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TEXTO DEL MOVIMIENTO OBRERO
BILAN n° 13 (diciembre 1934)
"FASCISMO – DEMOCRACIA – COMUNISMO"
(Extractos del texto de Ottorino Perrone)

Publicamos aquí extractos de un artículo de Bilan (Balance), la revista de la Fracción de la Izquierda italiana en los años 1930, texto firmado por Ottorino Perrone (Vercesi), que plantea las bases teóricas desde el punto de vista del proletariado para el rechazo de las ideologías y políticas antifascistas en defensa de la democracia. Hoy, como ayer, bajo riesgo de abrir la vía a su derrota histórica y al desencadenamiento acrecentado y sin freno de la barbarie capitalista, debe quedar clara para todos los obreros del mundo que la “democracia” refuerza el poder de la burguesía y arruina los intereses del proletariado.

(...) existe una confusión evidente entre democracia, instituciones democráticas, libertades democráticas y posiciones obreras a las que se les llama erróneamente “libertades obreras”. Desde el punto de vista teórico, así como desde el punto de vista histórico, constatamos que entre democracia y posiciones obreras existe una oposición irreductible e irreconciliable. El movimiento ideológico que ha acompañado el ascenso y la victoria del capitalismo se coloca y se expresa, desde el punto de vista económico y político, sobre una base de disolución de los intereses y de las reivindicaciones particulares de las individualidades, los agrupamientos y sobre todo de las clases en el seno de la sociedad. Aquí la igualdad de los componentes se volvería posible precisamente porque los individuos confiarían su suerte y el cuidado de defenderlos a los organismos estatales que representan los intereses de la colectividad. No es inútil hacer notar que la teoría liberal y democrática supone la disolución de agrupaciones, de categorías dadas de “ciudadanos”, los cuales tendrían todo el interés en ceder espontáneamente una parte de su libertad para recibir en compensación la salvaguarda de su posición económica y social. Esta cesión se haría en provecho de un organismo capaz de regularizar y de dirigir al conjunto de la colectividad. Y si bien las constituciones burguesas proclaman el “derecho del hombre” y contienen igualmente la afirmación de la “libertad de reunión y de prensa”, en cambio, no reconocen de ningún modo los agrupamientos de categoría o de clase. Estos “derechos” son considerados exclusivamente como atribuciones otorgadas al “hombre”, al “ciudadano” o al “pueblo”, de las que deberán servirse para permitir el acceso de las individualidades a los órganos del Estado o del gobierno. La condición necesaria para el funcionamiento del régimen democrático reside, pues, no en el reconocimiento de los grupos, de los intereses o de los derechos de estos, sino en la fundación del órgano indispensable para guiar a la colectividad que debe transmitir al Estado la defensa de los intereses de cada unidad que la constituye.

Así, la democracia solo es posible a condición de poder impedir a los “ciudadanos” que recurran a otros organismos diferentes de los regidos y controlados por el Estado. Se podría objetar que las libertades de reunión, de prensa y de organización pierden todo su significado desde el momento en que se vuelve imposible hacer triunfar, a través de ellas, una determinada reivindicación. Pero entramos aquí en el dominio de la crítica marxista que demuestra la opresión de clase que en realidad se oculta bajo la máscara democrática y liberal, y que precisamente ha hecho decir a Marx que el sinónimo de “libertad, igualdad y fraternidad” estaba representado por “infantería, caballería, artillería”. En cambio, actualmente no se intenta ya demostrar la inconsistencia de la base supuestamente igualitaria de la democracia, sino que se hace la defensa de ésta y se trata de demostrar que ella permitiría la expansión de los organismos obreros. Pero, tal como lo hemos explicado, la condición de vida del régimen democrático consiste precisamente en prohibir el poder a los agrupamientos particulares, en nombre del interés de las individualidades así como de la sociedad. La formación de una organización obrera conlleva directamente un ataque contra la teoría de la democracia y, a este respecto, es característico constatar que en el periodo actual de degeneración del pensamiento marxista, el cruce de las dos Internacionales (la de los traidores y la de los futuros traidores) se hace precisamente sobre la base de la defensa de la democracia, de la que se desprendería la posibilidad de existencia e incluso de desarrollo de los organismos proletarios.

