidas’ son tanto menos actuantes cuanto más agudo es el carácter que toma la lucha de clases. La forma suprema de ésta es la guerra civil; ella provoca la explosión de todos los lazos morales entre las clases enemigas. (…) Las supuestas reglas ‘generalmente reconocidas’ de la moral conservan en el fondo un carácter algebraico, es decir, indeterminado. Expresan únicamente el hecho de que el hombre, en su conducta individual, se encuentra ligado por ciertas normas generales, que se desprenden de su pertenencia a una sociedad. El ‘imperativo categórico’ de Kant es la más elevada generalización de esas normas (…) [Pero] ese imperativo no encierra en sí absolutamente nada de categórico, puesto que no posee nada de concreto. Es una forma sin contenido.

La causa de la vacuidad de las normas universalmente válidas se encuentra en el hecho de que en todas las cuestiones decisivas, los hombres sienten su pertenencia a una clase, mucho más profunda e inmediatamente que su pertenencia a una ‘sociedad’. Las normas ‘universalmente válidas’ se cargan, en realidad, con un contenido de clase, es decir, antagónico. La norma moral se vuelve tanto más categórica cuanto menos ‘universal’ es. La solidaridad obrera, sobre todo durante las huelgas o tras las barricadas, es infinitamente más ‘categórica’ que la solidaridad humana en general.

La burguesía, que sobrepasa en mucho al proletariado por lo acabado y lo intransigente de su conciencia de clase, tiene un interés vital en imponer su moral a las masas explotadas. Precisamente por eso las normas concretas del catecismo burgués se cubren con abstracciones morales que se colocan bajo la égida de la religión, de la filosofía o de esa cosa híbrida que se llama ‘sentido común’. El invocar las normas abstractas no es un error filosófico desinteresado, sino un elemento necesario en la mecánica de la engañifa de clase. La divulgación de esa engañifa, que tiene tras de sí una tradición milenaria, es el primer deber del revolucionario proletario.” (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.- “Reglas morales universalmente válidas”).

Ahora bien. ¿Cuáles son, específicamente, las normas de esta moral de la burguesía? No nos proponemos recorrer aquí el código moral de la burguesía, sin embargo, podríamos sintetizarlo en el viejo lema de “libertad, igualdad y fraternidad”, el cual engloba dos aspectos concretos que son, a nuestro parecer, los fundamentales de la moral propiamente burguesa: el individualismo y el patriotismo.

A las condiciones de la producción capitalista, en las que, por un lado, rige la competencia industrial y comercial entre capitalistas privados y, por otro, el trabajo asalariado “libre”, corresponde una moral individualista, el enaltecimiento de las cualidades personales para “triunfar” (capacidad y fuerza individuales, ambición, audacia, competitividad), y la agresividad individual contra los demás por la existencia, como si los individuos no dependieran ya de los lazos sociales para sobrevivir y la sociedad fuera una jungla regida únicamente por “la ley del más fuerte”. “Triunfar a costa de lo que sea y de quien sea”, “pasar por encima de los demás” no solamente se vuelve algo moralmente aceptado en todos los ámbitos, sino que se convierte en una norma moral general, bajo la que los individuos son educados desde su infancia.

Por esta razón, bajo el capitalismo, el mundo humano se parece más al mundo de los animales rapaces, y por esta misma razón los burgueses darwinistas buscan entre los animales que viven aislados al prototipo del hombre. Son llevados a esto por su propia experiencia. Su error, sin embargo, consiste en considerar las condiciones capitalistas como eternas.” (A. Pannekoek. 1912. Marxismo y Darwinismo. X. Capitalismo y socialismo).

Para la clase de los capitalistas “el terreno del trabajo se convierte en un campo de batalla (…) La lucha no estalla solamente entre los productores locales individuales; las contiendas locales van cobrando a su vez volumen nacional, y surgen las guerras comerciales (…) Hasta que, por fin, la gran industria y el surgimiento del mercado mundial dan carácter universal a la lucha, a la par que le imprimen un encono antes nunca visto. Lo mismo entre los capitalistas individuales que entre industrias y países enteros, la primacía de las condiciones naturales o artificialmente creadas de la producción, decide la lucha por la existencia. El que sucumbe es arrollado sin piedad. Es la lucha darwinista por la existencia individual, trasplantada, con redoblada furia, de la naturaleza a la sociedad. El estado natural de la bestia se convierte en la cumbre del desarrollo humano (…)” (F. Engels. 1878. Anti-Dühring.- Sección Tercera. Socialismo- II. Esbozo teórico).

