Los acontecimientos del 11/sep/2001 marcan un trastrocamiento mayor en la
situación internacional. Desde esta fecha, la burguesía ostenta
claramente sus intenciones de llevar a cabo la única "solución"
que conoce ante la quiebra de su sistema: la guerra imperialista generalizada.
Incluso se ha comprometido en un proceso de preparación con miras
a esta perspectiva, lo que habíamos ya señalado en nuestros
boletines
(n°4 y 12).
" Con el 11 de septiembre, la guerra imperialista modo
de vida del capitalismo decadente y realidad permanente sobre el planeta
desde la segunda guerra mundial-, se ha devuelto como un bumerang al corazón
de los países desarrollados, y ello por primera vez desde 1945 (en
todo caso con tal grado y tal violencia). Desde el 11 de septiembre de 2001,
la guerra no es ya solamente, para los proletarios de los países centrales,
algo “lejano” en el espacio, ni algo “lejano” en el tiempo que obsesiona
la memoria de sus abuelos. Está ahora terriblemente presente, aquí
y ahora. Tal es la novedad de la situación mundial... Si la brutal
aceleración mundial de la situación desde hace tres meses revela
y confirma algo, es de entrada y ante todo: la naturaleza imperialista de
todos los Estados, la quiebra del modo de producción capitalista,
su caída en una crisis mortal frente a la cual la burguesía
no tiene más que una respuesta: la marcha hacia la guerra,
y finalmente el hecho de que para imponer la guerra a la sociedad, especialmente
en los países centrales , la clase dominante debe enfrentar
a su enemigo mortal: la clase obrera. .. Todos estos elementos
están presentes en la situación actual como tal vez nunca la
generación actual de revolucionarios la había podido vivir.
Todos estos elementos... son manifestaciones de algo que es desde siempre
una base de granito en los análisis de la CCI, de la Izquierda Comunista,
y de la corriente marxista en el seno del movimiento obrero... : la decadencia
del modo de producción capitalista." (diciembre 2001
Boletín n° 4).
Así, la guerra generalizada, como "solución" de
la burguesía frente a la quiebra de su sistema, o el derrocamiento
del capitalismo y la revolución comunista, como alternativa que solamente
el proletariado puede ofrecer, tal es el reto crucial contenido en esta situación.
Desde el 11 de septiembre, la realidad de la marcha a la guerra del capitalismo
en su conjunto no ha hecho sino confirmarse y precisarse. No como una "elección"
que la burguesía podría poner en balance frente a alguna otra
"elección" posible más, al contrario, como la única
orientación clara y determinada en la cual todos los Estados se precipitan,
de los más grandes a los más pequeños. Y no es solamente
en la acumulación de conflictos abiertos que esta realidad se verifica;
es igualmente en todos los aspectos de la vida política y social que
la guerra se vuelve un hecho ineludible.
Al nivel inmediato de entrada, a través de la fuga hacia una escalada
guerrera que implica, directa o indirectamente a todos los Estados. Así,
los atentados del 11 de septiembre en Nueva York y Washington tuvieron eco
en la intervención masiva en Afganistán. Y los muertos de Afganistán
no han terminado de caer cuando el próximo terreno de enfrentamiento
ha sido ya designado: será Irak. Con la evidencia de que Irak es solamente
una etapa más en la espiral guerrera. De hecho, ya, bajo cubierta
de la caza implacable a la "barbarie terrorista", cada vez más
zonas del mundo se vuelven teatros de enfrentamientos militares destructores.
Y si el Estado americano puede dar la imagen de gran "guerrista"
del planeta, es porque actualmente es el que resiente más fuertemente
la necesidad de comprometerse en esta "vía", el que expresa
más claramente la voluntad de la burguesía mundial.
Por supuesto que las motivaciones propias de los EUA son reales y consecuentes:
su estatuto de primera potencia mundial, tanto en el plano económico
como en los planos militar e imperialista que, desde el hundimiento de la
URSS, ha adquirido un carácter hegemónico, este estatuto es
cada vez más cuestionado especialmente por sus principales rivales
europeos.
Sin embargo esto no debe dejar creer que el Estado americano es el único
que empuja hacia la guerra. Es el conjunto de la burguesía la que
está obligada a ello por el crecimiento explosivo de las contradicciones
de su sistema, por la evolución de la crisis económica, por
el declive histórico de su sistema que le impone reaccionar como puede
y con los medios de que dispone, es decir, esencialmente mediante la guerra.
