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La revolución proletaria que ha comenzado ahora no puede tener otro objetivo ni otro resultado más que la realización del socialismo. La clase obrera debe ante todo tratar de apoderarse de toda la potencia política del Estado. Para nosotros, socialistas, este poder político es sólo un medio. El objetivo por el cual debemos emplear este poder es la transformación fundamental de todas las relaciones sociales.
Actualmente, todas las riquezas, las mayores y mejores tierras, las minas, las máquinas, las fábricas, pertenecen a algunos grandes propietarios y grandes capitalistas. La gran masa de los trabajadores sólo recibe de ellos un miserable salario para impedirles morir de hambre, a cambio de un penoso trabajo. La sociedad actual tiene como objetivo el enriquecimiento de un pequeño número de ociosos.
Esta situación debe cambiar completamente. Todas las riquezas sociales, el suelo y el subsuelo con todos sus tesoros, todas las fábricas, todos los instrumentos de trabajo deben ser arrancados a los explotadores.
El primer deber que incumbe a un gobierno realmente proletario es declarar, mediante una serie de leyes, propiedad de la sociedad los principales instrumentos de producción, y ponerlos bajo el control de la sociedad.
Entonces comienza realmente la verdadera tarea, y la más pesada: la construcción de la sociedad sobre fundamentos completamente nuevos.
En la hora actual, en cada empresa, la producción es únicamente dirigida por el propietario capitalista. El empresario decide por sí solo el objeto y el modo de producción, así como el lugar y el tiempo de la venta de las mercancías. Los trabajadores no se ocupan en nada de estas cosas, sólo son máquinas vivientes a quienes se les demanda únicamente funcionar.
¡En la sociedad socialista todo eso debe cambiar!
El empresario individual desaparece. La producción ya no tiene como objetivo el enriquecimiento personal de los individuos, sino la satisfacción de las necesidades de cada uno. Para ello, las fábricas, los talleres, los cultivos, deben transformarse en un sentido completamente nuevo.
En primer lugar: cuando la producción tenga como objetivo asegurar a todos unas condiciones humanas de vida, una buena nutrición, vestido, nutrición intelectual, entonces el rendimiento de la producción deberá ser mucho mayor que en nuestros días. Los campos deberán proporcionar una mayor cosecha, las fábricas deberán tener un desarrollo técnico supremo, sólo las más ricas de las minas de carbón y hierro deberán ser explotadas. Se sigue de aquí que la socialización deberá extenderse a la gran industria y la agricultura. No queremos arrebatar su pequeño pedazo de propiedad al pequeño campesino ni al pequeño artesano, que gana su propio pan trabajando su tierra o explotando su taller. Con el tiempo, todos ellos vendrán a nosotros y aprenderán a conocer las ventajas del socialismo sobre la propiedad privada.
En segundo lugar: para que cada quien pueda gozar del bienestar, todos deben trabajar.
Sólo quien cumple en algún lado un trabajo útil para la sociedad, ya sea manual o intelectual, puede reclamar de la sociedad los medios para satisfacer sus necesidades. Hay que terminar con la vida ociosa tal como la que actualmente tiene la mayor parte de los ricos explotadores. Es evidente que la sociedad socialista exige la obligación del trabajo para todos los que están en posibilidad de hacerlo, con excepción, por supuesto, de los niños, los viejos y los enfermos. La sociedad debe tomar a su cargo a quienes no pueden trabajar, no como hoy dándoles miserables limosnas, sino rodeando a los niños de cuidados, inculcándoles una educación social, cuidando convenientemente a los viejos, cuidando gratuitamente a los enfermos, etc., etc...
Tercero: por las mismas razones, es decir, por el bienestar de la comunidad, se debe emplear inteligentemente los medios de producción y las fuerzas de trabajo. El despilfarro, tal como se presenta ahora, en todo momento, debe cesar.
De este modo, todas las industrias de guerra y de municiones deben suprimirse, porque la sociedad socialista no necesita artefactos mortíferos, y los preciosos materiales y las fuerzas de trabajo deben emplearse con fines más útiles. Las industrias de lujo que proporcionan actualmente todo tipo de fantasías a los holgazanes deben igualmente desaparecer; y lo mismo con los servicios de milicia y policía.
