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La trampa de la fetichización de la “autorganización” y la “democracia”

En la perspectiva de los combates venideros, nos parece que una de las lecciones que los comunistas deben destacar es el peligro de comprender la cuestión de la organización de la lucha como una cuestión en sí y, más grave aún, como una garantía en sí de la calidad y la fuerza de un movimiento.

¿Quién no fue sorprendido por la cobertura mediática burguesa (sobre todo televisiva), más bien favorable a los estudiantes y especialmente a sus asambleas generales durante la movilización en Francia contra el “CPE”, en marzo y abril 2006? Pudimos ver, en los noticieros televisados, las imagenes, comentadas con simpatía, de esos millares de estudiantes reunidos en asambleas y, en los principales diarios, pudimos leer artículos ditirámbicos, pretendidamente “objetivos”, sobre la organización democrática de estas asambleas generales. Varias de ellas, como la de la universidad de Poitiers en particular, fueron mostradas como ejemplo de una democracia directa, como un ejemplo de escuela con una “notable” organización de los debates, dónde cada quien podía expresarse.

Hemos mostrado también la intervención de la CCI, que presenta “maravillada”, sin la menor moderación o reserva, estas asambleas que “funcionan sobre el modelo de los consejos obreros. La riqueza de las discusiónes en las que cada quien puede tomar la palabra y expresar su punto de vista, la manera en que la tribuna organiza los debates, los votos, la creación de diferentes comisiones, el nombramiento de delegados elegidos y revocables ante las asambleas soberanas, toda esta dinámica, este método de lucha, es lo que ha surgido en los momentos más elevados de la lucha de clase: en 1905 y 1917 en Rusia, en 1918 en Alemania (...)” (Véase: La exposición durante la reunión pública en París del 12 marzo, publicada en internet). ¿Es necesario recordar que fueron precisamente esos mismos consejos obreros de 1918 en Alemania, qué la actual CCI, cada vez más consejista, presenta ahora como ejemplares, los que excluyeron a Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht de sus filas, prohibiéndoles así intervenir en ellos? Lo cual, como sabemos, fue un elemento no menor en la represión y derrota sangrientas que tuvieron lugar unas semanas más tarde durante la insurrección de Berlin, durante la cual los dos dirigentes comunistas fueron asesinados por la socialdemocracia en el poder.

Lo que es sobre todo sorprendente, es que estas asambleas estudiantiles (que son indispensables para movilizarse, entrar en huelga y decidir las acciones a llevar a cabo), por masivas e importantes que hubieran sido, no pudieron adoptar una orientación de extensión con acciones concretas, salvo en algunos casos excepcionales y no significativos; no fueron capaces de destacar la consigna de extensión de la huelga hacia los asalariados, ni siquiera de plantearla como la cuestión, como el reto, como lo que verdaderamente estaba en juego en la situación, en suma, como la única perspectiva realizable que permitiría al movimiento reforzarse verdaderamente, es decir, como la única perspectiva que había que llevar a cabo inmediatamente.

Si se hubiera destacado esa orientación de clase, como orientación central de la lucha, se habría desembocado inevitablemente en un enfrentamiento político abierto, en el interior mismo de las asambleas, con los sindicatos estudiantiles (dirigidos esencialmente por el PS) y con los diferentes grupos izquierdistas que controlaban esas asambleas. Es inútil decir que, entonces, las asambleas hubieran perdido, inevitablemente, su supuesto carácter democrático ejemplar, y se hubieran convertido en el lugar de un verdadero enfrentamiento político entre la burguesía y el proletariado.

La realidad ha mostrado, sobre todo, que los partidos de izquierda, los izquierdistas y los sindicatos, en estas asambleas generales, no fueron nunca cuestionados, sino que por el contrario, globalmente fueron considerados plenamente como parte adherente de la lucha. Nada ni nadie (ni una sola voz y menos aún una orientación política) en el movimiento podía permitir desenmascararlos. El enemigo de clase se desplazaba y actuaba sin el menor riesgo en el seno de la lucha, como pez en el agua, e incluso como pez piloto. Se puede decir que la supuesta ejemplaridad “democrática” de tales asambleas no expresaba una fuerza del movimiento, sino que era en realidad un índice, entre otros, de su debilidad, y en particular de la falta de experiencia de lucha de los estudiantes. Los sindicatos estudiantiles y los grupos izquierdistas no tuvieron que dedicarse a sabotear el carácter democrático de las asambleas; al contrario, pudieron presentarse tanto más fácilmente como si estuvieran a “su servicio” y como garantes de su “democracia”, precisamente por cuanto no tuvieron dificultades para ahogar, vaciar de su sentido y contenido auténticamente proletario, las pocas propuestas reales de extensión de la huelga al resto de la clase obrera, y porque pudieron imponer fácilmente el terreno y la táctica de los sindicatos mediante sus jornadas de acción, que condujeron al estancamiento.

Volviendo a la cuestión de la “autorganización”, conviene recordar Las lecciones de octubre que traza Trotsky en 1924. Advirtiendo contra “una concepción fetichista de los soviets considerados como factores autónomos de la revolución”, y basándose a la vez en la experiencia rusa y alemana, defiende que los soviets sin su contenido (es decir, como órganos de la insurrección, como órganos del poder proletario) no son nada, no son más que una forma vacía. Conviene también recordar las lecciones que Bordiga desarrolla contra Gramsci y su visión “autogestionaria”, “consejista”, de los consejos obreros que éste vacía de su función, de su contenido político: “La función política fundamental de la red de consejos obreros se basa en el concepto histórico de dictadura” (Il Soviet, 14 de septiembre de 1919. Ed. Anagrama).

Las asambleas de estudiantes eran, sin duda, un momento necesario del desarrollo de la lucha, para iniciarla y sobre todo para extenderla. Lo fueron, muy parcialmente, y ésta no era la más difícil de las tareas, para la extensión hacia otras universidades. Pero, sin la extensión al resto de la clase obrera, estas mismas asambleas se convirtieron en una forma sin contenido real, porque no cumplieron el papel esencial para el cual existen en la clase obrera.

Así pues, la cuestión que conviene recordar sin cesar, tanto en las asambleas generales, como ante las minorías revolucionarias, es que: lo que tiene un valor realmente proletario no es la “autorganización” en si, sino, por decirlo así, la “organización del cumplimiento de las necesidades de la lucha” en función de los diferentes momentos de ésta. Para ello, las asambleas generales son una herramienta importante. No la única, lejos de ello. Y de ningún modo una garantía.

Abril de 2006.



Fracción interna de la CCI - Boletín 35