En este sentido, el Estado americano no hace sino expresar alto y fuerte
los intereses y necesidades históricas del conjunto de los Estados
burgueses, especialmente los del corazón de Europa. Fundamentalmente,
los EUA no imponen esta marcha hacia la guerra, solamente expresan alto y
fuerte esta orientación necesaria para la burguesía mundial.
Esta orientación se manifiesta al menos sobre tres planos esenciales:
- a través de la multiplicación de los focos de crisis y la
intensificación de las tensiones guerreras;
- a través del establecimiento progresivo, en los principales países
capitalistas, de dispositivos políticos adaptados;
- a través del desarrollo de campañas ideológicas con
miras a justificar la guerra.
Respecto a las tensiones guerreras, aparece cada vez más claramente
que a la determinación belicosa de los EUA (que se ha expresado ampliamente
en Afganistán y que se prepara para hacerlo todavía más
en Irak) hacen ya eco ruidos de botas y cañonazos provenientes de
diferentes zonas de tensiones. Cierto número de Estados se siente
súbitamente liberados y, con la cubierta del "antiterrorismo",
dan libre curso a sus apetitos imperialistas más o menos contenidos
hasta entonces.
Tal es el caso del conflicto entre India y Pakistán al que solamente
le falta tomar amplitud (con lo que esto significa en masacres gigantescas
y riesgos de extensión a toda esta región del mundo si no es
que más allá) y que incluso el gran padrino americano tiene
cada vez más dificultades para controlar.
Es igualmente el caso del antagonismo israelí-palestino en el cual
la situación de tensión permanente se ha transformado en unos
meses en verdadera guerra. El Estado hebreo, abiertamente animado por la
administración Bush, ha desechado un tratado sobre la política
de negociaciones y "compromisos" a cambio de una opción
más radical. Las modificaciones en la cumbre del gobierno de Israel
con la designación de un equipo más convencido de la necesidad
de una política totalmente militar y "sin concesiones" (alianza
Sharon con los ultranacionalistas en tanto que los laboristas son arrojados
a la oposición), confirman esta opción.
Es, en fin, el caso del conflicto que opone a Rusia y Chechenia: luego del
11 de septiembre un paso complementario en la barbarie se ha franqueado "Lo
que ha empeorado desde el 11 de septiembre no es el número de asesinatos
o de 'desapariciones', las cuales siguen siendo más o menos constantes,...
es la manera en que los rusos logran ahora darle un carácter legal
a las torturas y asesinatos". (Le Monde 16 enero 2002). El
desenlace trágico de la reciente toma de rehenes en un teatro de Moscú
ha constituido, para el Estado ruso, una oportunidad clara (y seguramente
provocada) para pasar a una ofensiva militar superior. Por otro lado, Putin
no ha esperado mucho para imitar los discursos belicistas de Bush que éste
había expresado luego de los atentados contra el World Trade Center:
"Hay que matarlos a todos".
Pero la manifestación más significativa de la aceleración
de las tensiones imperialistas se sitúa en el plano de la rivalidad
cada vez más ostentosa entre los EUA y sus antiguos aliados del viejo
continente. Es lo que revela especialmente la oposición abierta y
muy viva de los europeos (sobre todo de Alemania) a la política de
Bush respecto a Irak. Contrariamente a la situación que prevalecía
durante la 1era. guerra del Golfo, los EUA no alcanzan a imponer su política
hegemónica de "gran gendarme del mundo" a las otras potencias
occidentales (con algunas excepciones). Por el contrario, comienza a aparecer
una "resistencia" cada vez más organizada y coherente contra
los EUA. Si bien estamos aún lejos de la constitución de bloques
imperialistas rivales indispensables para el desencadenamiento de una nueva
guerra mundial, es evidente que es esta tendencia, inherente al capitalismo
decadente y en quiebra, la que se expresa aquí.
Es también en el plano de los dispositivos y orientaciones políticas,
claramente ostentadas, especialmente por una gran cantidad de Estados poderosos,
que se verifica la necesidad y la voluntad de prepararse para la guerra.
La expulsión progresiva de los partidos de izquierda que mantenían
hasta ahora las riendas del Estado y su reemplazo por equipos de derecha
en una mayoría de grandes países no es el fruto de la casualidad.