Para la clase de los proletarios, la “libertad individual” tiene el doble sentido de que, por un lado el obrero es “libre” en relación a los medios de producción, es decir carece completamente de estos, y, por el otro, el de que se presenta “libre”, es decir aislado, en competencia con los demás obreros por el trabajo, frente al capitalista.

Los obreros deben tener libre control sobre sí mismos, y no estar atados a las obligaciones feudales o de las guildas, ya que solamente como obreros libres pueden vender su fuerza de trabajo a los capitalistas (…) Anteriormente la gente del pueblo no estaba aislada; pertenecía a alguna corporación; se hallaba bajo la protección de algún señor o comuna (…) Era parte de un grupo social frente al cual tenía obligaciones y del cual recibía protección. La burguesía abolió estos deberes; destruyó las corporaciones y abolió las relaciones feudales. La liberación del trabajo significó al mismo tiempo el despojo de cualquier medio de protección y el que no podía ya contar con otros. Cada quien tiene que contar únicamente consigo mismo. Aislado, libre de todos los lazos y protección, debe luchar contra todos.” (A. Pannekoek. 1912. Marxismo y Darwinismo. X: Capitalismo y socialismo).

Lo anterior no significa, sin embargo, que la clase capitalista haya prescindido absolutamente de los resortes morales de cohesión social, todo lo contrario. Históricamente, la defensa de sus propios intereses de clase llevó a la burguesía a su unificación política a través de la creación de los Estados nacionales, primero contra el antiguo poder feudal, después como medio para enfrentar la competencia en el mercado mundial contra las demás burguesías mundiales, y siempre como medio para enfrentar a su clase enemiga: el proletariado.

A esta propiedad privada moderna corresponde el Estado moderno. (…) La burguesía (…) se halla obligada a organizarse en un plano nacional y no ya solamente en un plano local y a dar a sus intereses comunes una forma general. Mediante la emancipación de la propiedad privada con respecto a la comunidad, el Estado cobra una existencia propia junto a la sociedad civil y al margen de ella; pero no es tampoco más que la forma de organización a que necesariamente se someten los burgueses, tanto en lo interior como en lo exterior, para la mutua garantía de su propiedad y de sus intereses.” (C. Marx y F. Engels. 1846. La ideología alemana.- Cap. I. Feuerbach.- IV-11. La actitud del Estado y del derecho hacia la propiedad).

Cada burguesía reviste, asimismo, su ideología nacional, con una “forma general”. Se apropia de toda la historia y cultura de los pueblos antiguos, mistificándolas de tal manera que el Estado nacional aparece como la suma y meta final de aquéllas. Al lenguaje, la “raza”, la religión, las costumbres, la educación escolar… los convierte en otros tantos medios para estrechar los lazos sociales alrededor del Estado burgués. En el plano de la moral, adapta o crea sus propios sentimientos de cohesión social, tales como el “amor a la tierra natal”, la “defensa de la familia”, la “hermandad de sangre”, imprimiéndoles el sello del patriotismo; busca imponer a toda costa la identidad nacional por encima de cualquier otra forma de cohesión social, especialmente por encima de la pertenencia a una determinada clase social; finalmente, la burguesía culmina su obra cuando es capaz de arrastrar, tras la defensa de sus propios intereses nacionales, a todas las otras clases sociales, en especial al proletariado, apelando a sentimientos morales tales como el honor, el heroísmo, el espíritu de sacrificio hasta la inmolación… en nombre de la “defensa de la patria”.

Como todas las demás formas ideológicas, la moral burguesa tiene también su propia historia. En el ascenso revolucionario de la burguesía como clase, el ideal moral de igualdad y libertad individual constituye una poderosa palanca para remover las tradiciones heredadas del feudalismo, las cuales constituían otras tantas trabas para el avance del capitalismo.

La burguesía ha desempeñado en la historia un papel altamente revolucionario. Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía ha destruido las relaciones feudales, patriarcales, idílicas. Las abigarradas ligaduras feudales que ataban al hombre a sus ‘superiores naturales’ las ha desgarrado sin piedad para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio. Ha sustituido las numerosas libertades escrituradas y adquiridas por la única y desalmada libertad de comercio. En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada y brutal” (C. Marx y F. Engels. 1847. Manifiesto Comunista. I.- Burgueses y proletarios).

La época de expansión del capitalismo por todo el mundo, de creación de los estados nacionales y del comercio mundial, se expresa en la pujanza de la moral conquistadora, individualista y patriota al mismo tiempo. Esta moral alcanza su cumbre al llegar a su remate la época de ascenso del capitalismo, en los países democráticos del centro del capitalismo, y se sintetiza en el “ciudadano democrático”: el individuo que “progresa”, que alcanza el “bienestar” a partir de “su propio esfuerzo”, y que cumple con su “deber cívico” de votar para elegir a sus gobernantes. Es en esta época de aparente bienestar social y aparente atenuación de las contradicciones de clase, que la moral burguesa aparece con mayor fuerza como expresión y remate de una moral humana eterna.

