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TEXTOS DEL MOVIMIENTO OBRERO
F. Engels: “ ‘El Capital’ de Marx”
("Demokratischen Wochenblatt" de Leipzig, 21 y 28 de marzo de 1868)

Desde que existen en el mundo capitalistas y obreros, no se ha publicado ningún libro que tenga para los obreros la importancia de este. Se estudia científicamente en èl, por vez primera, y con una profundidad y una agudeza de que sólo podía hacer gala un alemán, la relación entre el capital y el trabajo, que es el eje en torno al cual gira toda la sociedad moderna. No cabe negar los méritos que corresponden y les serán discernidos siempre ha las obras de hombres como Owen, Saint-Simon y Fourier; pero tenía que ser un alemán quien remontarse la cima desde la que se domina, claro y nítido, todo el panorama de las modernas instituciones sociales, como se columbra el paisaje de los valles desde la cumbre de las montañas.

La economía política al uso nos enseña que el trabajo es fuente de toda la riqueza y la medida de todos los valores, por virtud de lo cual los objetos cuya producción haya costado el mismo tiempo de trabajo encerrarán idéntico valor; y como, por término medio, el cambio versa sobre valores iguales entre sí, estos objetos podrán ser cambiados el uno por el otro. Pero, a la par de esto, nos enseña que existe también una especie de trabajo acumulado, al que esa economía da el nombre de capital, y que este capital, gracias a los resortes que encierra, eleva a la centésima y a la milésima potencia la capacidad productiva del trabajo vivo, en premio a lo cual se reservará una cierta remuneración, a la que se da el nombre de beneficio o ganancia. Todos sabemos que lo que ocurre en la realidad es que, mientras las ganancias del trabajo muerto o acumulado crecen en proporciones cada vez más pasmosas y los capitales de los capitalistas se hacen cada día más gigantescos, el salario del trabajo vivo va reduciéndose más y mas y la masa de los obreros que viven de un jornal es cada vez más numerosa y más pobre. ¿Cómo resolver esta contradicción? ¿Cómo explicarse que el capitalista obtenga una ganancia, si es verdad que al obrero se le retribuye el valor íntegro del trabajo incorporado por el al producto? Como partimos del supuesto de que el cambio de esas siempre sobre valores iguales, parece, en efecto, que al obrero se le retribuyen necesariamente el valor íntegro de su trabajo. Más, por otra parte, ¿no resulta contradictorio que se cambien valores iguales y que al obrero se le retribuya íntegramente el valor de su producto si, como muchos economistas reconocen, este producto se distribuye entre el obrero y el patrono? Ante esta flagrante contradicción, la economía en boga se queda perpleja y se limita a pronunciar o balbucir unas cuantas frases confusas que nada dicen. Por su parte, los críticos socialistas de la economía anteriores a nuestra época se contentan con poner de manifiesto la contradicción; ninguno había logrado resolverla, hasta que por fin Marx, en esta obra, analiza el proceso de formación de la ganancia, calando hasta su verdadera raíz y poniendo en claro, con ello, todo el problema.

En su investigación del capital, Marx parte del hecho sencillo y palmario de que los capitalistas explotan e incrementan su capital por medio del cambio: compran con su dinero mercancías, quienes luego venden por más de lo que les ha costado. Por ejemplo, un capitalista compra algodón por valor de 1000 taleros y los vende por 1100, operación que le daja, por tanto, una " ganancia " de 100 taleros. Este remanente de 100 taleros, quien viene a incrementar el capital primitivo, es lo que Marx llama plusvalía. ¿De dónde sale esta plusvalía? Los economistas parten del supuesto de que se cambian siempre valores iguales, lo cual, en el plano de la teoría abstracta, es verdad. Por tanto, la operación comercial consistente en comprar algodón y en revenderlo no puede engendrar la plusvalía, pues es exactamente lo mismo que existe cambiarse un talero por 30 centavos de plata. Después de realizar esta operación, el poseedor del talero no es más rico ni más pobre que antes. Tampoco puede buscarse la fuente de la plusvalía en el hecho de que los vendedores cobren sus mercancías por más de lo que valen o de que los compradores las obtengan por menos de su valor, pues en lo que interesa no es el comprador o vendedor individual, sino la cooperación social en su conjunto; los que hoy actúan como vendedores pasan hacer mañana compradores, con lo cual toda posible diferencia quedaría compensada. Ni puede buscarse tampoco la explicación de que compradores y vendedores se engañen los unos a los otros: esto no creará un valor nuevo o plusvalía y servirá únicamente para desplazar de unos capitalistas a otros el capital existente, dándole una nueva distribución. Pues bien, a pesar de comprar y vender las mercancías por lo que valen, el capitalista saca de ellas más valor del que en ellas invirtió. ¿Cómo explicar esto?