Es una orientación consciente y deliberada con miras a poner en el
poder equipos más determinados en el establecimiento de políticas
agresivas en el plano imperialista (con los presupuestos militares que se
van adaptando) y más dispuestos a imponer, sin ningún impedimento,
las medidas drásticas, tanto desde el punto de vista económico
como represivo, necesarias para una sociedad en la cual el factor guerrero
se vuelve determinante.
Desde hace una año; en este plano, la primera potencia mundial da
el tono con una administración republicana que tiene las manos libres
y los demócratas que juegan, en la oposición, a los "pacifistas"
y héroes del liberalismo. Las últimas elecciones en Francia
son significativas de este reajuste político indispensable con una
derecha agrupada esencialmente alrededor de Chirac, en tanto que la izquierda,
con el PS a la cabeza, puede consagrarse, en la oposición, a su función
más "natural" de desviar y ahogar las respuestas obreras
por una parte, de desarme político e ideológico del proletariado
ante el peligro de guerra por otra.
Desde los acontecimientos del 11 de septiembre, las cifras de los presupuestos
militares tanto europeos como americanos se han elevado. De 1987 a 1998,
después del periodo de la "guerra fría", la burguesía
había adoptado una orientación de limitación de los
gastos militares, la política llamada de "desarme"(
[1] ). En este periodo las transferencias mundiales de armamentos cayeron
a la mitad (de 46 a 22 mil millones de dólares); el presupuesto militar
americano, que literalmente se había duplicado entre 1980 y 1989 (al
pasar de 150 a 300 mil millones de dólares), se estancó en
menos de este piso de 300 mil millones de dólares hasta el 2000 (a
pesar de las campañas guerreras de los EUA en el Golfo y Kosovo).
Pero desde hace dos años, este declive se ha detenido definitivamente
y las cifras despegan de nuevo: 320 mil millones de dólares en 2002,
sin contar los rubros presupuestarios dedicados al sector de información
y a las actividades del Pentágono para la "lucha contra el terrorismo".
Pero la marcha hacia la guerra de la burguesía no es perceptible
únicamente en los campos de batalla declarados o en sus dispositivos
y orientaciones políticas. Se vuelve cada vez más palpable
en la vida cotidiana de toda la población y particularmente en la
de la clase obrera: a los regímenes de austeridad generalizada, a
las violentas y sucesivas olas de despidos como respuesta al hundimiento
en una crisis económica sin fondo, se añaden ahora una militarización
de toda la vida social y una amenaza represiva sin precedente desde el final
de la carnicería imperialista anterior, en nombre de la "seguridad".
El desencadenamiento de la histeria nacionalista y de seguridad que ha prevalecido
desde el 11 de septiembre de 2001 contra la "amenaza terrorista"
ha sido ampliamente relevado por un verdadero régimen de terror establecido
por la clase dominante: psicosis de toda naturaleza, como la del ántrax
que ha dado la vuelta por todo el mundo, son orquestadas si no es que montadas
pieza por pieza; y ello para justificar el establecimiento de medidas de
represión y espionaje de la población destinadas a alimentar
los archivos de vigilancia de los servicios secretos, para justificar igualmente
los llamados a la delación y sobre todo al apoyo al Estado burgués.
Todo ello caracteriza indiscutiblemente una ofensiva ideológica y
política sin precedente contra las poblaciones y más particularmente
contra la clase obrera.
Un acontecimiento que confirma plenamente esta presión ideológica
que busca ejercer la burguesía es la toma de rehenes que se desarrollo
recientemente en Moscú y sobre todo la monstruosa respuesta que dio
el Estado ruso. Así, la clase dominante, a través de estos
hechos repugnantes y el escándalo ideológico que les acompañó,
ha enviado un mensaje claro a los explotados y al proletariado internacional
en particular ( [2] ): o se someten al Estado y le apoyan en su "cruzada" guerrera
actual, o no habrá cuartel para los que quieran oponerse. Y para asegurarse
de ser entendida, la burguesía no se contenta con un mensaje "teórico",
lo comunica de manera "práctica" y, por decirlo así,
"en vivo".
Como lo constatábamos en nuestro boletín nº4 citado más
arriba: "Asistimos a un verdadero establecimiento de un estado de
guerra de la sociedad capitalista en los países centrales, con su
lote de sacrificios económicos, histeria nacionalista y el despliegue
de un Estado totalitario y represivo más omnipresente que nunca".