Para asegurar el triunfo de sus intereses en las grandes cuestiones, las clases dominantes se ven obligadas a hacer concesiones en las cuestiones secundarias; claro que hasta la medida en que esas concesiones quepan dentro de su contabilidad. En la época del ascenso capitalista, sobre todo, durante las últimas decenas de años anteriores a la guerra, esas concesiones, por lo menos en lo que concierne a las capas superiores del proletariado, tuvieron un carácter enteramente real. La industria de esas épocas progresaba sin cesar. El bienestar de las naciones civilizadas, parcialmente también el de las masas obreras, se acrecentaba. La democracia parecía inquebrantable. Las organizaciones obreras crecían. Al mismo tiempo que ellas, crecían también las tendencias reformistas. Las relaciones entre las clases, por lo menos exteriormente, se suavizaban. Así se establecían en las relaciones sociales, junto a las normas de la democracia y a los hábitos de paz social, ciertas reglas elementales de moral. Se forjaba la impresión de una sociedad cada día más libre, justa y humana. La curva ascendente del progreso parecía infinita al ‘sentido común’ ”. (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.- Crisis de la moral democrática).

Pero el capitalismo alcanzó su límite histórico. La libre competencia y la expansión comercial por todo el mundo dieron paso al monopolio, al imperialismo, al capitalismo de Estado y, finalmente, a las guerras generalizadas entre todas las potencias imperialistas por el reparto del globo, y con ello a una carnicería humana (la primera guerra mundial), a una miseria y barbarie sin precedentes en la historia. Y así, con la decadencia del sistema capitalista sobrevino, igualmente, la decadencia y putrefacción de la propia moral burguesa.

[En lugar de la democracia, la paz social, el progreso] “estalló la guerra, con su cortejo de conmociones violentas, de crisis, de catástrofes, de epidemias, de saltos atrás. La vida económica de la humanidad se encontró en un callejón sin salida. Los antagonismos de clase se exacerbaron y se manifestaron a plena luz. Los mecanismos de seguridad de la democracia comenzaron a hacer explosión uno tras otro. Las reglas elementales de la moral se revelaron todavía más frágiles que las instituciones de la democracia y las ilusiones del reformismo. La mentira, la calumnia, la venalidad, la corrupción, la violencia, el asesinato cobraron proporciones inauditas. A los espíritus sencillos y abatidos pareció que semejantes inconvenientes era resultado momentáneo de la guerra. En realidad, eran y siguen siendo manifestaciones de decadencia del imperialismo. La putrefacción del capitalismo significa la putrefacción de la sociedad contemporánea, con su derecho y con su moral.” (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.- Crisis de la moral democrática).

Actualmente, cuando la burguesía, espoleada por la crisis económica se encamina nuevamente, cada vez más abierta y aceleradamente, hacia otra guerra imperialista mundial, su moral vuelve a evidenciar toda su putrefacción, y todo su contenido como un poderoso medio ideológico para arrastrar al proletariado al matadero. Basta con recordar, como mero ejemplo, el derrumbe de las torres gemelas de Nueva Cork en 2001: El gobierno de Bush –el más alto representante de la burguesía mundial- exhibía el mayor de los cinismos e hipocresía posibles, al mentir sobre su “sorpresa e indignación” –cuando, como se sabe ahora, por lo menos era un cómplice pasivo de los terroristas-, al fingir los más nobles sentimientos de dolor y solidaridad hacia las víctimas, cuando en realidad éstas le brindaban el medio ideal para justificar su marcha hacia la guerra, y concretamente el envío de los “boys” al matadero de Afganistán e Irak.6 Al mismo tiempo, la burguesía levantó, a través de todos sus medios de penetración ideológica, una aplastante campaña que tuvo como punta de lanza precisamente la manipulación moral de la población, con temas como la “solidaridad humana” con las víctimas de la “barbarie terrorista”, el “orgullo nacional” contra el ataque del “enemigo exterior”, la lucha de “la democracia contra el fundamentalismo”, “la seguridad contra la amenaza”, “el bien contra el mal”, etc. Campaña cuyo objetivo no era otro que hacer que el proletariado y demás explotados se “cohesionaran” detrás del Estado burgués, y admitieran pasivamente, en nombre de la “moral”, toda la política (y cada una de las medidas necesarias para ella) de su burguesía encaminadas hacia la preparación guerrera, desde la restricción de las “libertades” individuales, pasando por la represión, la tortura, el asesinato y el establecimiento de un estado de emergencia interior, hasta el lanzamiento de la “guerra preventiva” –con la consiguiente masacre de poblaciones enteras- contra cualquier país “sospechoso”. Y son todas las burguesías nacionales del mundo, comenzando por las de las grandes “democracias”, las que le siguen los pasos a la estadounidense, provocando o aprovechando cualquier acontecimiento que mueve las fibras sentimentales de la población (desde los actos terroristas y las catástrofes naturales, hasta los espectáculos deportivos) para inyectar, a través del miedo, esta moral podrida: el patriotismo más recalcitrante, el odio mortal hacia el “extraño”, la aceptación de la “seguridad” detrás del siniestro aparato represivo y militar del Estado. De este modo, actualmente, la moral burguesa, entre más insidiosamente se implanta como medio de “cohesión social” en el plano nacional, más se presenta como un medio para la propia destrucción de la sociedad humana como un todo.