La clave del misterio está en que, bajo el régimen social vigente, el capitalista encuentra en el mercado una mercancía que encierra la peregrina cualidad de que al consumirse engendra, crea nuevo valor: esta mercancía es la fuerza de trabajo.

¿Cuál es el valor de la fuerza de trabajo? El valor de toda mercancía se mide por el trabajo necesario para producirla. La fuerza de trabajo aparece encarnada en el obrero vivo, el cual, para vivir y mantener además una familia que garantice la continuidad de la fuerza de trabajo después de morir el necesita una determinada cantidad de medios de subsistencia. El tiempo de trabajo necesario para producirla estos medios de subsistencia es, por tanto, lo que determina el valor de la fuerza de trabajo. El capitalista se lo paga al obrero, semanalmente por ejemplo, y con el salario le compra el uso de su trabajo durante una semana. Hasta aquí, esperamos que los señores capitalistas no disentirán gran cosa de nosotros, en lo que al valor de la fuerza de trabajo se refiere.

Ahora, el capitalista pone a su obrero a trabajar. Al cabo de determinado tiempo, el obrero le rinde la cantidad de trabajo representada por su salario semanal. Supongamos que el salario semanal de un obrero equivalga a tres días de trabajo; según esto, si el obrero empieza a trabajar el lunes por la mañana, el miércoles por la noche habrá reintegrado al capitalista el valor íntegro de su salario. ¿Pero, acaso deja de trabajar, a partir de este momento? En modo alguno. El capitalista le a comprado el trabajo de una semana; por tanto, el obrero tiene que seguir trabajando hasta cubrir los tres días que faltan para cumplirla. Pues bien, este trabajo de más que el obrero rinde después de haber trabajado el tiempo necesario para reponer al patrono el salario que le abona, es la fuente que alumbra la plusvalía, la ganancia, la fuente del incremento incesante y progresivo del capital.

¿Se nos dirá, acaso, que es una suposición caprichosa nuestra la de que el obrero repone en tres días de trabajo el salario que percibe y que los tres días restantes de trabajo, no son para el, sino para el capitalista? El que sean precisamente tres días, o dos, o cuatro, los que el obrero necesita trabajar para reponer el salario, es cosa que por el momento no nos interesa y que depende de diversas circunstancias. Lo importante y lo innegable es que, además del trabajo pagado, el capitalista arranca al obrero una cantidad de trabajo, mayor o menor, que no le retribuye. Y esto no es ninguna hipótesis caprichosa, sino una realidad palmaria; el día en que el capitalista, como norma, sólo obtuviese del obrero la cantidad de trabajo que le remunera mediante el salario, cerraría la fábrica, pues no obtendría de ella ganancia alguna.

He ahi la solución de todas aquellas contradicciones con que tropezábamos. Descubierto esto, el origen de la plusvalía (una parte importante de la cuál es la ganancia del capitalista) ya no constituye ningún secreto. Al obrero se le abona, indiscutiblemente, el valor de la fuerza de trabajo. Lo que ocurre es que este valor que la fuerza de trabajo tiene que es muy inferior al que el capitalista sabe sacar de ella, y la diferencia, o sea el trabajo no retribuido, es precisamente la parte que se apropia el capitalista, o, mejor dicho, la clase capitalista en su conjunto. De este trabajo no retribuido tiene que salir, en efecto, pues no cabe otra posibilidad –a menos que la mercancía suba de precio-, hasta aquella ganancia que en nuestro ejemplo anterior obtenía el comerciante algodonero, al revender el algodón comprado por el punto en efecto para obtener su ganancia, el comerciante tiene necesariamente que vender su mercancía, directa o indirectamente, a un fabricante de géneros de algodón que pueda sacar de su producto, además de aquellos 100 taleros con que el intermediario se beneficia, una ganancia para sí, compartiendo de este modo con el comerciante el trabajo no retribuido de sus obreros, si el se apropia. De este trabajo no retribuido viven absolutamente todos los miembros ociosos de la sociedad. De él salen los impuestos y contribuciones que perciben el estado y el municipio y que gravitan sobre la clase capitalista, las rentas de los terratenientes, etc. sobre el descansa todo el orden social existente.