Así pues, es un nuevo periodo el que se ha abierto con los acontecimientos
del 11 de septiembre. Una ruptura se ha operado en la situación internacional.
La burguesía mundial está obligada a tomar la dirección
de una marcha hacia la guerra generalizada y a establecer abiertamente políticas
con miras a preparar a la sociedad para este caso.
Pero esta dirección completamente enfocada en la marcha hacia la guerra
por parte de la burguesía tiene esto de atípico e inédito:
se lleva a cabo en un contexto, en un periodo histórico en que el
proletariado no se encuentra derrotado ni física ni ideológicamente.
Es lo que distingue fundamentalmente la situación actual de la que
prevalecía en los años 1930. Para lanzar a toda la sociedad
en políticas de preparación para la guerra mundial, la clase
dominante tenía que haber hecho sufrir previamente una derrota total
al proletariado internacional, tanto en el ámbito físico como
ideológico. Esto había pasado especialmente por la derrota
de la oleada revolucionaria iniciada en Rusia en 1917, al precio de numerosas
masacres de obreros por el mundo, y por la traición de los partidos
del proletariado (la Internacional y luego los PC) que se pasaron, al inicio
de los año 1930, con armas y bagajes al campo burgués.
Esta condición esencial y primera para la implicación en una
preparación para la guerra generalizada se encuentra actualmente ausente.
Cierto, el proletariado está lejos de haber reencontrado todas sus
potencialidades revolucionarias en la medida en que los 50 años de
contrarrevolución que ha conocido tienen aún un efecto paralizante
sobre la conciencia de la clase obrera y le han cortado de su experiencia
y sus perspectivas propias pero también en la medida en que sufre
todavía actualmente un retroceso ligado, en lo esencial, al
hundimiento del stalinismo- que ha puesto un freno a su dinámica de
lucha internacional que había emprendido desde 1968. Pero ello no
es comparable con la situación de los años 1930 en que la clase
obrera había sido enrolada masivamente detrás de las banderas
patrióticas y nacionalistas y había sido, en su inmensa mayoría,
solicitada para ir a defender la patria con las armas en la mano.
Porque no es solamente de una clase obrera "apática" de
lo que la burguesía tiene necesidad, es también y sobre todo
una clase obrera totalmente ganada para la perspectiva guerrera lo que necesita.
Una clase que acepte el sacrificio cotidiano de producir para la guerra y
que renuncie consciente, deliberadamente a su unidad de intereses por encima
de las fronteras para tomar la defensa, al precio de su vida, del capital
nacional que le oprime.
Actualmente la situación está lejos de eso. El proletariado
conserva todas sus potencialidades de respuesta ante los ataques lanzados
contra sus condiciones de vida; con mayor razón si la burguesía
busca imponer una marcha hacia la guerra forzada mientras la crisis económica
le impone ya desde hace años sacrificios enormes y mientras las ilusiones
lanzadas por todos los demócratas sobre las posibilidades de un "mundo
mejor" bajo el reino del capitalismo y la dictadura burguesa caen una
tras otra, dejando el lugar a esta única verdad: el capitalismo está
en quiebra, no hay nada que esperar de él.
Es esto lo que vinieron a recordar súbitamente las luchas en Argentina
a finales del año 2001, las que constituían una verdadera alerta
lanzada al conjunto del proletariado: "Al lado de la necesidad de
la carrera hacia la guerra impuesta por la crisis a la clase capitalista,
se desarrolla pues, al mismo tiempo, paralela e inevitablemente, la necesidad
para el proletariado de desarrollar sus luchas, su unidad, su conciencia
de clase. Y cualquiera que sea la conciencia que tengan actualmente las dos
clases protagonistas, estas dos necesidades se contradicen, se enfrentan
y se oponen. Ninguna podrá triunfar sobre la otra sin que las dos
clases sean violentamente arrojadas una contra la otra, en lo que la CCI
ha llamado y que nosotros seguimos llamando los enfrentamientos de clase
decisivos . Es esto lo que han venido a recordar los acontecimiento de Argentina".
(Véase nuestro boletín nº5 enero 2002).