Moral proletaria y revolución

[Pero] “la condición de existencia del capital es el trabajo asalariado. El trabajo asalariado descansa exclusivamente sobre la competencia de los obreros entre sí. El progreso de la industria, del que la burguesía, incapaz de oponérsele, es agente involuntario, sustituye el aislamiento de los obreros, resultante de la competencia, por su unión revolucionaria mediante la asociación. Así, el desarrollo de la industria socava bajo los pies de la burguesía las bases sobre las que ésta produce y se apropia de lo producido. La burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros.” (C. Marx y F. Engels. 1847. Manifiesto Comunista. I.- Burgueses y proletarios).

El proletariado es, pues, a la vez, una clase explotada y una clase revolucionaria. En tanto que “clase para el capitalismo”, el proletariado existe solamente como una mera suma de individuos atomizados, dominados por la moral –y por toda la ideología- burguesa, que compiten permanentemente entre sí, primero para obtener un trabajo asalariado, y enseguida para conservarlo. Pero el propio desarrollo del capitalismo, que concentra a los trabajadores asalariados en grandes empresas y ciudades para explotarlos y los arroja -especialmente con la crisis económica- a la miseria, hace surgir la lucha de clase del proletariado. Entonces el proletariado se eleva como “clase para sí”: conduce su lucha contra la explotación asalariada hasta el cuestionamiento del sistema capitalista entero, crea sus organizaciones –tanto de masas, como de la vanguardia dirigente- y forja su conciencia de clase, es decir la conciencia de sus propios intereses y objetivos revolucionarios. Es en este proceso, en ruptura con la ideología burguesa y como parte integrante de la conciencia de clase, que surge también la moral específicamente proletaria. Sus características esenciales se desprenden de aquí:

Una moral de clase

La moral proletaria es la primera que declara abierta y tajantemente su carácter específico de clase. En la medida en que la lucha de clase del proletariado representa la única posibilidad de supervivencia de la humanidad, la moral proletaria es más promisoria, si se quiere “más humana”, que la burguesa. Sin embargo, la moral proletaria no es “LA moral humana” al fin encontrada –como no lo fueron tampoco las otras morales de clase.

¿Cuál es pues la [moral] verdadera? En sentido absoluto y definitivo, ninguna; pero evidentemente, la que contendrá más elementos prometedores de duración será aquella moral que representa en la actualidad la subversión del presente, el porvenir; es decir, la moral proletaria. (…) Es indudable que se ha efectuado, en rasgos generales, un progreso en la moral, así como en las demás ramas del conocimiento humano. Pero, no hemos salido todavía de la moral de clase. Una moral realmente humana, sustraída a los antagonismos de clase o a reminiscencia de ellos, únicamente será factible cuando la sociedad alcance un grado de desarrollo en que no sólo se haya superado el antagonismo de las clases, sino en que también el mismo se haya olvidado en las prácticas de la vida.” (F. Engels. 1878. Anti-Dühring.- Sección Primera.- IX: Moral y Derecho. Verdades eternas).

Por lo demás, la historia ha sancionado ya como una “vía muerta” los intentos de diferentes corrientes políticas del movimiento obrero que, dentro de su programa, incluían imponer a toda la sociedad una especie de “código moral proletario”, a título de moral humana, en el marco del propio capitalismo. Tal fue, primero, el caso del socialismo utópico que precedió al marxismo, el cual terminó en la formación de sectas místicas y contrarrevolucionarias, al margen del movimiento del proletariado; y, posteriormente del reformismo y revisionismo de finales del siglo XIX, el cual comenzó pregonando la colaboración de clases y terminó traicionando a la clase obrera, al estallar la primera guerra mundial.

Moral proletaria y lucha de clase

La moral proletaria no proviene, pues, de la vida cotidiana de los obreros aislados, ya que como tales se hallan bajo el dominio de la moral burguesa. La moral proletaria proviene de la actividad de los obreros en cuanto “clase para sí”, es decir de su lucha de clase.