Sería absurdo, sin embargo, suponer que no existió trabajo no retribuido hasta que vino el régimen actual, en que la producción funciona a base de capitalistas, por una parte, y de obreros asalariados, por la otra. Nada más lejos de la verdad. En todas las épocas de la historia se ha visto la clase oprimida obligada a rendir trabajo no retribuido. Durante los largos siglos en que la forma predominante de organización del trabajo fue la esclavitud, los esclavos veíanse constreñidos por la fuerza de la necesidad a trabajar bastante más de lo que se les pagaba en forma de medios de subsistencia. Y otro tanto acontecía bajo el régimen de la servidumbre y hasta la abolición del sistema de prestaciones en el campo; en los tiempos del feudalismo, era incluso patente, visible, la diferencia entre el tiempo durante el cual trabajaba el campesino para pagarse su sustento y el remanente de trabajo que rendía para el señor feudal, por la sencilla razón de que entre el primero y en segundo no mediaba, cómo hoy media, una solución de continuidad. Hoy, la forma ha cambiado, pero el fondo sigue siendo el mismo. "Dondequiera que una parte de la sociedad posee el monopolio de los medios de producción nos encontramos con el fenómeno de que el trabajador, libre o esclavizado, tiene que añadir el tiempo de trabajo necesario para poder vivir una cantidad de tiempo suplementario, durante el cual trabaja para producir los medios de vida destinados al propietario de los medios de producción". (Marx, El Capital, t.1).

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En nuestro artículo anterior, veíamos que todo obrero empleado por un capitalista rinde un doble trabajo: durante una parte de su tiempo de trabajo repone el salario que el capitalista le abona: esta parte del trabajo es lo que Marx llama trabajo necesario. Pero aún tiene que seguir trabajando algún tiempo más, durante el cual produce la plusvalía para el capitalista, una parte importante de la cuál está representada por la ganancia: esta parte del trabajo recibe el nombre de plus trabajo, o trabajo excedente.

Supongamos que el obrero trabaja tres días de la semana para reponer su salario y los tres días restantes para crear plusvalía para el capitalista. Esto vale tanto como decir que, siendo la jornada de 12 horas, trabaja seis horas diarias para pagar su salario y otras seis horas para la producción de plusvalía. Pero, si de una semana sólo pueden sacarse seis días o siete a lo sumo, aprovechando los domingos, a cada día se le pueden sacar seis, 8,10, 12, 15 horas de trabajo, y aún más. El obrero ha vendido al capitalista, por el jornal, una jornada de trabajo. ¿Pero qué se entiende por jornada de trabajo? ¿Ocho horas, o dieciocho?

El interés del capitalista está, naturalmente, en alargar todo lo posible la jornada de trabajo. Cuando más larga sea, mayor plusvalía le producirá. En cambio, al obrero le dice su certero instinto que cada hora mas que trabaja después de reponer el salario es una hora que se le arranca ilegítimamente; y las consecuencias que trae consigo el trabajar con exceso las sufre en su propio cuerpo. El capitalista lucha por su ganancia, el obrero por su salud, por un par de horas de descanso al día, por el derecho a poder sentirse también un poco hombre y a que su vida no se reduzca a una cadena incesante de trabajar, comer y dormir. Diremos de pasada que, por muy buenas que puedan ser las intenciones de cada capitalista en particular, no tiene más remedio que luchar por sus intereses, pues la competencia obliga a hasta a los más humanitarios a hacer lo que hacen los otros y a constreñir a sus obreros a trabajar, como norma general, el mismo tiempo que trabajan todos.