Desde el punto de vista histórico, la oposición entre “democracia” y organismos obreros se manifiesta de manera sangrienta.

El capitalismo inglés se funda en el siglo XVII, pero es mucho más tarde cuando el movimiento cartista arranca mediante una gran lucha el derecho de organización de la clase obrera. En todos los países, los obreros obtendrán esta conquista únicamente mediante potentes movimientos que fueron siempre objeto de la represión sangrienta por los Estados democráticos. Es completamente exacto que hasta antes de la guerra, y más precisamente, hasta los primeros años de nuestro siglo, los movimientos de masas destinados a fundar los organismos independientes de la clase obrera estaban dirigidos por los partidos socialistas, hacia la conquista de derechos que permitieran a los obreros acceder a las funciones gubernamentales o estatales. Esta cuestión, ciertamente, fue la más debatida en el interior del movimiento obrero: su expresión más acabada se encuentra sobre todo en la teoría reformista que, bajo la bandera de la penetración gradual del proletariado en el interior de la fortaleza del enemigo, en realidad permitió a este último -y 1914 representa la clausura de este balance de revisión marxista y de traición- corromper y someter a sus propios intereses al conjunto de la clase obrera.

En la lucha contra lo que comúnmente se llama el “bordiguismo”, con frecuencia se formula, por las necesidades de la polémica (que son generalmente las necesidades del embrollo y la confusión), que tal o cual movimiento ha tenido como objetivo la conquista del sufragio universal, o incluso tal o cual reivindicación democrática. Esta manera de interpretar la historia se parece mucho a la que consiste en explicar los acontecimientos no determinado su causa en función de las clases antagónicas y ni de los intereses específicos que les oponen realmente, sino basándose simplemente en las inscripciones de las banderas que ondean por encima de las masas en movimiento. Esta interpretación que, por lo demás, sólo tiene un valor puramente acrobático en el que pueden complacerse los fanfarrones que pululan en el movimiento obrero, se desvanece inmediatamente si se plantea el problema sobre sus verdaderos fundamentos. En efecto, sólo se pueden comprender los movimientos obreros en la línea de su ascenso hacia la liberación del proletariado. Si, por el contrario, se les coloca en la vía opuesta, la que conduciría a los obreros a conquistar el derecho de acceder a las funciones gubernamentales o estatales, uno se pone directamente en el camino que ha conducido ya a la traición de la clase obrera.

De cualquier modo, los movimientos que tenían por objetivo la conquista del derecho de voto podían realizar esta reivindicación y de una manera duradera, porque en definitiva, lejos de quebrantar al sistema democrático, solamente introducían en sus engranajes al propio movimiento obrero. Las miserables hazañas de los obreros que llegaron a puestos gubernamentales son conocidas de todos: los Ebert, los Scheidemann, los Henderson, etc., demostraron deslumbrantemente lo que es el mecanismo democrático y las capacidades que detenta con miras a desencadenar las más implacables represiones contrarrevolucionarias. Es totalmente diferente en lo que concierne a las posiciones de clase conquistadas por los obreros. Aquí, no es posible ninguna compatibilidad con el Estado democrático; por el contrario, la oposición irreconciliable que expresa el antagonismo de las clases se acentúa, se agudiza y se amplifica, y la victoria obrera será conjurada gracias a la política de los dirigentes contrarrevolucionarios.

Estos últimos desnaturalizan el esfuerzo hecho por los obreros para dotarse de organismos de clase, los cuales sólo pueden ser el fruto de una lucha despiadada contra el Estado democrático. No siendo posible el triunfo proletario mas que en esta dirección, si las masas obreras son ganadas por la política de los dirigentes oportunistas, terminarán siendo arrastradas al pantano democrático. Allí, se moverán como un simple peón en un mecanismo que se volverá tanto más democrático por cuanto logrará embotar a todas las formaciones de clase que representen un obstáculo para su funcionamiento.