Por cierto, la moral proletaria influye también en la vida cotidiana de las masas proletarias, fuera de las luchas abiertas, pero solamente como consecuencia de éstas. Es así como, en la fase de ascenso del capitalismo, en la que la clase obrera logró arrebatarle al capital ciertas demandas económicas en forma duradera, y en tanto que podían existir organizaciones proletarias de masas permanentes, la clase pudo promover ciertos aspectos de solidaridad, de ayuda, de cohesión en el plano de la vida cotidiana (cajas de ayuda mutua, escuelas, cooperativas…).

Aún hoy, en la fase de decadencia del capitalismo, en la cual los intentos de organización permanente de las masas obreras son rápidamente absorbidos por la maquinaria estatal, y los logros en relación a demandas económicas son rápidamente superadas por nuevos ataques del capital, todavía podemos observar, en los periodos de ascenso de la lucha de clases, y en la medida en que el proletariado tiende a romper con la moral burguesa, cómo esta ruptura repercute, al menos parcial y temporalmente, también en la vida cotidiana (las mujeres adquieren un estatuto de igualdad en relación a los hombres, se reduce la violencia intrafamiliar y el alcoholismo, la vida de barrio se anima y se producen rasgos de solidaridad…).

Sin embargo, dado el dominio de la ideología y moral burguesas, la influencia de la moral proletaria en la vida cotidiana de los trabajadores es una dimensión limitada y secundaria. Además, la moral proletaria es no solamente un reflejo de la lucha de clase del proletariado, sino, ante todo, un poderoso instrumento para impulsarla.

Moral y conciencia de clase

En tanto que parte integrante de la conciencia de clase, la moral proletaria sigue, en líneas generales, la misma dinámica de aquélla. La conciencia de clase del proletariado es un proceso con una dinámica peculiar, determinada por el choque permanente contra la ideología burguesa en general dominante: Por una parte, tiende a extenderse cada vez más masivamente en la clase en forma de flujos y reflujos, principalmente en función del ascenso o descenso del propio movimiento de las masas proletarias; alcanza su máxima extensión en periodos revolucionarios, pero desaparece casi por completo en periodos de derrota y contrarrevolución. Por otra parte, la conciencia de clase no es un mero reflejo de las luchas inmediatas espontáneas del proletariado que aparece y desaparece con éstas, sino que, por el contrario, mantiene una continuidad a lo largo de la historia de la lucha del proletariado, la cual se expresa en la existencia, tanto de su programa político, como de sus organizaciones revolucionarias permanentes –las que, por encima de los vaivenes de la lucha de clases, se encargan de salvaguardar, profundizar y transmitir esa conciencia al conjunto de la clase-.

Análogamente, si bien a través de la historia de la lucha de clases el proletariado ha ido forjando una “tradición” moral propia, ésta pervive ante todo –y no sin una lucha constante contra la ideología dominante- en el seno de sus organizaciones revolucionarias, rigiendo las relaciones de solidaridad y confianza entre sus militantes. En cambio, tal moral no es una adquisición permanente de las masas proletarias, sino que tiende a extenderse y extinguirse entre ellas, también en función de los periodos de avance y retroceso de la lucha de clases.

La idealización de las masas nos es extraña. Las hemos visto en circunstancias variadas, en diversas etapas, en medio de los más grandes sacudimientos políticos. Hemos observado su lado fuerte y su lado débil. El fuerte, la decisión, la abnegación, el heroísmo, encontraron siempre su expresión más alta en los períodos de ascenso de la revolución. En aquellos momentos, los bolcheviques estuvieron a la cabeza de las masas. Otro capítulo de la historia se abrió en seguida, cuando se revelaron los lados débiles de los oprimidos: heterogeneidad, falta de cultura, horizontes limitados. Fatigadas, distendidas, desilusionadas, las masas perdieron confianza en ellas mismas y cedieron su sitio a una nueva aristocracia. En este período, los bolcheviques (los "trotskistas") se hallaron aislados de las masas.” (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.- Interdependencia dialéctica del fin y los medios).

(…) las masas de ningún modo son iguales a sí mismas: hay masas revolucionarias, hay masas pasivas, hay masas reaccionarias. En períodos diferentes, las mismas masas se hallan inspiradas por sentimientos y objetivos diferentes. Precisamente de ello se desprende la necesidad de una organización centralizada de la vanguardia. Sólo el partido, utilizando la autoridad conquistada, es capaz de superar las oscilaciones de la propia masa. Atribuir a ésta rasgos de santidad y reducir su programa a una "democracia" informe es disolverse en la clase tal cual es ella, cambiarse, de vanguardia en retaguardia y renunciar así a las tareas revolucionarias.” (L. Trotsky. 1939. Moralistas y sicofantes contra el marxismo.- Las masas no tienen nada que ver aquí –Publicado como apéndice de la obra: Su moral y la nuestra).