Al forzar a la sociedad hacia la guerra sin tener asegurado que el proletariado
marcharía totalmente sometido detrás de sus banderas, la burguesía
toma pues un riesgo histórico mayor. Y ha tomado claramente la opción
de hacer caso omiso de éste a partir del 11 de septiembre de 2001.
Al no poder eliminar el obstáculo proletario antes de ir hacia la
conflagración general, como lo hizo antes de la 2ª guerra mundial,
la clase capitalista no tiene otra posibilidad actualmente que la de buscar
arreglar las dos cuestiones fundamentales al mismo tiempo: marchar hacia
la guerra y someter al proletariado.
Es por ello que se asiste por todas partes, particularmente en los EUA
y en los países del corazón de Europa donde el proletariado
presenta sus bastiones más concentrados y experimentados, a un desencadenamiento
de campañas ideológicas y de medidas represivas como nunca
antes, destinadas a suscitar el temor, la impotencia, y a barrer la ruta
a toda veleidad de reacción obrera.
Pero la burguesía sabe que la presión ideológica está
lejos de ser suficiente para ocultar la realidad y someter al proletariado
con el fin de enrolarlo y movilizarlo para la guerra. Sabe sobre todo, por
experiencia, que no podrá ahorrarse una confrontación directa
con éste, al menos con sus principales bastiones, con el fin de inflingirle
una derrota física importante y decisiva.
Ya que esta confrontación es inevitable, el proletariado, por su
parte, debe esperar, en el porvenir, provocaciones por parte de la clase
dominante, como lo ha mostrado en numerosas ocasiones en la historia. Estas
provocaciones, que serán orquestadas por el Estado burgués
con sus partidos de izquierda y sindicatos, buscarán conducir al proletariado
a implicarse, en las peores condiciones, en luchas importantes que solamente
podrán desembocar en derrotas humillantes, si no es que sangrientas,
de las que saldrá debilitado y finalmente incapaz de oponerse a la
"solución" final del capitalismo.
Desde el
11 de septiembre de 2001 la alternativa socialismo o barbarie que
el marxismo revolucionario, hace más de un siglo, ha planteado claramente
para la humanidad ( [3] ) está de nuevo inmediata y plenamente de actualidad.
El proletariado internacional se encuentra, una vez más, frente a
responsabilidades históricas que es el único capaz de asumir,
es decir, impedir al capitalismo imponer su "solución" y,
para ello, llevar a cabo el combate hasta la destrucción de éste.
Los retos, desde ahora, son tales, que una próxima guerra mundial,
si se produjera, significaría el fin cierto de la humanidad.
Sin embargo, por encima de los proyectos bélicos de la clase dominante,
el periodo que vivimos se caracteriza por una clase obrera no derrotada,
que conserva todas sus potencialidades de lucha. Además, este periodo
pone de relieve la convergencia de dos factores esenciales: la crisis y la
guerra, convergencia que es a la vez fuente de toma de conciencia y poderoso
estimulante de la lucha proletaria. Más que nunca, en la conciencia
y en la práctica obrera, la relación entre las reivindicaciones
económicas inmediatas y las cuestiones políticas se plantea.
Frente a esta situación que contiene terribles retos pero también
formidables potencialidades, la responsabilidad de los revolucionarios es
inmensa y su intervención determinante.
Respecto al peligro de guerra, la cuestión central, primera, a la
cual deben responder no es la de las "razones de la guerra": petróleo
para unos, guerra "sin razón", "irracional" o
"geoestratégica" para los otros. La primera cuestión
a la cual deben responder es ésta: ¿sí o no la burguesía
hace todo para imponer su solución guerrera y en primer lugar para
imponérsela al proletariado? Dicho de otro modo, la guerra es un hecho
central en la situación, un peligro que los revolucionarios conjuntamente
deben denunciar alto y fuerte ante su clase. Pero deben al mismo tiempo apelar
a esta a asumir su tarea histórica, la revolución proletaria,
porque es la única respuesta al capitalismo que es actualmente más
que nunca generador de miseria y muerte.
Y ya que constituyen los únicos polos de referencia y las únicas
fuerzas de reagrupamiento de las energías revolucionarias consecuentes
por su tradición y experiencia-, los grupos de la Izquierda
Comunista son los únicos que pueden pretender ponerse a la altura
de estas responsabilidades y de llevar a cabo el combate que se impone.
Fracción Interna de la Corriente Comunista Internacional,
23 de noviembre de 2002.