Las fuerzas de trabajo mantenidas en todo eso encontrarán una tarea más útil y digna.
De este modo, cuando se haya obtenido un pueblo de trabajadores, cuando todos trabajen para todos, por la utilidad y el bienestar general, será necesario que el trabajo mismo se cumpla de otro modo.
En este momento el trabajo en la fábrica y en los campos, así como en la oficina, es generalmente un mal y fardo para el proletario.
Se va al trabajo porque se está obligado, porque sin ello no se puede satisfacer las necesidades. En la sociedad socialista, donde todos trabajan por el bienestar común, es necesario evidentemente, durante el trabajo, dar toda la atención a la higiene y al gusto por éste. Un tiempo de trabajo corto, que no vaya más allá de las capacidades normales, talleres salubres y todas las medidas para la recreación y la variación de las tareas deben ser introducidos, para que cada quien pueda cumplir, con amor y gusto, su parte del trabajo. Para todas estas reformas hacen falta sin embargo otros elementos.
Actualmente el capitalista o sus intermediarios, el capataz o vigilante, se encuentran detrás del trabajador. Es el hambre lo que conduce al proletario a la fábrica o la oficina. El empresario cuida entonces de que éste no desperdicie su tiempo, que no dañe los materiales, que su trabajo sea conveniente y bueno. El empresario y su látigo desaparecen en la sociedad socialista.
Aquí los trabajadores se vuelven seres humanos libres e iguales que trabajan por su propia comodidad y utilidad. Esto significa igualmente: trabajar con celo espontáneamente, no manipular la riqueza colectiva con ligereza, producir un trabajo bueno y preciso. Cada empresa socialista demanda naturalmente directores técnicos, que conocen a fondo la rama, que ordenan lo necesario para que too se adapte, para que exista la mejor repartición del trabajo y se alcance la mayor producción. Esto significa seguir estas directrices de manera voluntaria y completa, mantener el orden y la disciplina, no provocar fricciones o desórdenes.
En una palabra: el trabajador de la sociedad socialista debe mostrar que sabe trabajar con celo y orden, y dar la mejor labor sin tener detrás de él al capitalista y su vigilante. Para ello se requiere de disciplina interior, de madurez intelectual, de una firme conducta moral: un sentimiento de dignidad y de responsabilidad, toda una resurrección interior del proletario.
No se puede realizar el socialismo con negligentes, egoístas, imprudentes o indiferentes.
La sociedad socialista tiene necesidad de hombres y mujeres que estén llenos de entusiasmo por el bienestar común, estén llenos de espíritu de sacrificio y de solidaridad, de hombres y de mujeres que acepten igualmente con valor el trabajo más duro. No debemos, sin embargo, esperar décadas o siglos, hasta que nazcan nuevas generaciones. Es precisamente en la revolución que la masa proletaria adquiere el idealismo necesario y llega rápidamente a la madurez intelectual. El valor y la perseverancia, la claridad interior son igualmente necesarios para que la revolución pueda ser conducida a la victoria. Si logramos formar ardientes luchadores en la revolución actual, tendremos igualmente a los trabajadores socialistas futuros que sentarán las bases de un orden nuevo.
Los jóvenes trabajadores están llamados a estas grandes tareas. En tanto que generación futura, ellos formarán, sin duda, el fundamento real de la sociedad socialista. A ésta le corresponde mostrar que puede cumplir esta gran tarea, que porta con ella: el porvenir de la humanidad. Todo un viejo mundo debe ser destruido y todo un nuevo mundo debe ser construido. Pero lo lograremos, jóvenes amigos ¿no es cierto? ¡Lo lograremos!
Como dice la canción:
No
nos falta nada, esposa mía, hijo mío,
Porque todo lo que crece
es gracias a nosotros,
Y para ser tan libres como las aves:
¡solamente tiempo!1
Rosa Luxemburg (Diciembre 4, 1918).
Nota:
1. Cita del poema de Richard Dehmel “El obrero”.
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