El Estado democrático que accione este mecanismo logrará hacerlo funcionar de manera “igualitaria” sólo a condición de tener ante él, no a categorías económicas antagónicas, agrupadas en organismos distintos, sino a “ciudadanos” iguales (!) entre ellos y que se reconocen en una posición social similar para franquear juntos los múltiples caminos que conducen al ejercicio del poder democrático.

No entra en el marco de este artículo hacer la crítica del principio democrático con el fin de demostrar que la igualdad electoral es solamente una ficción que vela los abismos que separan a las clases en la sociedad burguesa. Lo que nos interesa aquí es poder poner en evidencia que entre el sistema democrático y las posiciones obreras existe una oposición irreconciliable. Cada vez que los obreros han logrado imponer al precio de luchas heroicas y del sacrificio de sus vidas una reivindicación de clase al capitalismo, en contrapartida han golpeado peligrosamente a la democracia, de la que sólo el capitalismo puede reivindicarse. El proletariado encuentra, por el contrario, la razón de su misión histórica al proclamar la mentira del principio democrático, en su naturaleza misma y en la necesidad de suprimir las diferencias de clase y las clases mismas. Al final del camino que recorre el proletariado a través de la lucha de clases, no se encuentra el régimen de la democracia pura, porque el principio sobre el cual se basará la sociedad comunista es el de la inexistencia de un poder estatal que dirija la sociedad, mientras que la democracia se inspira absolutamente en ello y, en su expresión más liberal, se esfuerza siempre por condenar al ostracismo a los explotados que se atreven a defender sus intereses con ayuda de sus organizaciones en lugar de permanecer sumisos ante las instituciones democráticas creadas con el único fin de mantener la explotación de clase.

(…)

Tal como lo hemos subrayado en varias ocasiones, los fundamentos programáticos proletarios deben volverse actualmente los mismos que Lenin sacó a la luz, mediante su trabajo de fracción, antes de la guerra y contra los oportunistas de diferentes tintes. Frente al Estado democrático, la clase obrera debe mantener una posición de lucha por su destrucción y no penetrar en éste con el fin de conquistar posiciones que le permitan construir gradualmente la sociedad socialista: los revisionistas que defendieron esta posición han hecho del proletariado la víctima de las contradicciones del mundo capitalista, la carne de cañón en 1914. Actualmente, cuando las situaciones obligan al capitalismo a proceder a una transformación orgánica de su poder de Estado, el problema sigue siendo el mismo, es decir, el de la destrucción y de la introducción del proletariado en el interior del Estado enemigo para salvaguardar sus instituciones democráticas, lo que pone a la clase obrera a merced del capitalismo, y allí donde éste no debe recurrir al fascismo, de nuevo le pone proa hacia los contrastes interimperialistas y a la nueva guerra.

(...)

La lucha por la democracia representa, pues, una potente diversión para sacar a los obreros de su terreno de clase y enrolarlos en los malabarismos contradictorios en los que el Estado opera su metamorfosis de democracia a Estado fascista. El dilema fascismo-antifascismo actúa, pues, en interés exclusivo del enemigo; tanto el antifascismo como la democracia adormecen a los obreros para permitir que luego se dejen apuñalar por los fascistas, aturden a los proletarios con el fin de que no vean ya ni el terreno ni el camino de su clase. Estas son las posiciones centrales que han marcado con su sangre a los proletarios de Italia y de Alemania. Es debido a que los obreros de los otros países no se inspiran con estas verdades políticas que el capitalismo mundial puede preparar la guerra mundial. Es inspirada por estos planteamientos programáticos que nuestra fracción continúa su lucha por la revolución italiana, por la revolución internacional.

(Bilan n°13, 1934).


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