¿Cuál es la moral proletaria?

Ahora bien, ¿cuáles son, específicamente, los valores morales proletarios? De lo dicho hasta aquí se sigue que, evidentemente, no se trata de definir un nuevo “código moral”, un dogma abstracto que juzgaría de antemano, independientemente de cada situación concreta, la validez de cualquier acción del proletariado. Solamente podemos presentar los principios fundamentales que se desprenden de la propia experiencia histórica de la lucha del proletariado contra la burguesía, de las tareas que le ha impuesto su propio programa revolucionario. Estos principios morales se pueden englobar o sintetizar en dos: solidaridad internacional y voluntad revolucionaria.

La lucha de clases en el interior de los estados burgueses contra las clases dominantes y la solidaridad internacional de los proletarios de todos los países son dos reglas vitales inseparables de la clase obrera en su lucha de liberación histórico-mundial. No hay socialismo sin lucha de clases. El proletariado internacional no puede renunciar, ni en la guerra ni en la paz, a riesgo de suicidarse, a la lucha de clases y a la solidaridad internacional.” (Rosa Luxemburg, 1916. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional. Publicado como anexo al folleto “La crisis de la socialdemocracia” –el “Folleto de Junius”-)7.

- La solidaridad internacional significa la cohesión del proletariado en su existencia como clase mundial, con los mismos intereses y objetivos, y enfrentada a la clase capitalista. Es, primeramente, la antítesis de la competencia entre los obreros.

La concentración del capital mina al capital mismo, ya que disminuye a la burguesía cuyo interés es mantener el capitalismo, e incrementa la masa que busca abolirlo. En este desarrollo, una de las características del capitalismo es gradualmente abolida. En el mundo donde cada uno lucha contra todos y todos contra cada uno, una nueva asociación se desarrolla entre los obreros, la organización de clase. Las organizaciones de la clase obrera comienzan por acabar con la competencia existente entre los obreros y combina sus fuerzas separadas en una gran potencia en su lucha con el mundo exterior. Todo lo que se aplica a los grupos sociales se aplica también a esta organización de clase, producida por condiciones naturales. En las filas de esta organización de clase, los motivos sociales, los sentimientos morales, el espíritu de sacrificio y devoción hacia el cuerpo entero se desarrolla de la manera más espléndida. Esta sólida organización proporciona a la clase obrera la mayor fuerza que requiere para vencer a la clase capitalista. La lucha de clase, que no es una lucha con herramientas, sino por la posesión de las herramientas, una lucha por el derecho a dirigir la industria, estará determinada por la fuerza de la organización de clase.” (A. Pannekoek. 1912. Marxismo y Darwinismo. X: Capitalismo y socialismo).

Al mismo tiempo, la solidaridad proletaria internacional es también la antítesis de la moral patriótica burguesa, e implica especialmente el rechazo a las guerras imperialistas, a las cuales la burguesía busca arrastrar al proletariado precisamente por medio de la ideología nacionalista, como única “solución” a la crisis de su sistema.

La acción de clase del proletariado de todos los países ha de orientarse, en la paz como en la guerra, a combatir al imperialismo y a impedir las guerras en tanto que su meta principal. (…) toda actividad del movimiento obrero deben subordinarse al objetivo de oponer al máximo en todos los países al proletariado con la burguesía nacional, de destacar en todo momento el antagonismo político y espiritual entre ambos, así como, al mismo tiempo, poner en un primer plano y fomentar el sentimiento de comunidad internacional de los proletarios de todos los países. (…)

La tarea más inmediata del socialismo es la liberación espiritual del proletariado de la tutela de la burguesía, que se manifiesta en la influencia de la ideología nacionalista. Las secciones nacionales han de orientar su agitación (…) a denunciar la fraseología tradicional del nacionalismo en tanto que instrumento burgués de dominación. (…) La patria de los proletarios, a cuya defensa ha de subordinarse todo lo demás, es la Internacional socialista.” (Rosa Luxemburg, 1916. Tesis sobre las tareas de la socialdemocracia internacional. Publicado como anexo al folleto “La crisis de la socialdemocracia” –el “Folleto de Junius”-).

- En cuanto a la voluntad revolucionaria, ésta significa la disposición moral del proletariado a emplear todos los medios necesarios para llevar adelante su lucha hasta el derrocamiento completo del sistema capitalista. Lo anterior implica una ruptura lo más profunda posible con los prejuicios morales dominantes que condicionan el mantenimiento del “orden” social y el respeto y defensa de la propiedad privada capitalista, junto a la decisión de servirse de los medios necesarios de la violencia de clase para alcanzar los objetivos revolucionarios.