Pasando por alto toda una serie de investigaciones hermosísimas, pero de carácter predominantemente teórico, nos detendremos en el capítulo último de la obra, que trata de la acumulación o incrementación del capital. En el se demuestra, en primer lugar, que el método de producción capitalista, es decir, el método de producción que funciona a base de capitalistas, de una parte, y de la otra obreros asalariados, no sólo reproduce constantemente el capital del capitalista, sino que reproduce también incesantemente la pobreza del obrero, asegurando por tanto la existencia constante, de un lado, de la gran masa de obreros obligados a vender a estos capitalistas su fuerza de trabajo por una cantidad de medios de subsistencia que, en el mejor de los casos, alcanza estrictamente para sostenerlos en condiciones de trabajar y de traer al mundo una nueva generación de proletarios aptos para el trabajo. Pero el capital no se limita a reproducirse, sino que aumenta y crece incesantemente, con lo cual aumenta y crece también su poder sobre la clase obrera, desposeída de toda propiedad. Y, del mismo modo que se reproduce asimismo en crecientes proporciones, el moderno régimen capitalista de producción reproduce también en proporciones cada vez mayores, en un número sin cesar creciente, la clase obrera desposeída. "la acumulación del capital reproduce las proporciones del capital en una escala superior; crea en uno de los polos más capitalistas o capitalistas más poderosos y en el otro más obreros asalariados... la acumulación del capital supone, por tanto, un aumento del proletariado” (pág. 645). Pero como, por otra parte, los progresos del maquinismo, los procedimientos cada día más perfeccionados de cultivo de la tierra, etcétera, hacen que cada vez se necesiten menos obreros para producir la misma cantidad de artículos, y como este proceso de perfeccionamiento, y por tanto de eliminación de obreros inútiles, se desarrolla con mayor rapidez que el proceso de crecimiento del capital. ¿A dónde va a parar este contingente cada vez más numeroso de obreros sobrantes? Pasa a formar un ejército industrial de reserva, integrado por obreros a quienes en las épocas malas y medianas se paga su trabajo por menos de lo que vale y que, muchas veces, se quedan sin trabajo o a merced de la beneficencia pública, pero que son indispensables para la clase capitalista en las épocas de gran prosperidad, como ocurre actualmente, a todas luces, en Inglaterra, y que en todo caso sirven para vencer la resistencia de los obreros que trabajan normalmente y mantener bajos sus salarios. “cuanto mayor es la riqueza social ... tanto mayor es el ejército industrial de reserva” (la población sobrante). “Y cuanto mayor es este ejército de reserva en proporción al ejército obrero en activo” (o sea, a los obreros que trabajan normalmente), “Mas se extiende la masa de la población consolidada” (permanentemente), “cuya miseria se halla en razón inversa a los tormentos de su trabajo. Y finalmente, cuanto más crece la miseria dentro de la clase obrera y el ejército industrial de reserva, mas crece también el pauperismo oficial. Tal es la ley general, absoluta, de la acumulación capitalista” (pag.679).

He ahi, demostrados con rigor científico -y los economistas oficiales, prudentemente, no han intentado siquiera refutarlas-algunas de las leyes fundamentales del moderno sistema social, o sea del sistema capitalista.

Pero, ¿es esto todo? No, ni mucho menos. Con la misma agudeza y nitidez con que pone de manifiesto los lados de la producción capitalista, Marx demuestra que esta forma social era necesaria para elevar las fuerzas productivas de la sociedad a hasta un nivel que hiciese posible un desarrollo igual y humanamente digno para todos los miembros de la sociedad. Las formas sociales anteriores eran demasiado pobres para qué con ellas pudiera lograrse esto. Gracias a la producción capitalista, se crearon las riquezas y las fuerzas productivas necesarias para llenar esta aspiración y se creó al mismo tiempo, con las masas de obreros oprimidos, la clase social obligada cada vez más de lleno por su propia situación a adueñarse de estas riquezas y fuerzas productivas para emplearlas al servicio de toda la sociedad, y no como hoy, en el interés de una clase monopolista.


Fracción interna de la CCI - Boletín 36