¿Eso significa que para alcanzar tal fin todo esté permitido? -nos preguntará sarcásticamente el filisteo, revelando que no ha comprendido nada. Está permitido –responderemos-, todo lo que conduce realmente a la liberación de la humanidad. Y puesto que este fin sólo puede alcanzarse por caminos revolucionarios, la moral emancipadora del proletariado posee -indispensablemente-, un carácter revolucionario. Se opone irreductiblemente no sólo a los dogmas de la religión, sino también a los fetiches idealistas de toda especie, gendarmes filosóficos de la clase dominante. Deduce las reglas de la conducta de las leyes del desarrollo de la humanidad, y por consiguiente, ante todo, de la lucha de clases, ley de leyes.

¿Eso significa, a pesar de todo, que en la lucha de clases contra el capitalismo todos los medios estén permitidos: la mentira, la falsificación, la traición, el asesinato, etc.? -insiste todavía el moralista. Sólo son admisibles y obligatorios -le responderemos-, los medios que acrecen la cohesión revolucionaria del proletariado, inflaman su alma con un odio implacable por la opresión, le enseñan a despreciar la moral oficial y a sus súbditos demócratas, le impregnan con la conciencia de su misión histórica, aumentan su bravura y su abnegación en la lucha. Precisamente de eso se desprende que no todos los medios son permitidos. Cuando decimos que el fin justifica los medios, resulta para nosotros la conclusión de que el gran fin revolucionario rechaza, en cuanto medios, todos los procedimientos y métodos indignos que alzan a una parte de la clase obrera contra las otras; o que intentan hacer la dicha de las demás sin su propio concurso; o que reducen la confianza de las masas en ellas mismas y en su organización, substituyendo tal cosa por la adoración de los "jefes". Por encima de todo, irreductiblemente, la moral revolucionaria condena el servilismo para con la burguesía y la altanería para con los trabajadores, es decir, uno de los rasgos más hondos de la mentalidad de los pedantes y de los moralistas pequeño-burgueses.

Esos criterios no dicen, naturalmente, lo que es permitido y lo que es inadmisible en cada caso dado. Semejantes respuestas automáticas no pueden existir. Los problemas de la moral revolucionaria se confunden con los problemas de la estrategia y de la táctica revolucionarias. Respuesta correcta a esos problemas, únicamente puede encontrarse en la experiencia viva del movimiento, a la luz de la teoría.” (L. Trotsky. 1938. Su moral y la nuestra.-Interdependencia dialéctica del fin y los medios)

Las lecciones de los movimientos insurreccionales de la clase obrera, que revolucionarios como Marx, Engels, Luxemburg, Lenin o Trotsky han vivido y descrito, nos muestran cómo los aspectos morales relativos a la solidaridad de clase y a la voluntad revolucionaria: la devoción hacia la clase, el espíritu de sacrificio, la audacia, la iniciativa, la valentía en el combate de clase, constituyen no un mero reflejo en la mente, sino una verdadera e indispensable fuerza material de la clase obrera, cuya acumulación o debilitamiento en el curso del propio movimiento constituye uno de los factores que le empuja hacia delante o le hace retroceder, dándole la forma característica de “zigzag”.

Las revoluciones proletarias (…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía terminado, para comenzarlo de nuevo, se burlan concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y de la mezquindad de sus primeros intentos, parece que sólo derriban a su adversario para que éste saque de la tierra nuevas fuerzas y vuelva a levantarse más gigantesco frente a ellos, retroceden constantemente aterradas ante la vaga enormidad de sus propios fines, hasta que se crea una situación que no permite volverse atrás y las circunstancias mismas gritan: ¡Aquí está Rhodas, salta aquí!” (C. Marx. 1852. El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. I).

Así, pues, la fuerza moral propia que el proletariado requiere acumular solamente puede medirse en relación a la “enormidad de sus propios fines”, es decir, de las tareas que le impone su propio movimiento revolucionario. Pero nada sería más erróneo que considerar que esa fuerza moral de la clase alcanzará su altura necesaria en forma meramente “instintiva” o “biológica”, por decirlo así, en el curso del movimiento insurreccional. En tanto que parte integrante de la conciencia de clase, una moral proletaria que se encuentre a la altura de un movimiento insurreccional, solamente puede ser resultado de un proceso de “aprendizaje”, de adquisición y acumulación de experiencias -sobre todo en lo que se refiere a la triquiñuelas, chantajes y amenazas de la burguesía, que el proletariado deberá saber superar- a lo largo de la lucha de clases, proceso que comienza desde las primeras manifestaciones de lucha de resistencia económica contra los efectos más brutales de la explotación. [Pues] “si en sus conflictos diarios con el capital los obreros cediesen cobardemente, se descalificarían sin duda para emprender movimientos de mayor envergadura.” (C. Marx. 1865. Salario, precio y ganancia).

Evidentemente este proceso de adquisición es necesario no solamente para las masas proletarias, sino también para la organización de revolucionarios. En tanto que vanguardia de la clase, debe poseer también una profunda moral revolucionaria para poderla transmitir, “contagiar” a las masas. Por el contrario, una vanguardia indecisa, timorata en el momento decisivo, puede constituir un factor determinante para la derrota del movimiento.

De lo anterior se sigue que no es una casualidad si las corrientes reformistas y oportunistas dentro del movimiento obrero, si bien suelen hacer énfasis en la “moral” del proletariado, reducen ésta a algunos aspectos de “solidaridad”, pero “olvidan”, o relegan para un “futuro” incierto, los relacionados a la voluntad revolucionaria. Ocultan que, a fin de cuentas, la función esencial de la moral proletaria es la de servir como una poderosa palanca para impulsar la lucha revolucionaria de la clase obrera. Palanca que, en ciertos momentos, puede llegar a ser decisiva.

Dos clases deciden la suerte de la sociedad contemporánea: la burguesía imperialista y el proletariado. El último recurso de la burguesía es el fascismo, que reemplaza los criterios sociales e históricos por criterios biológicos y zoológicos, para libertarse así de toda limitación en la lucha por la propiedad capitalista. Sólo la revolución socialista puede salvar la civilización. El proletariado necesita toda su fuerza, toda su resolución, toda su audacia, toda su pasión, toda su firmeza para realizar la violenta conmoción. Ante todo, necesita una completa independencia respecto de las ficciones de la religión, de la ‘democracia’ y de la moral trascendente, cadenas espirituales creadas por el enemigo para domesticarlo y reducirlo a la esclavitud. Moral es lo que prepara el derrumbe completo y definitivo de la barbarie imperialista, y nada más. ¡La salud de la revolución es la suprema ley!(L. Trotsky. 1939. Moralistas y sicofantes contra el marxismo.- Revolucionarios y fomentadores de marasmo –Publicado como apéndice de la obra: Su moral y la nuestra).

[La segunda parte de este trabajo estará dedicada a la crítica del “texto de orientación” sobre moral recientemente publicado por la CCI.]


Notas:

1 Ver :  « 17e Congrès de RI : l'organisation révolutionnaire à l'épreuve de la lutte de classe ». http://fr.internationalism.org/ri370/congres.html .

2 Ver: http://es.internationalism.org/book/print/1071 .

3 Todos los subrayados en las citas son nuestros.

4 Los estudios antropológicos actuales tienden a demostrar, además, la inquietante probabilidad de que, entre el origen de la caza con armas y la guerra entre grupos humanos, hubieran también existido guerras por el habitat entre las diferentes especies de homínidos que, paralelamente, venían adquiriendo rasgos de tipo humano (división del trabajo, creación de herramientas, lenguaje…). La última de estas guerras habría tenido lugar hace apenas unos 28,000 años, y habría conducido a la extinción del “hombre de Neanderthal” europeo.

5 El lector interesado encontrará una crítica teórica más detallada de estas corrientes filosóficas, tanto en la obra de Kautsky citada, como en la de Pannekoek, Marxismo y Darwinismo.

6 Según la prensa internacional, a finales de 2006, la cifra de de soldados estadounidenses muertos en Irak desde 2003 (2,983), sobrepasó ya a los muertos por el derrumbe de las torres gemelas (2,973). Ello sin contar los más de 22,000 soldados estadounidenses heridos. Por supuesto, Bush, el más preclaro exponente de la hipócrita moral burguesa, con lágrimas en los ojos “considera que cada una de las vidas perdidas ‘es muy valiosa y sufre por cada una de ellas’ (El País, 26 dic 2006). Por lo demás, los muertos y heridos “nativos” al parecer no son tan “valiosos”, y por ello los medios de difusión no los contabilizan tan precisamente. Sin embargo, los cálculos más conservadores hablan de cerca de 40,000 irakíes muertos; aunque un estudio científico, recientemente publicado en la revista médica The Lancet, estima en 650,000 (¡sic!) los muertos ocasionados hasta ahora, directa o indirectamente, por esta guerra.

7 Publicamos en este mismo número del boletín estas tesis de Rosa Luxemburg.


Fracción interna de la CCI - Boletín Comunista (Nº 38)